sábado, 20 de febrero de 2016

El campo de batalla de un escritor - Suburbano

El campo de batalla de un escritor - Suburbano


Que un joven escritor ecuatoriano escriba una novela completamente fabulada sobre la Segunda Guerra Mundial, el nazismo y el Holocausto puede darse dentro de las posibilidades creativas de la literatura latinoamericana si ampliamos las posibilidades que ya mencionara hace muchos años Borges para la literatura argentina en “El escritor argentino y la tradición,” a toda la literatura americana producida en español. De hecho, El comienzo de la primavera la novela con la que Patricio Pron ganara el XXIV Premio Jaén de novela, es ejemplo de ello. Pero que la obra de la que estoy hablando fuera escrita en Barcelona y sea publicada ahora en México tras su flamante condición de finalista del concurso convocado por la Universidad Veracruzana, no deja de indicar dos cosas: 1) que la globalidad, que ya se manifestó en el caso de Pron, está ya muy presente en las letras hispanas para quedarse; y 2) que nos encontramos ante una buena noticia.

Pues esto es lo que ha ocurrido con La ruta de las imprentas, primera novela del escritor Roberto Ramírez Paredes (Quito, 1982). Y la buena noticia se la encuentra el lector cuando descubre una narración notablemente original para contar el drama que arrasó la Alemania de la primera mitad del siglo XX que podría resumirse así: William Robertson, un fracasado historiador, busca reconstruir la historia de Victor Vogel, misterioso escritor alemán que organizó un grupo de resistencia en una pequeña aldea al sur de Alemania: Fernhausen, habitada exclusivamente por judíos e imprentas, que evitó heroicamente la invasión nazi en pleno suelo alemán. Una historia que, en una combinación de heroísmo, ironía y producción literaria, lleva al narrador a recorrer media Alemania tratando de recomponer ese relato de imprentas prohibidas, libros quemados, escritores ocultos y guerra.
Pero no solo hay conflicto en una Alemania nazi inmersa en la locura bélica, y en los contradictorios documentos que van apareciendo en el texto. También lo hay en el narrador, que se ha enfrentado con su mentor académico, el historiador Mark Stangton, antes de iniciar su aventura. Ese enfrentamiento es el que le ha llevado a la búsqueda y reconstrucción de la vida y la obra de Vogel, pero tendrá consecuencias irreversibles, tanto en sus pesquisas como en sus relaciones sentimentales, y pondrá sobre la mesa del lector el conflicto irresuelto de su identidad. Sin ir más lejos, el descubrimiento de la verdadera situación de Robertson llevará hasta el límite su relación con Anna Weinberg, la joven encargada del Museo de la Defensa de Fernhausen y principal colaboradora de Robertson en su búsqueda además de amante. Sin embargo, el descubrimiento de una realidad y unas circunstancias muy distintas al discurso oficial que se ha pretendido transmitir durante décadas harán que el lector trate de no perder detalle de la trama hasta el final.

Una novela muy bien construida en su andamiaje estructural, en donde todo libro mencionado, todo documento citado, por muy imaginarios que resulten, tienen su peso en la trama. Y en el que a través de los manuscritos ficticios que aparecen, la persona lectora va desentrañando el misterio junto al narrador, que si bien al principio se posiciona por delante del lector, pronto es alcanzado en la búsqueda del misterioso escritor por culpa de su propio conflicto y de los sorprendentes giros que esconde el texto. Una suerte de metaficción bélica, al estilo de Enrique Vila-Matas o Roberto Bolaño pero con la ironía del Tarantino de Malditos Bastardos y la capacidad de un análisis descarnado del mundo del arte—más concretamente, de la literatura—y de los personajes que lo pueblan, además de tratarse de una reflexión de las relaciones entre literatura e historia y de una novela sobre la identidad. Un libro que no contiene ni una palabra de autoficción, sino que surge de la imaginación del autor implícito y del interés de Ramírez por la historia de la Europa del siglo XX. Una pasión en común no solo con Bolaño o Patricio Pron, sino también con autores de otras tradiciones como W. G. Sebald o William T. Vollmann, lo que hace pensar que nos encontramos frente a un narrador nato.

