sábado, 23 de enero de 2010

EL PENSAMIENTO CRÍTICO




Hace cosa de tres años contemplé por televisión la entrevista a la monja Teresa Forcades que le hizo Joan Barril en su programa literario, «Qwerty». Allí el presentador afirmó que ya no hacía falta creer en las Escrituras porque para eso estaba el Big Bang. Sor Teresa podría haber argumentado que la ciencia contemporánea forma parte del pensamiento crítico, que no elabora verdades absolutas, incluido el Big Bang. No dijo nada.


Dos años después, me la encuentro en Internet defendiendo verdades al parecer incontestables sobre la vacunación de la gripe A. Debo reconocer que hasta ahora la actitud de la doctora Forcades me causaba admiración. Para un defensor del pensamiento crítico, que gusta del ensayo y las columnas, no deja de ser aplaudible que una religiosa sea capaz de posicionarse a favor del aborto apelando al sentido común.


Es del dominio público que las grandes compañías farmacéuticas se rigen por criterios de racionalidad económica y por la búsqueda de beneficios máximos, y que las vacunaciones más masivas tienen lugar en países donde se ubican dichas compañías –EEUU, Francia, Gran Bretaña. También lo es que estos grupos gozan de una notable influencia en la Organización Mundial de la Salud (OMS). A esas ideas se aferra Forcades para elaborar un discurso impecable en su puesta en escena, con una estética de sencillez monacal –hábito incluido- y un lenguaje directo. Hasta se trufa el monólogo con una serie de datos científicos.


Ahí empiezan los problemas, pues no se mencionan las fuentes de esos estudios. Una línea de pensamiento crítica presenta los hechos pero permite al ciudadano sacar sus propias conclusiones. No es el caso de Forcades, y si el columnismo del futuro ha de construirse a partir de la edición de videos por canales públicos como YouTube, deberá elevarse el rigor en el tratamiento de datos.


La cosa se agrava cuando sor Teresa comenta que detrás de todo esto puede haber una conspiración para envenenar a grandes masas de población mediante las vacunas. Afirma que siempre han existido grupos que pretenden dominar el mundo y que éstos podrían estar preocupados por el exceso de población e interesados en reducirla a través de una gran pandemia. Después se desdice. Pero el mal ya está hecho. Lo que se presentaba como una discurso que abanderaba el pensamiento crítico frente a los intereses de los grandes medios se convierte en otra cosa: sensacionalismo.


La idea de la conspiración enmascara el interés por desentrañar las verdaderas razones de las campañas de las compañías farmacéuticas. No parece lógico que desde criterios de racionalidad económica se elimine a los consumidores potencialmente más productivos como son los habitantes de los países donde se va a hacer extensible el uso de la vacuna de la gripe A. Esa sería una reflexión crítica. Por eso las sugerencias de la señora Forcades no incluyen un consejo, el de que cada cual sopese su situación personal, sino un mandato, que no hay que vacunarse. Suena tajante, porque no se trata de un ejercicio de pensamiento crítico, sino de sensacionalismo crítico.


Una variante en catalán de exte texto se puede leer aquí.

lunes, 11 de enero de 2010

CUANDO LA INTENCIÓN NO BASTA

Autor: JORGE WAGENSBERG
Título: YO, LO SUPERFLUO Y EL ERROR
Editorial: METATEMAS DE TUSQUETS
Páginas: 283


Es de agradecer un libro en que un científico, una figura pública de la ciencia como es Jorge Wagensberg, ex director de CosmoCaixa y conocido ensayista y divulgador científico, pretenda crear puentes entre ciencia y literatura. Es de agradecer la colección de libros de ensayo en la que se publica el libro: Metatemas de Tusquets, dirigida por el propio Wagensberg (única en su género en el ámbito español junto con Drakontos de Crítica). Colección que no se conforma con haber publicado los títulos más mediáticos de la denominada Tercera Cultura –Brockman incluido-, sino que ha recuperado clásicos de científicos del siglo XX como Einstein, Schrödinger y Konrad Lorenz, así como algunos brillantes ensayos del pensamiento contemporáneo (René Thom, Ilya Prigogine, Stephen J. Gould o Lynn Margulis entre otros). Es de agradecer un texto que tras el prólogo se inicia con la siguiente frase (p. 19):

“Todo lo que no es la realidad misma es una ficción de la realidad. Cualquier representación mental de la realidad es ficción. La literatura es una ficción de la realidad. Cualquier género literario, incluido el ensayo, es en rigor una ficción. La ciencia también es una ficción de la realidad, pero una ficción todo lo objetiva, inteligible y dialéctica que, en cada momento y lugar, sea posible.”

