domingo, 2 de diciembre de 2018
MALAS NOTICIAS DESDE LA ISLA EN MEDIUM DE LA MANO DE SALVADOR LUIS
El bueno de Salvador Luis Raggio escribe sobre Malas noticias desde La Isla en Medium.
El hombre de la mirada lúdica - Nagari Magazine
El hombre de la mirada lúdica - Nagari Magazine
En un comentario crítico de la anterior novela del autor: Los últimos días de Roger Lobus, Robert
Juan-Cantavella, uno de los dos presentadores de su último libro en Barcelona,
en la librería Calders, apuntaba al hecho de que, a la longeva tradición de la
literatura del padre, Óscar Gual (Almazora, 1976) incorporaba el humor. Pues
bien, el humor sigue siendo una marca de la casa del autor. En este caso, en El hombre de la mirada de piedra
(Aristas Martínez, 2018), el humor y la ironía permiten vertebrar escenas de
acción que parecen extraídas de un videojuego y que acaban siendo eso, la
parodia de unos personajes que pretenden ser héroes frente a la pantalla de
televisión con sus mandos respectivos: “Por eso aquí seguimos, suspendidos, sin
mover un dedo para no quebrar este frágil y reconfortante equilibrio. Esperando
que llegue aquello que no queremos que llegue nunca. Un lienzo costumbrista:
familia cualquiera frente al televisor cualquier noche en cualquier salón de
cualquier ciudad que no sea esta.” (p. 42)
El autor utiliza, por tanto, una mirada lúdica para
desarrollar temas de profundo calado. Lo cierto es que hay mucho de
gamificación en el libro. La novela intenta reconstruir la biografía de un extraño
personaje: Drákos Vasiliás, aka “El Chema”, aka Josep María Milhomes. Se trata
de un tipo que sufre el Síndrome del Savant, lo que le permite traducir la
realidad a relaciones matemáticas y, a partir de ahí, convertir sus habilidades
en ingentes beneficios para las corporaciones para las que trabaja, como
Pareidolia, el gigante financiero. Como no podría ser de otra forma, los
orígenes de ese oscuro Drákos tienen lugar en Sierpe, el territorio imaginario
en el que se desarrollan todas las novelas del autor. El narrador los cuenta a
partir del fulgurante ascenso, las esperpénticas andanzas, de corte nítidamente
berlanguiano, pero también mediante los juegos de estrategia y el clásico: El arte de la guerra, para llegar a la posterior
desaparición del trepa Milhomes. Esta estrategia no es gratuita, o no solo está
diseñada para que el autor vuelva a su territorio imaginario y utilice escenas
lúdicas. La trama de Gual nos señala que todo el desmadre que ha tenido lugar
en las últimas décadas con la economía no es global más que en sus
consecuencias. Tiene unas raíces locales que son las que engendran todo el caos
y el dolor posteriores.
El libro está dominado por un argumento de ciencia ficción,
el de la capacidad de entender la realidad desde parámetros matemáticos, que
casa muy bien con la profesión de informático del autor, y con los juicios
socioeconómicos que realiza. Pero es algo más que una novela de ciencia
ficción. La caótica investigación en busca de la narrativa que compone la
figura de Drákos es más sutil, con la gestión de notables cantidades de datos y
fragmentos inconexos, de la que puede llegar a dudar el lector como lo hace el
narrador: “ante situaciones imposibles de encajar, para las cuales no tenemos
referencias establecidas, pensamos que estamos pasando algo por alto. Porque no
disponemos de un relato bajo el cual guarecernos. Cuando puede que sea justo lo
contrario. Cuando, quizá, nuestra querencia por la narratividad se haya
convertido en un obstáculo.” (p. 210) Gual se está cuestionando la capacidad de
narrar. Me recuerda a Joel, el investigador robótico protagonista de la primera
novela del autor: Cut & Roll. Sin
embargo, a diferencia de esta última, en El
hombre de la mirada de piedra lo que prima en el narrador es la necesidad
de contar una historia.
lunes, 19 de noviembre de 2018
El diario de las noticias falsas - Nagari Magazine
El diario de las noticias falsas - Nagari Magazine
Las noticias falsas, los noticiarios elaborados a la medida
del que los encarga, no son cosa solo de nuestros días ni del ínclito Donald
Trump. Forman parte de un hilo de conexiones guadianescas que van apareciendo
en la historia cultural. Esa es la realidad que lleva a Luis Alejandro Ordóñez
a perseguir una obsesión que le ronda desde que lee una anécdota en El año de la muerte de Ricardo Reis, la
novela de José Saramago, y, como buen narrador y buen periodista, necesita
saber más de esa historia, como el yonqui necesita cada vez más de la droga que
le permite tener un motivo para vivir.
Y Ordóñez se adentra en la anécdota: el New York Times que
John D, Rockefeller (1839-1937) se hacía confeccionar cada día, publicado solo
con buenas noticias. Y trata de reconstruir la historia, no solo de ese diario
de encargo, también de cómo llega la noticia a Portugal con motivo de la muerte
del millonario y cómo le alcanza a Saramago, que era un adolescente cuando
murió Rockefeller. Y se sumerge en la historia. Y deja volar su imaginación y
reconstruye el caso de la recepción de la increíble, la absurda noticia del
multimillonario norteamericano que se hace confeccionar tan excéntrica
publicación. Y construye una historia que ubica a un joven periodista con
ínfulas literarias tras la pista de esa noticia y en competición con las otras
cabeceras lisboetas, en un entorno aderezado por Ricardo Reis heterónimo del no
mucho antes fallecido Fernando Pessoa, también citado. Y va más allá y se
imagina al redactor de esa publicación de encargo, que no puede ser otra cosa
sino un escritor, un narrador de historias que por la fortuna de conocer al
viejo Rockefeller consigue darle un giro a su destino y dejar su trabajo en la
construcción para dedicarse al sustento de la pluma, aunque sea inventando las
noticias que transmite a su benefactor a través de ese periódico tan personal,
ese diario hecho a medida. Y por eso, ante la noticia de la muerte del viejo
Rockefeller, el narrador se imagina a Benjamin, que es el nombre que Ordóñez ha
decidido para ese autor desconocido que obró el milagro de transformar las
noticias con su inventiva, confeccionando su último ejemplar de encargo, que es
el que descubrirá la prensa lisboeta y, más tarde, Saramago e incluso Juan
Carlos Onetti o Juan Gabriel Vásquez. Y se entiende que Benjamin quiera
entregar su último ejemplar y para ello vaya tras la tumba en la que está
enterrado el millonario.
Y todo lo que buenamente les he intentado resumir, lo narra
Ordóñez con la prosa directa y efectiva de un buen narrador y un buen
periodista: “Al menos la foto era lo suficientemente grande como para mostrar
al anciano en toda su dignidad. El hombre que quería vivir 100 años y que
regaló casi toda su fortuna a la caridad. Qué mal gusto, no mencionar eso y en
cambio tildarlo apenas de «Rey del petróleo»” (p. 52).
A veces el texto crece con la ayuda de internet (p. 110),
otras del archivo y, las más, de la imaginación. A través esos tres vectores, hace
reflexionar a este lector sobre la naturaleza de las noticias falsas tan de
nuestros días, aunque Ordóñez le deje claro que no son solo de estos días, dejándole
un buen sabor de boca al finalizar el texto. Así que lean El último New York Times. No les decepcionará.
miércoles, 7 de noviembre de 2018
La memoria durmiente de Modiano - Suburbano
La memoria durmiente de Modiano - Suburbano
Qué duda cabe que la literatura del yo va a estar
notablemente dirigida por la memoria en buena parte de los escritores que la
practican. Es el caso de muchos de los autores tratados aquí: Thomas Bernhard,
Philip Roth, Karl Ove Knausgård, Javier Marías,
Manuel Vilas. Pero en los últimos años el autor que ha destacado como un constructor
sin paragón en la investigación de la memoria para la escritura es Patrick
Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945), premio Nobel de literatura en 2014 y novelista
de larga producción.
La de Modiano es una memoria confusa, que se ambienta en
París y se inicia en una época fundacional que el autor es incapaz de recordar:
la ocupación alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial. En ese
período ominoso de la historia francesa es cuando se conocen el padre de
Modiano, un judío de origen italiano cuya familia había emigrado a Francia, y
la artista belga Luisa Colpeyn. Es más que evidente que la pareja tuvo que
esconderse de los ocupantes. En esa tensión fue engendrado el niño Patrick y
sus tres primeros libros hablan de la ocupación como el lugar donde se engendra
al autor y su mito de origen: El lugar de
la estrella (1968), La ronda de noche
(1969) y Los bulevares periféricos
(1972). Aunque el autor se distanciará en parte de esa temática en sus
siguientes trabajos, en muchas ocasiones volverá a ese espacio temporal, mítico
para él, dado que inicia una larga etapa en la que el centro de su producción
es la familia y donde abundan los relatos autobiográficos. No en vano, hay otro
suceso en la vida de Modiano que lo determinará por completo y, por
consiguiente, a su obra: la muerte de su hermano Rudy, dos años más joven que
él, fallecido en 1957. A él es a quien dedicará toda su producción literaria.