martes, 2 de febrero de 2016

Poesía espacial - Nagari Magazine



En un típico viaje en AVE entre Madrid y Barcelona, ante la vertiginosa observación de un paisaje que se escapaba a una velocidad de vértigo de mis ojos, pensé en lo fundamental que había sido ese paisaje que se me esfumaba para los poetas románticos o los escritores de la mal denominada generación del 98, y en lo mucho que la tecnología y los medios de transporte condicionaban esa observación. Pensé que los nuevos vehículos de un lejano futuro también condicionarían las observaciones de esos románticos y modernistas del espacio, emocionados por la contemplación del sol dominando su sistema, o por el azul turquesa del planeta que representaría su mito de origen. Pues bien, en su último poemario: Serie (Pre-Textos, 2015), Vicente Luis Mora iguala y supera esa observación, ya desde el inicio, cuando en el único poema del prefacio: “Épica de los gases constructores”, imagina las emociones del poeta que observa la galaxia más lejana en un universo en continua expansión.

En realidad todo el poemario podría formar parte de esa antología modernista del futuro por los dos elementos centrales que caracterizan la poesía de Mora:

1) El dominio de los recursos poéticos, como las citas referenciales a Quevedo (22), Valente (24) o Dante (27); el verso metapoético becqueriano (“Así debería ser la poesía” [14]); el uso de figuras retóricas como la aliteración (“el poema es gota, gorgoteo, boj de jerga” [35]), la cacofonía (“Porque la sequedad./ Porque la seca edad” [35] o el polisíndeton (“y se incrustaron entre las costillas:/ y se agarraron a tus intestinos:/ y se anegaron en tu digestión:” [37]); o el uso de las distintas variedades poéticas: verso libre, poesía en prosa, estrofa rimada, haiku...
2) La introducción sistemática de elementos tecnocientíficos para una mayor profundidad reflexiva de sus versos, siempre interesados en pensar la poesía desde la contemporaneidad.

El primero de los elementos resulta fundamental en un poeta que persigue la esencia del universo que nos envuelve y lo entronca con la historia de las ideas o el conceptualismo barroco—también con Borges y Valente—, y le lleva a tratar la realidad desde el escepticismo de Baudrillard. A partir de la mención al pensador francés, el segundo resulta lógico, pues Mora, como Baudrillard, está fascinado con la tecnociencia y la cultura de la imagen, y esa es una fascinación (escéptica) que viene de lejos, pues ya en su anterior poemario: Tiempo—aquí la reseña en mi blog—, la reflexión sobre la tecnología y la influencia del venerado y citado Ammons estaban muy presentes. Si bien en este caso nos encontramos con un poemario con una estructura y una intencionalidad muy diferentes.

Si en Tiempo nos enfrentábamos a un poema largo y único sin secciones, en Serie, como su mismo nombre indica y como el propio autor advierte en su bitácora, nos encontramos con series de poemas. El poemario se divide en 8 secciones o series y un poema final al alimón con Javier Fernández que ejerce de bonus track. De esta aplicación numerológica a la poesía destaca la última de las secciones, del mismo nombre que el poemario: “Serie (neuropoemas)”. En ella Mora convierte los poemas en matrices matemáticas cuadradas, cada uno con el mismo número de versos que de sílabas, que en orden descendente, colapsan en el esencial 1x1 final.

Si Tiempo dotaba a la experiencia (el viaje al desierto de White Sands) de un traje conceptual que analizara las imágenes de ese desierto que observábamos en el artefacto que suponía el poemario, Serie es más reflexivo. Tanto que en una sección como la cuarta: “Ecdótica de la imagen”, encontrarán muchas reflexiones en torno a la representación visual como: “¿Cuál es el estatuto/ ontológico de la imagen?” [62], y también mucho de numerología y de un lector de Leibniz atrapado en Black Mirror, pero ninguna imagen real.

Si en Tiempo la posición del texto en la página, la inserción de imágenes y los elementos tipográficos resultaban fundamentales, la influencia de Mallarmé en Serie es más de corte conceptual y va de la mano de Leibniz y Baudrillard.


Podría decirse que nos enfrentamos a un poemario más reflexivo, una nueva entrega del proceso de madurez del poeta, que convierte la narrativa de viajes que utiliza en “Historia de tres ciudades” en un poema en tres partes sobre historia de las ideas, capitalismo y deseo. Pero también podría decirse que nos encontramos ante el primer poeta modernista del espacio, capaz de convertir la “serie” de doce poemas que conforman “Los viajes de Saasbeim” en una aventura espacial que poetiza la emoción que se siente al atravesar un agujero negro.