Lo triste es que hayamos tenido que esperar hasta el número 100 de Metatemas para poder leer la opinión de Wagensberg sobre una influencia que muchos escritores contemporáneos -también españoles- están utilizando ya en sus ficciones, como es la interacción entre ciencia y literatura (por no hablar de los muchos escritores que la utilizaron en el pasado). Y que la calidad literaria de los cuentos que nos presenta Wagensberg deje mucho que desear.

El texto está dividido en dos partes. En la primera nos encontramos con un magnífico y original ensayista, algo que ya sabíamos (no es que lo diga yo, también lo han afirmado dos de los filólogos más importantes de este país como son Jordi Gracia y Domingo Ródenas en su libro El ensayo español, siglo XX). Wagensberg desgrana con sabiduría y sutileza las similitudes y diferencias metodológicas entre ciencia y literatura, que analiza mediante lo que él denomina los Tres Principios del método científico, que se exponen en el primer capítulo. El autor además, se apoya en metáforas muy sugerentes para apoyar sus tesis. Como la del árbol del capítulo 2, influencia posmoderna que le permitirá insertar en la segunda parte del texto una serie de fotografías de árboles rizomáticos. O la lotería cósmica de la página 44, que me parece una idea muy borgiana. No se puede negar que el “método” que utiliza el autor para comparar ciencia y literatura es cuando menos original. Y en el momento en que afirma que (p. 90) “el beneficio entre ciencia y literatura promete ser mutuo y fecundo”, este lector no puede estar más de acuerdo.

Pero Wagensberg desprecia el trabajo colectivo de la ciencia en algunos puntos de su exposición (cosa extraña para un científico dispuesto al debate entre científicos, sociólogos y antropólogos como el que entabló en el número 20 de la revista Archipiélago con Agustín García Calvo y Manuel Delgado) al no decir, por ejemplo, que la fórmula F = m·a no la postuló Newton de esa forma, sino que es la síntesis de su pensamiento en un lenguaje pretendidamente universal y en el que colaboró toda la comunidad científica. O al afirmar: “los principios del método científico están para depurar toda emoción personal del contenido de la ciencia”, donde no tiene en cuenta que esos principios están para intentarlo, aunque me temo que no siempre se consigue, como en el caso de Kepler, que quiso ver los sólidos platónicos tras los planetas y lo consiguió aunque no fuera cierto. Menos mal que los astrónomos que vinieron después supieron corregir sus errores y conservar los aciertos.

Parece que entre los científicos lo sociológico esté mal visto (aún recuerdo el bilioso comentario de Javier Moreno contra los sociólogos en una de las charlas del encuentro Ctrl-Alt-Del en La Casa Encendida de Madrid, concretamente, la dedicada a la relación entre ciencia y literatura). Supongo que se debe a los desmanes –que los hubo- de la sociología posmoderna para con la ciencia. Pero una visión crítica de los estudios sociológicos rigurosos no hace más que demostrarnos que la comunidad científica se estructura de esa forma porque la unión hace la fuerza. A fin de cuentas, ¿es el conocimiento quien elige la senda a desbrozar por la ciencia? ¿O es una comunidad, la científica, y de ahí el carácter irremediablemente humano de la producción científica y sus aciertos, así como su posible falibilidad? Precisamente, en la página 87, Wagensberg afirma que “ciencia es lo que los científicos dicen que es ciencia”. ¿Qué hay más sociológico que esa afirmación?

Sin embargo, flaco favor hace Wagensberg a la ciencia con la literatura que presenta en la segunda parte del libro, la de la aplicación en forma de cuentos de su teoría. Se trata de relatos de una calidad irregular, poco elaborados en su mayoría, con un trabajo léxico muy pobre, con errores básicos de punto de vista, ausencia de esas metáforas tan poderosas que utilizara en la parte ensayística, sin apenas estructura en muchos casos (una crítica imperdonable para alguien tan interesado por la estructura de las cosas como debería ser un científico). En definitiva, cuentos faltos de rigor.