De esta etapa, la de mayor interés para esta serie, destacan
Libro de familia (1977), Más allá del olvido (1996) y Un pedigree (2004), y la obsesión por
recuperar la elusiva figura paterna, aquel judío siempre inmerso en negocios
extraños, con personajes extraños, como al inicio de Recuerdos durmientes (2017), su primera novela después de la
consecución del Nobel, recientemente aparecida en castellano en Anagrama, con
excelente acogida.
La novela podría considerarse el prototipo de las composiciones
de Modiano en su exploración de la memoria familiar. En extrañas
circunstancias, el autor, que escribe en primera persona, conoce a una mujer
misteriosa y, por los breves rasgos que matiza y las efímeras descripciones, la
persona lectora advierte que es atractiva, si bien no queda claro que esa
atracción se deba a ese halo misterioso que la envuelve. En Recuerdos durmientes, es Mireille Urúsov,
la hija de un enigmático empresario ruso amigo de su padre, quien le lleva
hasta la Sra. Hubersen. Entonces aparece el conflicto, que en Modiano siempre
es noir o tiene matices noir: un hurto, una fuga, una muerte. Se
trasmite muy poca información del hecho, lo que rodea a la trama de enigmas. En
este caso se trata de un asesinato. Ludo F., otro opaco personaje de los muchos
que pueblan las páginas escritas por el narrador francés, ha aparecido muerto
en extrañas circunstancias. Todas las sospechas apuntan hacia la Sra. Hubersen,
y es con ella con quien el autor se mantiene en perpetuo contacto hasta el
desenlace que, como resulta lógico, no revelaré.
Se trata de textos metarreferenciales donde Modiano
reflexiona sobre el proceso de construcción de la memoria: “Intento ordenar los
recuerdos. Cada uno es la pieza de un puzle, pero faltan muchos, así que la
mayoría se quedan aislados. A veces, consigo juntar tres o cuatro, pero no más.
Entonces anoto retazos que vuelven en desorden, listas de nombres o de frases
muy breves.” (Recuerdos durmientes,
p. 56)
Uno de los elementos que más me gustan de las novelas de la
memoria de Modiano son los reencuentros. Aproximadamente en el tercio final de
muchas de sus novelas existe un salto en el tiempo. El autor no nos traslada ni
al pasado remoto que nos ha contado, ni al presente desde el que escribe, sino
a un punto intermedio, en la década de 1990 o 10 años después de los sucesos,
como ocurre en Recuerdos durmientes, y
mediante un elemento narrativo realmente brillante: la misma maleta que el
autor había llevado a su amiga, que vuelve a sus manos 10 años más tarde, en el
reencuentro fortuito. En ese espacio temporal intermedio, narrador y personaje
tratan de reconstruir una parte de ese relato, sin éxito porque el tiempo ha
borrado la memoria y queda el autor solo dispuesto a tener que avanzar hasta el
final con apenas unos pocos asideros escondidos en su mente. Esa recuperación
de lo vivido desde el yo es el reto literario que Modiano ha resuelto con gran
brillantez en la abrumadora extensión de su obra.
viernes, 19 de octubre de 2018
MALAS NOTICIAS DESDE LA ISLA
Efectivamente, ese es el título de mi último libro publicado. Salió el mes pasado, pero son tantas las obligaciones que hasta hoy, con motivo de la nota que Matias Crowder publica sobre la novela en el Diari de Girona, no he podido pasarme por aquí a informarles.
Esta es la portada, para abrir boca:
Y aquí el enlace en el que se puede adquirir.
Espero la disfruten.
Esta es la portada, para abrir boca:
Y aquí el enlace en el que se puede adquirir.
Espero la disfruten.
martes, 9 de octubre de 2018
martes, 2 de octubre de 2018
Diarios cotidianos - Nagari Magazine
Diarios cotidianos - Nagari Magazine
Todos los períodos de entre siglos son convulsos, y están
plagados de cambios significativos y propuestas sugestivas en el plano
artístico. Entre esas últimas tendencias, una de las que más interés me suscitan
es la autoría colaborativa. Eso que se ha discutido en las grandes tribunas
académicas desde la emergencia de la denominada “inteligencia colectiva” a
partir de los trabajos de Jacques Rancière o George Yúdice. Eso que tan cerca
está de los recientes movimientos políticos que convulsionan las democracias
liberales de la actualidad mediante las redes sociales, twitter, los
smartphones y también, desgraciadamente, las compañías de gestión de datos como
Cambridge Analytics, que se ponen a los pies del político que más pague —esa
sería una actitud nada innovadora y sí muy perenne en los juegos del poder—.
No cabe duda de que la autoría colaborativa es de difícil
aplicación en el ámbito literario. La narración escrita suele ser obra de una
autora o un autor, una persona, en todo caso, a la que le gusta significar su
individualidad desde el surgimiento de la literatura moderna. Sin embargo, en
el entorno literario se le está dando cada vez más importancia a las obras
amateur. No llegan a alcanzar la consideración de las obras de los escritores
profesionales, pero se las tiene en cuenta. Es una tendencia con mucha
visibilidad en los estudios literarios pero no tanta en el mercado editorial,
donde la marca del autor sigue siendo un seguro para los departamentos de prensa.
Esta tendencia tiene especial fuerza en Francia, donde
Philippe Lejeune: escritor y académico, lleva años recopilando autobiografías y
diarios personales, y todo aquello que refleje una narrativa de la cotidianidad
—esa línea ha tenido notable resonancia en España gracias al riguroso trabajo
del académico Manuel Alberca, aunque en el ámbito de la narrativa publicada y
no la privada—. Lejeune ha llegado a fundar una asociación para recopilar y
proteger ese patrimonio, producido en buena medida por gente corriente, gente
de la calle: la Association pour l'autobiographie et le patrimoine
autobiographique.
Una de sus discípulas: Françoise Simonet-Tenant, publicó en
2004 un interesante libro que resumía sus investigaciones en el género
diarístico: Le Journal Intime: Genre
Littéraire et Écriture Ordinaire. El libro pone el énfasis en el hecho de
que, aunque autobiografía y diario no suponen el mismo tipo de producción
literaria, ambas se complementan y encuentras vías de diálogo. Es más, a partir
de la introducción del diario en la autobiografía, Simonet-Tenant afirma que se
pueden incorporar las emociones a una relación contemporánea de los hechos (p.
22). Ese es el punto a partir del cual se puede introducir la literatura de
todos, pues todo el mundo puede relatar su propia vida, los momentos emotivos,
o llevar un diario que le permita registrar su cotidianidad, y puede hacerlo
desde la afectividad que generan sus propios recuerdos. Son esas “écritures
ordinaires” de las que habla Lejeune. Se trata de un proceso catártico,
personal pero compartible.
El libro de Simonet-Tenant realiza un recorrido por la
historia de la literatura diarística no solo la escrita en francés, para pasar
a diseccionar las partes y las funciones de un diario. Es ahí donde se
describen los distintos tipos de diarios posibles. A modo de complemento, en el
capítulo siguiente se exponen las distintas categorías de lectores de diarios.
Se trata de una sección que toca el tema de los diarios que se publican, la
intervención de los editores y la reacción de los lectores. El libro finaliza
hablando de la producción diarística de hoy: de la proliferación de diarios y
autobiografías entre los escritores contemporáneos, ya sean estas obras
autoficticias o no; de la institucionalización de los diarios tanto en los
estudios académicos como en la enseñanza de las lenguas; y de las diferentes
posibilidades entre, por ejemplo, el diario de una persona adolescente y el de
un escritor profesional.
La autora finaliza su trabajo hablando del tour de force entre la experiencia y el
lenguaje que supone toda obra diarística. Aunque menciona los diarios
colectivos, no entra a valorar el sacrificio que se requiere para, partiendo de
los parámetros de la literatura moderna, alcanzar una nueva forma de creación
colectiva a partir de los diarios: el de la imaginación. Si bien los diarios
pueden ser escritos de una forma tremendamente imaginativa, como muy bien se
demuestra en los de Franz Kafka, repletos de esas visiones que después
trasladaría a su muy fragmentaria ficción, es cierto que la imaginación se ha
convertido en una marca de clase del autor. Aquel escritor que tiene talento
produce obras con una imaginación muy particular, muy propia, individualizada.
Y no, no es eso lo que se busca en los diarios cotidianos, y eso debería
hacernos reflexionar sobre una nueva forma de valorar la imaginación, y sobre los
parámetros estéticos que regirían en una literatura de autoría colectiva por
venir.
martes, 4 de septiembre de 2018
La red de todos - Nagari Magazine
La red de todos - Nagari Magazine
Hoy he dejado la literatura a un lado y he sacado al teórico
que también llevo dentro para hablar de redes, comunicación y cultura digital.
A fin de cuentas, tengo un doctorado en estudios culturales con mucha tinta
dedicada a la cultura digital española; así que no me vendrá mal reflexionar
sobre el último libro de Javier López Menacho: SOS. 25 casos para superar una crisis de reputación digital.
¿Por qué?
Porque se trata de un libro ameno a la par que profundiza en
la realidad social de las redes digitales y la sociedad que subyace a ellas,
además de estar avalado por el sello editorial de la UOC, siempre prestigioso
en este tipo de contenidos.
¿Pero quién es ese
tal Javier López Menacho para hablar de redes sociales y reputación digital?
Pues, además de ser un reconocido escritor nacido en Jerez
de la Frontera en 1982, con varios títulos y premios literarios en su haber, de
los que destaca el libro de crónicas Yo,
precario (Libros del Lince, 2013), ha colaborado en medios como La Marea, CTXT o Qué leer. Además, codirige
el medio digital La Réplica: Periodismo incómodo. También se desempeña como
Community Manager.
¿Eso qué significa?
Que, por una parte, es un autor capaz de desarrollar un
estilo ágil, claro y ameno, que engarza frases como “Poco deja poso, y el poso
que deja es poco” (p. 13); y, por la otra, su experiencia en los medios y como
profesional digital le permite analizar los casos que presenta de una forma
amplia, que ameniza con unos gráficos personalizados.
¿Y de qué trata el
libro?
Pues, a través de 25 casos en que diferentes personas y
empresas sufrieron distintas crisis de reputación digital, López Menacho describe
lo que sucedió y cómo reaccionaron los implicados. La tesis general, tal como
explicita el autor en el prólogo, consiste en “reflexionar sobre el ámbito
digital y las repercusiones sociales y económicas que genera intervenir en el
mismo.” (p. 18) López Menacho aboga por una sociedad regida por valores
solidarios, que rechaza mensamente economicistas. Y la verdad es que se extrae
una idea global de lo que ha sido la red en estos últimos años. A partir de
ahí, el autor reflexiona sobre la forma en que hubiera debido reaccionar un
profesional de la comunicación digital en cada caso, y expone lo que para él
resulta la clave de cada uno de estos casos prácticos. Un experto en marketing
digital debería leer todos los ejemplos que aparecen. Yo no lo soy, y puedo
permitirme elegir los que me parecen más impactantes para este análisis. Por
ejemplo, el Celebgate, el caso del
robo de imágenes privadas que sufrió Apple y que afectó a actrices famosas como
Emma Watson o Becca Tobin.
¿Y qué otros casos figuran?
Pues muchos y variados. Algunos los desconocía por completo,
y que visibilizan los valores de la franja más joven de la sociedad y sus
hábitos de consumo, como en el caso de Dave Carroll con United Airlines, compañía
que le rompió la guitarra e ignoró sus reclamaciones, uno de los que más me han
gustado, lo que muestra mi desconocimiento de algunos fenómenos que han tenido
lugar recientemente en la esfera digital. Otros han sido muy conocidos a nivel
global, como el ciberacoso que sufrió Justine Sacco por una broma de mal gusto
sobre el SIDA, África y el color de piel, que muestra las barreras invisibles
que existen entre el mundo privado y el de las redes sociales. O el
enfrentamiento que llevó a una discusión más global entre la marca de alimentos
para niños Hero y la periodista Samanta Villar, a raíz de un tuit de esta
última sobre su experiencia como madre. O el favorito de López Menacho, el de
la marca de calzado Pompeii para afrontar un problema en la distribución de sus
ventas, que en el análisis destila los valores del autor. En este sentido, el
libro es un dechado de documentación, con numerosas referencias a enlaces que
permiten entender el contexto de la situación y complementan las explicaciones
de López Menacho.
¿Crees que debería
leérmelo?
Pues desde una columna como esta, donde la percepción del
mundo de la cultura se realiza en red, y que lleva por título enlaces, para
enfatizar que la cultura actual se basa en los enlaces que la conectan con
otros ámbitos, me parece imprescindible.
En este libro no encuentras únicamente controversia
cibernética. También te topas con un sólido análisis del discurso en medios, no
solo digitales, no solo en redes sociales, también en cabeceras periodísticas
como El País. o magazines culturales
como Jot Down y la polvareda que levantó
un tuit de esta publicación sobre el asesinato del embajador ruso en Turquía. A
ello cabe añadir las polémicas generadas por cadenas de TV como Cuatro o
Telecinco.
¿Pero es tan
magnífico como dices?
Bueno, cualquier lector encontrará puntos en los que no
coincidirá, como suele pasar en estos casos. Yo creo que todos los ejemplos que
trata resultan pertinentes y muestran el abanico de conflictos con los que
alguien se puede encontrar en internet. Pero, por otro lado, me gustaría que
tratara fenómenos como Cambridge Analytics o la emergencia de usuarios que
hacen del odio su marca digital y, en vez de una crisis de reputación, lo que
obtienen es un notable éxito de audiencia y público, como Donald Trump. Los
cambios del futuro son muy volátiles. En una columna reciente, el catedrático
de economía Antón Costas escribía
sobre el hecho de que en este período histórico estamos asistiendo al fin de la
aristocracia del dinero, una aristocracia que se posicionó tras el final de la
Segunda Guerra Mundial y se acabó consolidando con el final de la Guerra Fría,
con instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional,
cuando se impuso a los regímenes comunistas europeos. Internet es el lugar
donde se están jugando la reputación para convertirse en la nueva aristocracia
los distintos candidatos al poder futuro, como muy bien demuestran la figura y
la obra de Steve Bannon, ex asesor de Trump, y el papel de las marcas ahí
resulta fundamental. Por eso son tan necesarios los análisis de López Menacho
para el futuro, más allá de la lectura de los profesionales del marketing. Espero
que el autor siga investigando en adelante casos que relacionen estas
controversias.
Pues gracias.
Las gracias, en todo caso, al autor, Espero que esta reseña
sea la mitad de entretenida que la lectura del libro lo ha sido para mí.
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sábado, 1 de septiembre de 2018
El quinteto de Bernhard - Suburbano
El quinteto de Bernhard - Suburbano
Si nos ponemos a escribir sobre narrativas autobiográficas,
por narices hemos de hablar de Thomas Bernhard (1931-1988) y su magnífico
quinteto de narraciones del yo: El origen
(1975), El sótano (1976), El aliento (1978), El frío (1981) y Un niño
(1982) —algunos lectores y críticos
incluyen dentro de este conjunto autobiográfico El sobrino de Wittgenstein, pero la publicación editorial reciente
parece haberse ceñido a estas 5 obras—, magníficamente vertidas al castellano
por Miguel Sáenz, traductor de los más insignes escritores alemanes
contemporáneos. Si la magna narrativa autobiográfica de Karl Ove Knausgård (1968), aquí reseñada, está bien, sobre todo por su
ambición, pero deja que desear en aspectos estilísticos, la obra de Bernhard es
simplemente brutal. No en vano, existe una jerarquía. El primero cita al
segundo varias veces en la novela que inicia Mi lucha: La muerte del padre.
Bernhard, nacido accidentalmente en los Países Bajos
(Heerlen) como hijo ilegítimo de un campesino austríaco al que nunca conoció y
la hija de un escritor socialista austríaco, vierte en sus textos
autobiográficos toda su dura infancia, en algunos momentos extrema, hasta la
mayoría de edad. El autor se inició como poeta, para pasar con posterioridad a
la novela y el teatro. Cuando inicia su trabajo autobiográfico, en 1975, está
en la plenitud de su carrera, y eso se observa a las claras en la alta calidad
de su quinteto del yo.
En el primero de los libros: El origen, habla de su paso por Salzburgo para estudiar la
secundaria y recibir lecciones de canto por consejo de su abuelo, el también
escritor Johannes Freumbichler. Allí se refleja la desesperación de Bernhard en
el internado Johanneum al no apreciar diferencias entre la educación
nacionalsocialista anterior al final de la guerra, y la posterior educación
católica (Relatos autobiográficos, p.
83). Su resentimiento hacia la ciudad de Salzburgo es notable, llegando a
incidir en su carácter destructivo para la creación, hasta el punto de afirmar:
“la ciudad ya no es para él una hermosa naturaleza y una arquitectura ejemplar
sino nada más que una impenetrable maleza humana, hecha de abyección y vileza
y, cuando camina por sus calles, no camina ya rodeado de música, sino que se
siente nada más que repelido por el lodazal moral de sus habitantes” (p. 18).
En Pútrida patria, W. G. Sebald
(1944-2001) habla del papel de la destrucción en el proyecto de Bernhard, como
una consecuencia lógica del desmoronamiento del proyecto ilustrado. Y es cierto
que, a través de descripciones como la citada, el escritor austríaco se aplica
a llevar las incongruencias de la modernidad hasta su último extremo.
En El sótano,
Bernhard narra su abandono de los estudios para empezar a trabajar con un
comerciante en el peor barrio de Salzburgo, el poblado de Scherzhausefeld, un
lugar que los habitantes de la ciudad consideran como una leprosería (p. 143).
Ese descenso al sótano del comercio que se menciona ya en el título se
convierte en la salvación de Bernhard según las palabras del autor. Su relación
con su abuelo que, desde el primer volumen autobiográfico, se presenta como el
gran aliado de Bernhard, por encima de la madre, se resiente por un momento en
su nueva vida de comerciante. Pero la solidez de las convicciones del autor, el
rédito que saca de su experiencia con los más desfavorecidos, estrato al que a
partir de entonces asumirá pertenecer, y su retorno a las clases de música, en
este caso, de canto, lo reconcilian con el abuelo y con la vida. Este es el
texto en donde más se plantea la tensión entre lo inventado y lo recordado, imprimiendo
tintes de autoficción en su autobiografía (p. 140).
La emergencia vital queda truncada en El aliento. Allí se narra el ingreso en el hospital de Bernhard por
unos problemas respiratorios que lo acompañarán hasta su muerte. Coincide con
la recaída del abuelo, que también tiene que ser ingresado en Grossgmain, el
mismo centro hospitalario en el que se encuentra Bernhard, aunque en otro
pabellón del hospital, y con la reconciliación con la madre, que viene a
visitarlo esporádicamente al hospital. El escrito narra los problemas de
Bernhard con los médicos y su rebeldía innata. La parte más sobrecogedora del
libro es su testimonio de la muerte, al ser ingresado en la habitación del
hospital para enfermos terminales, dada la supuesta gravedad con la que accede
al centro médico. Por los ojos del narrador autobiográfico van apareciendo
figuras que abandonan esta vida de una forma que compunge el corazón del
muchacho que comparte lecho al lado. Para colmo de dramatismo, el libro
finaliza con la muerte inesperada del abuelo.
Bernhard prepara a la persona lectora para lo que tiene que
venir. El frío es el culmen del
dramatismo. El texto se inicia con las consecuencias de la muerte del abuelo y,
en seguida, sin apenas dar tiempo al lector, anuncia la desgracia: el cáncer
que ha contraído la madre. Este es el libro de reconciliación entre la madre y
el hijo, también es la parte del total que trata de indagar en el padre, sin
apenas éxito. En paralelo, los problemas pulmonares del autor se recrudecen. Es
ingresado en Grafenhof, una institución exclusivamente para enfermos de pulmón
y para tuberculosos. Allí tiene que someterse a un férreo tratamiento. Piensa
que morirá, pero se recupera por el poder de la fuerza de voluntad y por el
recuerdo del abuelo. No podrá asistir a la muerte de su madre, que agoniza en
otra institución médica. Pero será capaz de reunirse con ella antes de que esta
fallezca para mostrarle sus primeros poemas. Ha decidido seguir la obra de su
abuelo una vez este ha fallecido, aunque, como afirma: “Mi abuelo había dicho
siempre la verdad y se había equivocado totalmente” (p. 340), lo que abre la
puerta al absurdo en su obra. Es el inicio de una vocación que Bernhard
honrará, haciéndola llegar hasta cumbres muy elevadas. Ese hecho atenúa la
tragedia.
Un niño, la última
de las 5 entregas, es una síntesis. Se trata de mi favorito entre los 5, si es
que se puede crear una comparación en un trabajo tan excelso. Se inicia a
partir de un recuerdo, el del niño que, con 7 años, arrebata la bicicleta a su
tutor, aprende a mantener el equilibrio sobre ella y se lanza hacia Salzburgo
sin éxito. Ese fracaso, cuyas consecuencias teme el niño, le sirve al autor
para rememorar su infancia junto a sus abuelos a través de Viena, la Alta
Austria y Baviera, y su difícil relación con su madre por el notable parecido
con su padre (p. 412). Los recuerdos del niño que se transmiten a través de la
palabra son muy vistosos. Las narraciones sobre los orígenes familiares de los
abuelos resultan amenas (p. 417). También hay momentos dramáticos, como los
problemas escolares o la incorporación a un centro para niños difíciles en el
oeste de Alemania. Pero, en general, este es un texto iluminador, que incluye
el retorno a los estudios musicales, finaliza la serie y alumbra ya el
nacimiento de un escritor.
Esta breve sinopsis de las temáticas de los 5 volúmenes no
permite incluir lo más impactante de la lectura de la obra autobiográfica de
Bernhard. No es otra cosa que el estilo, la escritura, la capacidad del autor
de recrear en la persona lectora una vida a partir de la continua repetición de
unas palabras que se convierten en motivos musicales, que se repiten en el oído
del lector a partir de frases largas y un único párrafo que una vez tras otra
se enfrenta con el detalle del recuerdo para volver a las mismas escenas, los
mismos traumas, los mismos recuerdos. Esa técnica es fundamental para afrontar la
distancia entre lo que se piensa y lo que se vivió, que Bernhard se plantea una
y otra vez (p. 17). Lástima que esa musicalidad de las palabras siempre se
pierde en parte en una traducción, pese al excelente trabajo de Sáenz. En todo
caso, no es excusa para dejar de sumergirse en esta espléndida lectura, el
quinteto autobiográfico de Bernhard.
martes, 7 de agosto de 2018
Mandíbula materna - Nagari Magazine
De las 10 citas que inician el libro, tres son las de Edgar
A. Poe, H. P. Lovecraft y Mary Shelley. Otras 3 son de Lacan, George Bataille y
Julia Kristeva. Así que ya saben de qué va esto, de terror, pero articulado por
una persona que domina la teoría literaria. Y así es, Mandíbula, la tercera novela de Mónica Ojeda, va de terror, del
terror a hacerse mayores de un grupo temible de adolescentes, alumnas de un
elitista colegio femenino, pero articulado de una forma
sólidamente literaria, y con ecos sociológicos de El señor de las moscas.
El escrito arranca con un alto grado de intriga, y con el
hecho contrastado de que Miss Clara, la profesora de lengua y literatura,
recién aterrizada en el colegio, acaba de raptar a una de las chicas, a Fernanda,
para darle un escarmiento. El lector se cuestiona por las razones de esta
situación anómala, mientras descubre los juegos sádicos de este grupito de
adolescentes, lideradas por Annelise. Esas razones están bien trenzadas en las
relaciones entre las muchachas y la profesora pero, por motivos obvios, no las
revelaré.
La persona lectora se encontrará mucho trauma adolescente, y
mucho miedo en ese paso de pubertad. Pero no solo entre Annelise, Fernanda,
Ximena, Analía y las gemelas Fiorella y Natalia, las integrantes de ese grupo
de púberes fascinadas por las historias de terror y el Dios Blanco, también en
la historia de Clara, la profesora, recién aterrizada en el colegio, y que
esconde un episodio de vandalismo perpetrado contra ella por unas antiguas alumnas,
y una relación muy tóxica con su madre, ya fallecida.
Pero a mí, la novela de Ojeda me ha parecido algo más que
eso. A este lector la ha dado la impresión de que se enfrentaba a un texto
moral, un escrito que criticaba la sociedad ecuatoriana, con sus desigualdades
sociales, a partir del comportamiento de un grupo de adolescentes caprichosas y
unos docentes trastornados. A mí, el texto me ha recordado a la operación que
Mario Vargas Llosa perpetró con la sociedad peruana a partir de novelas como La ciudad y los perros o Los cachorros. Si la sexualidad ocultaba
ese mundo moralmente corrompido en el nobel peruano, en Ojeda, son el sadismo,
el terror y las odiosas relaciones con los adultos, las que articulan la
crítica. De ahí citas como la que sigue:
“En su casa todas se sentaban muy
bien e iban a la iglesia y comían con cuatro cubiertos y dos tipos diferentes
de copas y usaban servilletas de tela y jamás decían malas palabras y sonreían
con recato y se mantenían secas y limpias y rezaban antes de dormir y antes de
comer y, en silencio, pensaban en historias de terror que de verdad asustaran
porque asustarse era emocionante hasta cierto punto, pero nunca hasta el punto
de Annelise, que quería mirarse de frente con el cocodrilo del manglar aunque
Fiorella le hubiese dicho que tenía la lengua como el cadáver de un cóndor en
los roquedales.” (p. 90)
El personaje de Annelise es el más inquietante. Se trata de
un personaje maquiavélico, capaz de mover los hilos de la trama desde la
crueldad y el morbo a partir de las debilidades de los otros (otras en este
caso). El perfil siniestro siempre encierra un gran magnetismo para los
lectores. A fe que Ojeda lo consigue activar con Annelise, mientras construye
una notable empatía en torno a Fernanda.
En definitiva, quien se atreva a adentrarse por los
siniestros pasadizos que propone Mandíbula,
se encontrará con un excelente ejercicio literario de una autora que conoce el
oficio, desarrollado con un notable uso del lenguaje, y una capacidad asombrosa
para componer la trama desde distintos planos con estrategias narrativas
distintas para cada uno de ellos, que alterna en cada capítulo: una
focalización rayana al flujo de conciencia, el uso de voces y sonidos externos
en el desarrollo mismo de la narración que me han recordado a alguno de los
recursos que utiliza George Saunders en 10
de diciembre, la conversación sin acotaciones, el diálogo donde solo
conocemos la voz de uno de los interlocutores, el ensayo literario. Y, por
encima de todo, la metáfora de la mandíbula que da título al libro, la imagen
de la madre, protectora y destructora a la vez, que toda mujer parece llevar
dentro.
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lunes, 30 de julio de 2018
Grande Vilas. Grande Ordesa - Suburbano
Grande Vilas. Grande Ordesa - Suburbano
La secuencia lógica de mi serie, que rompí en la pasada
entrega, pretendía comparar la literatura del yo escandinava, a la que dediqué
mis dos primeras entradas, con el mismo fenómeno en España, a partir del enorme
éxito que ha acarreado la publicación de Ordesa,
de Manuel Vilas (Barbastro, 1962). Philip Roth,
el azar de su muerte, se cruzó por medio, como la muerte de los padres de Vilas
se cruza por la trayectoria literaria del autor aragonés para que acabe
escribiendo esta novela.
El libro de Vilas es un huracán, un terremoto en una
literatura tan pudorosa y católica como la española, donde los que practican la
autoficción siempre esconden su intimidad. Lo deja claro el mismo autor en este
artículo. Lo explicita en Ordesa: “No
me importa exhibir la vida de mi padre. Aunque en España nadie quiere exhibir
nada. Nos vendría muy bien escribir sobre nuestras familias, sin ficción
alguna, sin novelas. Solo contando lo que pasó, o lo que creemos que pasó.” (p.
127) Eso es mucho decir en un libro que parece no tener estructura más allá de
los recuerdos del autor=narrador (en este caso), con los que la persona lectora
tropieza de forma caótica.
Desde la cita inicial y la primera frase: “Ojalá pudiera
medirse el dolor humano con números claros y no con palabras inciertas” (p. 9),
este lector se ha encontrado un escrito arrebatador. No soy el único que lo ha
dicho a estas alturas, así que solo puedo sumarme a las múltiples voces que han
quedado subyugadas por el verbo de Vilas.
Es largo el camino que ha recorrido el autor desde aquella
discusión con el también escritor Diego Doncel (Malpartida de Cáceres, 1964).
En Lausana. Allá por 2012, en un congreso en homenaje a Juan Goytisolo donde el
malogrado escritor expatriado no apareció por motivos de salud. En aquella
ocasión, Vilas afirmaba que el mercado siempre acaba acogiendo al buen
escritor, y lo ejemplificaba en la figura de Roberto Bolaño. Ahora su
perspectiva ha cambiado. No hay más que ver las duras críticas que vomita sobre
el capitalismo (pp. 14-18). La crisis económica le ha pasado factura. Pero
también la vida, a partir de las experiencias que él mismo relata, algunas
arrebatadoras, como la borrachera que coge cuando le conceden el crédito con el
que comprará su piso; o el encuentro con el campeón español de boxeo ya
fallecido: Perico Fernández. Sus borracheras, su alcoholismo, se detallan en la
narración, a veces con imágenes muy hermosas: “Quien ha bebido sabe que el
alcohol es una herramienta que rompe el candado del mundo” (p. 91) Pero siempre
acompañadas del dolor del que se sabe enfermo.
Vilas construye desde la poesía, de ahí esa supuesta desestructuración,
que ilustra muy bien a partir del personaje real de la madre, una persona
caótica y desordenada, como el propio narrador, en su caso, a la hora de
exponer los hechos. En realidad, Vilas siempre mantiene el mismo proyecto desde
sus primeros libros en prosa, como España
(2008). Fue una forma de escribir que se inició con él y con la obra narrativa
de Fernández Mallo (A Coruña 1967), tal como postuló en su momento Eloy
Fernández Porta. Se basaba en utilizar la poesía como una guía para la
narrativa, a partir de una estructuración poética de las novelas. Que la prosa
de Vilas bebe de su poesía está más que claro. Eso se observa a la perfección
en el epílogo de este libro que hoy reseño, donde los lectores encuentran numerosos
poemas escritos con anterioridad a Ordesa,
pero de los que mama Ordesa. Por eso
cuesta encontrar la estructura interna del relato. Pero existe. Es poética.
Lo que sucede en Ordesa
es que el yo de Vilas ha llegado al centro de ese proyecto para relatar la
historia de sus padres desde la memoria. A partir de ese entramado reconstruye
la vida de la clase media española durante el franquismo. Pero es una historia
poética, o donde la poesía se convierte en la protagonista y los padres en
símbolos líricos, como simbólicos son los nombres que da a las personas que
aparecen en el texto, todos grandes de la historia de la música clásica. Vilas
funda el mundo a partir de esos nombres y de las palabras de su padre, como si
fuera un Dios (p. 97). Interpela a los que ya no están presentes, pese a que:
“El hecho de que jamás pueda volver a hablar con ellos me parece el acontecimiento
más espectacular del universo, un hecho incomprensible” (p. 121). Y construye
la vida de las personas de forma simbólica a partir de los objetos de consumo:
el aceite de oliva de la madre, el coche del padre. Son siempre objetos baratos
y, sin embargo, sobrenaturales (p. 175). A fin de cuentas: “El pasado son
muebles, pasillos, casas, pisos cocinas, camas, alfombras, camisas. Camisas que
se pusieron los muertos.” (p. 218) Resulta un recorrido lógico. Pero es, además
el camino a través del que Vilas acaba dando una vuelta al calcetín que llevaba
en Lausana, en su discusión con Doncel. Ahora es el buen escritor quien acaba
domando al mercado con esos recuerdos, aderezados con hermosas imágenes, un
mercado gris y deprimente como era el de la clase media-baja durante el
franquismo.
Y todo este recorrido sirve para comprender que el verdadero
Vilas, si es que eso existe, dada la complejidad de las personalidades humanas,
es alguien que tiene miedo: “en lo más hondo de mi psicología reina el miedo.”
(p. 40) Ese miedo se huele página a página, imagen a imagen, en Ordesa: “No puedes renunciar a la
catástrofe, es el gran orden de la literatura, el viento de la maldad y el
viento de todas las cosas que han sido.” (p. 197)
En conclusión, por la fuerza de las palabras del texto, y la
inteligencia en el uso del lenguaje, de la sintaxis, que rompe cuando le da la
gana con una potencia abrumadora, de las metáforas, de las imágenes, Ordesa es el libro del año. La grandeza
de Vilas, que se reinventa a cada paso, sigue creciendo. Eres grande, Vilas,
muy grande.
martes, 3 de julio de 2018
Un paseo por un puñado de buenos relatos - Nagari Magazine
Un paseo por un puñado de buenos relatos - Nagari Magazine
Una vez más, inicio esta columna con una lectura muy
sugerente. Me duele mucho haberla atrasado tanto. Me duele tener la mesa de mi
despacho dominada por una altísima hilera de libros que me gustaría leer ya. El
(poco) tiempo me impide hacerlo. Por eso me duele escribir sobre un libro que
salió hace un año, obra de un autor al que sigo hace tiempo, del que ya hablé aquí.
Pero es mucha la cantidad de obras que se publican. Y no ha sido hasta este mes
cuando he podido leer Un paseo por la
desgracia ajena, una colección de 17 cuentos, último trabajo publicado de
Javier Moreno (Murcia, 1972).
Para empezar, escribiré sobre el título. Pocas veces una
frase acierta tanto con el contenido de un libro como la que se utiliza para
encabezar el texto de Moreno. Se trata de un acierto más destacable, si cabe,
si tenemos en cuenta que se trata de una colección de piezas sueltas. Pero no
hay lugar a dudas, “un paseo por la desgracia ajena” es el tema del libro.
El autor, matemático y profesor de matemáticas, no rehúye
los asuntos matemáticos y filosóficos que pueblan sus anteriores obras. Sin ir
más lejos, en la primera pieza: “Boca abajo”, el protagonista se interroga por
la ley de probabilidades y cómo describe nuestra existencia (p. 10). Y en “El
discurso del método” un narrador muy peculiar nos lleva a la reflexión
filosófica. También utiliza esa ciencia ficción en tiempo real de la que hizo
uso en su anterior novela y que llevó a algunos
críticos a compararlo con Michel Houellebecq (en “Phoenix”, “Selfie-vamps” y “ELLO”). Pero lo que
prima en este texto es la miseria de la existencia humana y cómo el autor la
enfrenta a partir de estrategias narrativas. Moreno sigue indagando en el dolor
cotidiano de las personas, como ya hacía en Acontecimiento,
a través de su propia experiencia y de la imaginación.
Cabe decir que La escritura de Moreno me sigue impresionando
tanto como la primera vez que le leí. Me refiero a ese estilo limpio, conciso
que no encierra ni una frase mal escrita. En este libro, dada su naturaleza,
ese estilo se combina con distintas estrategias narrativas. De esta forma, la
persona lectora se encuentra con el asombroso caso de una figura del doble que
no protagonizan los personajes, sino las camisas que se pone (“Dos camisas
iguales”). O descubre un original juego de narradores en “El arquitecto y la
modelo” para plasmar la incomunicación que existe entre el ideal y el deseo.
He dejado para el final los tres cuentos que más me han
gustado. Uno es “La criada” trasunto de “Casa tomada”, de Cortázar, en el que
un acomodado padre de familia se deja vencer por la alegría de su asistenta,
que se bate en retirada tras la cortante respuesta de ella a una invitación:
“Usted ya me paga” (p. 35). El uso del absurdo en este relato es sublime. Otro relato
excelente es “Dos parejas”, por la cuidada estructura de dos hombres creadores
y dos mujeres analistas que ponen sobre la mesa el discurso feminista con un
desenlace final sorprendente. Y me quiero despedir con “Gota de ámbar”, el
segundo cuento de la colección. El terrible final, que no revelaré, como es
lógico, se me antoja la síntesis del buen hacer de Moreno. El relato se cierra
con la frase justa después de que a la persona lectora se le ha presentado a
través de la lectura el peor de los dramas, que Moreno hila mediante un
narrador, unos diálogos medidos y unas escenas que hacer presentir lo que está
por venir. Se trata de un cuento redondo, de los que dan envidia, que muestran
el talento, la originalidad, la imaginación y la capacidad de introspección de
su autor. Espero que Moreno siga obsequiándonos con muchos más textos de este
nivel en el futuro. Espero poder leerlos en cuanto salgan. ¡Ojalá!
jueves, 28 de junio de 2018
El Nobel del Yo - Suburbano
Interrumpo la secuencia lógica de mi serie por culpa de la
muerte de Philip Roth (1933-2018). No creo que podamos hablar de literaturas
del yo sin detenernos en la obra de Roth, un autor del que la crítica ha dicho
que toda su obra podría ser considerada como testimonial.
Eso salta a la vista en Patrimonio,
en donde el escritor judío-americano narra los últimos días de su padre tras
serle diagnosticado un tumor cerebral. A partir de ahí, reconstruye la vida de
su progenitor. La incapacidad de ayudar a su padre, la impotencia del autor, al
que el padre le reprocha que sea incapaz de dejar de escribir ni siquiera por
un momento en esos instantes tan difíciles, se destila de cada página del
escrito, convirtiéndolo en un testimonio del duelo. La escritura se revela como
el bálsamo al que se aferra el autor para superar el trago. También es el medio
a partir del que relata una vida, la de su padre, de una forma sincera y
directa, recuperando su carácter controvertido, mostrándolo capaz de flirtear
con mujeres mayores una vez viudo, pese a su situación.
Patrimonio es un
canto a la vida pese al duelo, pero no se trata de la única forma en la que
Roth enfrentó el hecho autobiográfico. Lo hizo también mediante otras
estrategias más tangenciales. En La
conjura contra América, Roth vuelve a utilizar la figura del padre, pero lo
hace mediante un recurso propio de la ciencia ficción. El autor imagina la
derrota de Franklin D. Roosevelt en las elecciones presidenciales frente a Charles
Lindbergh, reconocido simpatizante del nazismo, y contrasta este hecho con las
experiencias vividas en el colegio. La consiguiente radicalización del gobierno
de los EEUU y el posterior ascenso del antisemitismo en América son las excusas
para levantar una nueva semblanza del padre y de su dignidad humana.
También la experiencia autobiográfica es la que guía el
argumento de Indignación. La novela
narra la historia de un joven estudiante judío que cambia de universidad para
alejarse de la tiranía paterna. Allí inicia una relación sexual con una
compañera de estudios que lo descolocará. Eso y los encontronazos con el nuevo
decano lo acabarán enviando a la Guerra de Corea, donde muere. En esta novela
corta, Roth recupera su juventud en Newark en un entorno familiar judío, así
como sus años en la universidad, trazando un relato de uno de los temas
principales de su literatura: la influencia de la geopolítica, el biopoder y la
autoridad en el destino de nuestras vidas individuales. La novela no la narra
Roth, sino un tal Marcus Messner, pero esta no es la única voz interpuesta que
utiliza Roth para narrar la experiencia biográfica, tampoco es la principal. El
narrador preferido de Roth para explicar su biografía, aunque sea de manera
indirecta, es su alter ego: Nathan Zuckerman. Es este quien toma la voz en una
de las obras más brillantes de Roth: Pastoral
americana. La novela vuelve a enfrentar al individuo con la potencia de la
geopolítica en la figura de Seymour Levoy, un empresario judío de éxito que se
arruina por la radicalización y posterior transformación en terrorista de su
hija durante las protestas por la Guerra del Vietnam, lo que conlleva el derrumbe
familiar, que coincide de forma cronológica con los hechos del Watergate.
Zuckerman reconstruye la vida de Levoy, ya fallecido, así como los acontecimientos
que le llevan a la desgracia. El libro está inspirado en un personaje real:
Seymour Masin que, como el protagonista, se apodaba “el Sueco” y había sido una
figura en el instituto, brillando especialmente en atletismo. Triunfó
posteriormente en los negocios, siendo muy admirado entre la comunidad judía de
Newark. Que su final haya sido tan dramático como el del personaje de Roth ya
es cosa que solo el autor sabrá, pero el uso de elementos autobiográficos
resulta evidente.
En definitiva, se nos va uno de los grandes de la
literatura, un autor que no lo sería tanto si no hubiera sido fiel a la
tradición judía de la memoria, haciendo muy buen uso de las narrativas del yo
desde muy distintas perspectivas y a partir de diferentes estrategias; la
muestra de que la experiencia personal es la mejor fuente de inspiración
literaria. Descanse en paz.
lunes, 4 de junio de 2018
Un homenaje para W. G. Sebald - Nagari Magazine
Un homenaje para W. G. Sebald - Nagari Magazine
Aunque el libro se titula Un final para Benjamin Walter, otro autor alemán es quien planea
por toda la obra. Se trata de W. G. Sebald. No en vano, Sebald fue el escritor
que dio voz a las víctimas de la cultura judía que fueron perseguidas por los
nazis, como Benjamin. Que en el título se haya intercambiado el orden del
pensador judío-alemán de la Escuela de Frankfort es un juego irónico del autor,
Álex Chico. En las páginas de su libro nos explica cómo ese fue el nombre que
figuró en su certificado de defunción (p. 139).
Sebald es el aliento tras el cual crece la prosa de Chico,
que es de carácter reflexivo como la del escritor alemán, más narrativa que
novelesca, que le permite identificarse con el pensador al que le sigue los
pasos y descubrir el enclave en el que acabó con su vida: el peculiar pueblo de
Portbou. A Sebald nos lo encontramos citado en la página 25. Y el recuerdo de Campo Santo, libro póstumo de Sebald y
palabra citada en la página de 43, le viene al lector a recorrer con los ojos
la descripción que hace el autor del cementerio de Portbou. Hay capítulos que
arrancan como un guiño al genial autor alemán, como: “Me cuesta, aún hoy,
describir el estado actual, aunque las haya visitado en varias ocasiones y vuelva
a ver las fotos una y otra vez.” (p. 60) Y hay reflexiones a la pintura. Tal es
la mención al Angelus Novus de Paul
Klee (p. 93) y, muy especialmente, a Mathias Grünewald, unos de los pintores de
cabecera de Sebald, citado de forma extensa en el poema en prosa que fue su
primer libro: Del natural. Es más, se
puede considerar a este libro como un homenaje al malogrado autor germano y su
proyecto literario cuando, refiriéndose a los restos de Benjamin, se leen
frases como: “ahí no solo reposa lo que queda de un hombre, sino la suma de
restos y de personas que alguna vez huyeron de la barbarie.” (p. 47) Sin
embargo, al incluir a los refugiados de Siria y otras personas que sufren la
persecución que padeció Benjamin en otros contextos, Chico amplía el ámbito histórico
que trabajo Sebald.
También es un homenaje a Portbou, ese pueblo que se
construyó aceleradamente con la llegada del ferrocarril a la frontera y que, en
las descripciones de Chico, parece que va a acabar engullido por el paso del
tiempo, porque, como Sebald, el autor entreteje el relato de viaje en la
narración —de ahí la cita de Jorge Carrión (p. 109)—. Chico se detiene en sus
habitantes, en los artistas que han recorrido sus calles buscando la huella de
Benjamin, como Dani Karavan, o que habían iniciado allí su propia carrera
artística, como Frederic Marès. Es en esa parte del relato, donde Chico se
separa del homenaje y construye su propia lírica. Utiliza frases encadenadas
hermosas y profundas: “Aún no sabía que existen territorios que sí se crean y
se destruyen. Pueblos, como Portbou, que nacieron de la nada y se encaminan
hacia ella. Lugares que desaparecen de la misma forma que llegaron, sin que
nadie lo note, como si comenzaran a borrarse de un lienzo que volviera de su
estado anterior y se quedara otra vez en blanco” (p. 65). Me gustan
especialmente las disquisiciones que Chico hace respecto a la narración (p. 133
y p. 191), más allá de la novela, porque eso es lo que me parece el libro, una
narración novelada que utiliza técnicas de la ficción, mucho más que una novela
que utiliza técnicas narrativas de la no ficción. Y es en este plano, el de la
descripción de Portbou, donde encontrará al personaje que sustituirá a Benjamin
en su imaginario como un nuevo pensador errante en la figura de Sílvia
Monferrer.
Se llega al epílogo: “La densidad del círculo”, que para mí
es la cúspide del libro, en donde volvemos a encontrarnos con el fantasma de
Sebald. Como este, Chico menciona su primera publicación, un poemario, y como
el autor alemán, Chico trata de cimentar su prosa desde ese poema. Allí, en dos
párrafos finales que no citaré para evitar spoilers, se nos revela la
naturaleza del escrito, y todo el mensaje que que encierra esta búsqueda: la
búsqueda de Benjamin, la búsqueda del arte…
domingo, 3 de junio de 2018
Otra voz - Suburbano
Otra voz - Suburbano
La crítica ha
identificado en el éxito y la narrativa de Karl Ove Knausgård, el escritor que
protagonizó el inicio de esta serie sobre literaturas del yo, los ecos de una
tradición confesional protestante muy propia de los países escandinavos, en la
que el individuo abría su interior para dejarlo en carne viva, como sucede con
la autobiografía del pintor Carl Larsson (1853-1919) o los diarios del filósofo
Søren Kierkegard (1813-1855). Dentro de esa tradición podría incluirse una obra
que salió coincidiendo con la publicación del ambicioso proyecto del autor
noruego. Estoy hablando de Otra vida
(Destino, 2015), del afamado dramaturgo y escritor sueco Per Olov Enquist (Hjoggböle,
1934).
El libro habla,
sencillamente, de la vida de Enquist, pero lo hace desde una perspectiva
diferente a la que realiza Knausgård. El recurso fundamental del texto es el
uso de la tercera persona para describir la vida del autor. El título alude a
ese recurso. De esta forma, el escritor sueco no es más que otro personaje dentro
de la historia, un niño huérfano que crece en una aldea rural de Suecia hasta
trasladarse a Uppsala, hacerse un escritor de éxito y acabar al borde del suicidio
en su vejez por culpa del alcoholismo.
La parte más
importante del libro es la primera, en donde se relata la infancia de Enquist junto
a una madre pietista, protestante ferviente, que impregna de culpabilidad y
humildad la infancia del niño. El conflicto entre el infante pietista que va
para párroco con la aquiescencia de la madre, y el chaval al que le gustan los
tebeos de Flash Gordon y el fútbol queda perfectamente reflejado. También la
lucha de clases que esa tensión encierra. Todo el relato, que el autor sueco
construye de su vida con estilo contenido y conciso, está condicionado por esa
infancia. Eso demuestra que la estructura del libro está muy bien pensada. Por
otra parte, el crudo análisis que hace del niño bueno que encierra secretos es
un tipo de disección literaria que se echa en falta en la literatura en
español, siempre emparentada con la autocompasión cuando se habla en primera
persona. De la misma forma, la figura del maestro aparece aquí de una forma muy
distinta a la de la tradición hispana. Mientras que en la literatura en español
la figura del maestro siempre está asociada con la ilustración de las clases
subalternas, en la literatura escandinava el maestro es un representante de la
democracia liberal que está enfrentado con la clase obrera.
También se hace
hincapié en “las encrucijadas de la vida” (p. 106), que cambian nuestra
existencia. En su caso, cómo, al no haber sido admitido en la escuela de
magisterio, Enquist inicia la que será una exitosa carrera intelectual forzado
por las circunstancias.
Sin embargo, el
tiempo de la infancia se extiende en demasía y, sobre todo, se desaprovecha el
recurso más destacable del libro. No se utiliza toda la potencia que otorga la
tercera persona, que permite ser duro con todos los personajes del relato,
incluido el principal, que no es otro que el autor, en aras de la humildad que
predica el narrador el todo momento. Al contrario, el texto encierra pasajes muy
codescendientes: “Muchos años más tarde, durante sus vidas innegablemente
exitosas, conservarán esa mutua y tolerante simpatía” (p. 152). Y en ningún
momento se entra en la intimidad del autor. Se narra la biografía del personaje
público, no la intimidad de la persona.
Esa es la gran
diferencia con Knausgård, más allá del uso de la tercera persona,
aunque también encierre puntos en común: el uso de la narración fragmentaria, y
el drama del alcoholismo, que parece estar muy presente en los escandinavos que
rebasan la barrera de los 40 años. Sin embargo, Knausgård lucha por tener éxito
en la literatura, y eso es lo que nos narra desde su intimidad. No por haber
tenido éxito se ve en la obligación de contar su vida como Enquist, quien, por
otra parte, tiene la suerte de estar siempre en el lugar y el momento
adecuados, como resulta ejemplo su testimonio de los atentados en la Olimpiada
de Múnich de 1972.
Este es un libro que
podría haber escrito cualquier narrador bien documentado porque no aporta nada
de aquello que la persona lectora desconoce de Enquist. No alude en ningún
momento a sus relaciones familiares, al fracaso de su primer matrimonio que
apenas deja entrever (“Hacer que su vida privada funcione le resulta difícil,
algo de lo que no se siente nada orgulloso” [p. 337]), a la relación con los
hijos, a las raíces de la crisis que lo aboca a la bebida. El interior del
autor queda cerrado. Solo se sincera con sus problemas de alcoholismo. Pero en
ese caso, lo hace porque es un secreto público entre los miembros de su familia
y entre sus amigos. Para haber sido un niño pietista, resulta extraño que
esconda tanto su intimidad.
En definitiva, creo
que el libro puede ser importante para la sociedad sueca, no tanto para las
sociedades hispanas. Muestra el camino hacia la liberalidad que ha hecho
famosos a los escandinavos en un momento en que se reivindican los logros de
mayo de 1968. Me duele hacer este juicio porque llegué al escrito por
recomendación de dos personas en las que confío plenamente. Sin embargo, la del
narrador que utiliza Enquist en Otra vida
no es una voz íntima. Se trata de otra voz, la del personaje famoso. Y ese es
un tipo de literatura que no es de mi interés.
lunes, 14 de mayo de 2018
Otras narrativas - Nagari Magazine
Otras narrativas - Nagari Magazine
En cuanto a la escritura, como en sus anteriores entregas, el estilo de Salvador Luis sigue siendo sencillo pero complejo y conciso. Se trata de una suerte de disección de las sombras que se ocultan tras los seres humanos, plagada de pequeños detalles que cambian la percepción de quien lee. Los recursos, sin embargo, se han ampliado, Salvador Luis sigue siendo un maestro de la brevedad, pero ahora incluye más elementos vanguardistas extraídos de su experimentación, y los combina con otros, como los diálogos sin acotaciones (“Versus”), la enumeración, el fragmento, un uso más vanguardista de la página y las imágenes, o el monólogo interior que ya utilizaba con maestría. En definitiva, la literatura de Salvador Luis forma parte de esas otras narrativas que, desde la experimentación y la asimilación de la periferia, acabarán por transformar la narrativa mainstream en español.
Breve, así consideré la literatura del escritor peruano-americano Salvador Luis (Lima, 1978) al valorar su anterior libro de relatos: Shogun inflamable. En su nueva entrega: Otras cavidades (Elektrik Generation), sigue siendo breve, pero ha añadido nuevas características a su estilo, además del sadismo que ya presidía su anterior libro, lo que enriquece su escritura y también la literatura escrita en español con nuevos referentes hasta ahora ajenos.
El primer atributo, aunque no es nuevo porque ya figuraba de forma enmascarada en sus anteriores obras, es la intertextualidad. Entre las historias cortas de Salvador Luis la persona lectora encontrará a un César Aira que se enfrenta a un segundo César Aira (“Animales sin salida”); a Zelda, la mujer de F. Scott Fitzgerald (“La desquiciada bailarina Zelda Sayre”); y a un Thomas Pynchon con tendencias psicopáticas (“Status panicus”). Salvador Luis, muy aficionado a la cultura pop, incluye a estos personajes literarios en su particular universo pop junto a Charles Mason y otros nombres que aparecen en sus libros anteriores. Estos personajes literarios reales, ahora de papel, llevan al autor a enfrentarse a una serie preguntas metaliterarias sobre el entramado de la ficción. En el caso de Zelda y su relación con Scott, por ejemplo, el narrador se pregunta: “¿quién es el personaje y quién el autor? ¿Existe un universo sayriano que contiene el universo de Fitzgerald? ¿Existe Scott sin Zelda?” (p. 18) Esos elementos metaliterarios conformarían el segundo de los atributos de las narraciones de Otras cavidades. El tercero es la experimentación, muy del gusto del autor, aquí ampliada con el uso del texto en la página, tal vez con la idea de la pantpágina de Vicente Luis Mora en mente a la hora de componer los relatos. El fragmento es el protagonista de la página en “Un tiburón en el patio”. Pero es especialmente en “Late Victorian Holocaust”, el último cuento y el más extenso, también el que más me gustó, donde, además de experimentar con imágenes y espacios, y jugar con referentes de la cultura pop, se observa mejor la importancia del fragmento en la escritura de Salvador Luis, otorgándole todo el protagonismo: “Una apertura en negro que absorbió la placidez de nuestra bohemia citadina” (p. 154). En el estilo del autor no es el único recurso experimental. También se identifica a partir del uso de listas (“Coreografía para principiantes de coreografía”, “Querida madre”) A todos esos atributos se une el Salvador Luis más psyco killer (psycho killer literario, se entiende), el de “Voz de un aliado”, “En las zanjas” o “El primer cementerio” —“Status panicus” sería una síntesis entre el anterior Salvador Luis y el autor que se nos presenta a través de estos relatos—; y su gusto por la ciencia ficción (“El Nuevo Teatro Anatómico”, “Versus”, “Post-Apocalyptic City [of Amoeba and Dust and Wind]”), la fantasía (“Coreografía para principiantes de coreografía”, “Un tiburón en el patio”) y el terror (“Querida madre”); y por todos los subgéneros considerados como periféricos por la literatura en español en el pasado, sin menospreciar la profundidad en sus planteamientos (“Arthur Shopenhauer y el meltdown”). No en vano “Versus”, otro de los relatos más destacables nos hace pensar sobre nuestra fanática dependencia de la tecnología en un mundo programado por su obsolescencia.
viernes, 27 de abril de 2018
Su lucha - Suburbano
Su lucha - Suburbano
En su Diccionario de las artes, Félix de Azúa
utiliza una historia para ilustrar la categoría “artista”. Recurre a una
anécdota, la de los judíos que eran transportados en largos trenes de
mercancías hasta los campos de concentración del Tercer Reich. Los viajeros
forzosos se organizaban en aquellos compartimentos opacos, sin ventanas, para
que uno de ellos pudiera llegar hasta lo más alto del vagón. Allí había unas
rendijas que permitían ver el exterior. El elegido narraba el trayecto. Solo
aquellos que capturaban la atención de los demás con su narración permanecían
en esa posición de privilegio. Azúa compara a estos elegidos con el concepto de
artista, con la función del artista en la sociedad.
Es importante
retener esta imagen a la hora de valorar la producción desde la literatura del
yo que está teniendo lugar en este momento. De la misma forma que no se puede
hablar de ese tipo de literatura en 2018 sin hablar de Karl Ove Knausgård (Oslo, 1968), el
escritor noruego que, en 2009, a sus cuarenta años recién cumplidos, decidió
poner negro sobre blanco toda su vida en una autobiografía en seis volúmenes
que abarca más de tres mil páginas, y que ha recorrido con un éxito prodigioso las
audiencias literarias mundiales, aunque con una recepción no exenta de
polémica.
El recurso
fundamental que utiliza Knausgård es el no recurso. No hay máscaras tras las
que esconderse. El autor se presenta al lector exponiendo su intimidad de forma
peligrosa, presentando sus amores y desamores, sus borracheras, sus actitudes,
su vida familiar y, sobre todo, la conflictiva relación con su padre. Todo ello
le ha granjeado una serie de quejas públicas —de su primera mujer, de otros
escritores— y alguna demanda judicial —de la familia de su padre—, además de un
éxito literario sin precedentes para un autor noruego. Ha vendido casi medio
millón de ejemplares de la primera entrega de su lucha: La muerte del padre, en un país de cinco millones de habitantes. Aunque
se vendieron poco más de treinta mil ejemplares en EEUU, un país donde el
consumo de libros es elevado, ha conseguido la admiración de nombres tan
destacados como Zadie Smith, Jeffrey Eugenides o Jonathan Franzen. Sus obras se
han traducido con notable resonancia a varios idiomas, en castellano en
Anagrama, que el mes que viene publicará la sexta y última entrega, la que más
relaciona la polémica cita que titula la saga con el escrito histórico de
Hitler.
Pero una obra tan
extensa que se publica en tan poco tiempo —el escritor necesitó tan solo de dos
años, escribiendo más de diez, a veces hasta veinte páginas al día— también ha
encontrado detractores. A partir de la metodología del autor, resulta evidente que se trata de
una prosa sencilla, que solo por momentos brilla con comparaciones poéticas del
tipo:
“Lo que yo percibía de las habitaciones era lo muerto, lo que se me
resistía, y no como la muerte en el sentido de vida que se interrumpe, sino
como ausencia, de la misma manera que la vida está ausente de una piedra, un
vaso de agua, un libro. La presencia de nuestro gato Mefisto no era lo bastante
fuerte como para reprimir este aspecto de las habitaciones, yo sólo veía el
gato en la habitación vacía, pero si entraba algún ser humano, aunque sólo
fuera un bebé, eso desaparecía. Mi padre llenaba las habitaciones de
desasosiego, mi madre las llenaba de dulzura, paciencia, melancolía, y, a
veces, cuando volvía muy cansada de trabajar, también de una suave y sin
embargo notable subcorriente de irritabilidad. Per, que jamás pasaba de la
entrada, la llenaba de alegría, ilusión y sumisión. Jan Vidar, que hasta ahora
era el único de fuera de la familia que había entrado en mi habitación, la
llenaba de terquedad, ambición y camaradería. Lo interesante surgía cuando
había varias personas juntas, porque no cabía más que una, máximo dos huellas
de voluntades en una habitación, y no siempre la más fuerte era la que más se
notaba. La sumisión de Per, por ejemplo, la cortesía que mostraba hacia las
personas adultas, resultaba a veces más fuerte que ese carácter lobuno de mi
padre” (La muerte del padre, pp.
121-122).
También es lógico
que apenas haya trama en la historia normal de un hombre normal, tal como la ha
definido el propio autor. Pero eso conlleva monotonía. Algunos lectores desengañados se han quejado del aburrimiento que les
provoca la lectura de las obras del noruego. Sin embargo, ¿se puede considerar
que la escritura de Knausgård es un bluf? ¿No se encuentra ningún tipo
valor literarios en su literatura?
Para responder a
estas preguntas solo puedo echar mano de mi experiencia lectora, como el autor
noruego echa mano de su experiencia vivida para escribir sus libros. Debo decir
que la primera entrega de la serie me pareció difícil. Cuesta entrar en un
libro que empieza reflexionando sobre la muerte en la sociedad contemporánea
para pasar de un salto a algunas vivencias infantiles del autor. Ese es el
volumen en que a este lector le queda la impresión de la aburrida existencia de
Knausgård, sobre todo, en el fragmento en el que narra su primera borrachera, un
fin de año. ¿Quién no ha pasado por lo mismo? ¿Es ese un acto existencial
heroico que merezca una narración? Sin embargo, la segunda parte, donde narra
el descenso a los infiernos del padre, muerto por una complicación médica tras
unos años de absoluta dejadez etílica, junto a la dramática decadencia de la
abuela paterna, da algunas pistas del estructurado plan que el escritor noruego
tiene y anima a continuar la lectura.
Por suerte para este
lector, la segunda entrega es completamente distinta. Empieza con un ritmo
endiablado en el que se observan desde primera fila las vivencias de un
matrimonio con tres hijos en sus vacaciones. Es una escena sencilla pero no
exenta de las tensiones en las que se reflejan la ansiedad, la rabia y el
resentimiento de la vida cotidiana. Cualquier padre se vería reflejado en ese
extenso pasaje. En el tercero de los libros, Knausgård se sumerge en su
infancia y en la desgarradora existencia con un padre maltratador. Para las siguientes
entregas, el autor evoca su experiencia como docente en el norte de Noruega con
apenas dieciocho años —la cuarta— y deja sus inicios como escritor para la
quinta.
De todas las
posibles virtudes literarias de la autobiografía de Knausgård, yo resaltaría la
planificación que desarrolla a lo largo de ella. Ese plan mental que mencioné
previamente. El autor elije los recuerdos de forma que acaban convirtiendo los
textos en novelas. Y estructura los volúmenes de manera que hasta que la
persona lectora no está bien entrada en la mitad de la saga, no descubre el
grado de crueldad que el autor sufrió de su padre. Con anterioridad apenas ha
ido dejando adelantos. No debe ser fácil cuando estás contando tu vida de
corrido. Has de tenerlo todo ya muy claro en tu cerebro. También resaltaría la construcción
de los personajes, en especial, la del padre, que no solo protagoniza la
primera entrega con su muerte y la tercera con las palizas de la infancia, sino
que aparece desde distintos prismas en todos los libros. Es así como el autor
nos da una visión poliédrica de un personaje fascinante pero terrible, un ser
que se consume en una agonía que se sintetiza en la rigidez y la arbitrariedad
durante la infancia y adolescencia del narrador, para pasar a atenuarla mediante
la autodestrucción a partir de la separación de su mujer y el posterior
compromiso con el alcoholismo pasados los 40 años. Se trata de una respuesta
individualizada a lo insoportable de la existencia que el autor solo describe
sin entrar en juicios más profundos en una narrativa que, por otra parte, está
plagada de juicios.
La obra de Knausgård es un reflejo de la
reacción social que, ante el simulacro de ficción que parece querer copar la
realidad, ha empezado a emerger en la literatura y entre los lectores. Es un
hecho del que ya advertía el escritor Miguel Ángel Hernández a raíz de su reseña sobre la última
novela de Delphine de Vigan: Basada en
hechos reales, que abunda en este debate, una realidad que en su momento me
pasó desapercibida a la hora de valorar La mala sangre, la novela de
Gabriel Goldberg, escritor argentino radicado en Miami, que es otro gran exponente
de esa literatura. Otra cosa es que esa narración “auténtica” lleve a la
monotonía y, en el caso de Knausgård, esté escrita con una sencillez que no
será del gusto de los lectores estilísticamente más exigentes.
En conclusión, lo
que más me gusta de Mi lucha no es la
voz del narrador, sino la mirada a través de la cual nos presenta una vida
particular, que todos sabemos que se inspiran en la realidad sin ambages. Esa
mirada entronca con el valor estético más reseñable: la capacidad de elevar esa
monotonía a un nivel superior, tal como hace el narrador de la anécdota de
Félix de Azúa, el hombre que va camino de su holocausto, pero es capaz de
narrar de forma poética aquello que pasa por delante de sus ojos.
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