Curiosamente, uno de mis recuerdos de la Facultad de Física era la importancia que el rigor tenía para los físicos –y que nuestros disgustos nos costaba a los estudiantes a la hora de los exámenes. Parece que Wagensberg no se ha enterado de que la literatura también es una disciplina rigurosa. Con otro estilo de rigor, donde la intuición, la corrección o el oído suelen ser más importantes que el método. Y en la que precisamente el cuento es el género que requiere de un rigor pluscuamperfecto por sus dificultades formales. Sino, que le pregunten a un escritor de relatos cuanto tarda en pergeñar un libro de cuentos. Alguien como Eloy Tizón, o como Miguel Serrano -de formación científica por cierto- que dedicó 6 años a componer Órbita, su último libro de relatos. O a alguno de los blogueros más preocupados por el cuento de las bitácoras hispanas, que saben de la dificultad de elaborar un cuento redondo, como Miguel Ángel Muñoz y su blog. O Sergi Bellver y la pasión por el cuento (y por otros géneros) que se respira al leer su bitácora. O Juan Carlos Márquez, un artesano del cuento desde sus dos vertientes, como profesor de escritura creativa y como uno de los cuentistas españoles más originales, que además de sus dos libros, Oficios y Norteamérica profunda, también publica piezas cortas en su blog. O el ya convertido en clásico Vivir del cuento de Antonio Jiménez Morato, ahora en su versión 2.0. O ese escurridizo hombre de barro que es Antonio Baez. O Jordi Roldán, cuentista muy interesado en las relaciones entre ciencia y literatura, ferviente seguidor de Wagensberg, que llegó a colgar diversas entrevistas en su blog, pero que a diferencia de éste, elabora mucho más sus ficciones.

Menos mal que Wagensberg es humilde en sus pretensiones y, tal como el mismo expresa, se conforma con que una de esas piezas de “literatura científica” sea del agrado del lector. Porque de los 108 relatos que componen esa parte del libro, yo sólo salvaría 9, y siendo benévolo.

Pienso en el affaire Sokal y me gustaría ver la reacción de los científicos si un literato se pusiera a hacer ciencia sin rigor. Precisamente, en este blog se realiza una defensa del diálogo entre las erróneamente denominadas dos culturas, pero tanto la ciencia como la literatura requieren de un rigor en su elaboración. Y no por ser respetado en una de estas disciplinas, se ha de ser bueno en la otra (el gran error de Platón), especialmente si no se le ha dedicado el esfuerzo suficiente.

La sociedad trata de estructurarse para que los productos culturales más válidos sean los que pervivan. La estructuración de la ciencia es evidente. Ya hemos hablado de ella. La literatura, con mecanismos igual o más complejos (editoriales, críticos, lectores, asesores, agentes), también lo intenta pese al mercado. Y si se manifiesta injusta, ya hay críticos o grupos emergentes que alzan su voz para intentar cambiar las cosas. Y con la llegada de Internet mucho más. Por tanto, productos de baja calidad que sólo se publican por el nombre del autor no ayudan a la literatura, ni en este caso, a la ciencia.

Vista la diferencia de nivel entre las dos partes del libro y el carácter vivencial de muchos de los fragmentos, el autor podría haber prescindido de la segunda parte. O haber utilizado el género diarístico, que casa más con su personalidad y se acerca de forma más natural al ensayo, para adentrarse en la narrativa. Porque las reflexiones que perviven en sus no-relatos (esta vez con carácter peyorativo), son interesantes. Y como suelen estar inspiradas en teorías científicas y el propio autor considera a la ciencia una ficción, resultaría de todo ello un libro ficticio y ensayístico muy interesante.

viernes, 1 de enero de 2010

UN LIBRO CON DOS CULTURAS

El pasado 17 de diciembre (el pasado año, por tanto) voy a la presentación del libro de Sergi CortiñasHistòria de la divulgació científica, para, en estos días de extremismos nacionales, afirmar mi bilingüísmo




Y, ¿qué me encuentro? Una charla titulada "Las dos culturas: 50 años después" como acto de clausura del Máster en Comunicació Científica, Médica y Ambiental de la UPF con la participación de Vladimir de Semir, Miguel Ángel Quintanilla, Gemma Revuelta, Josep Maria Casasús y el propio Sergi Cortiñas dispuesto a presentar su libro. Dos al precio de uno.

Una velada perfecta que se inicia con el parlamento de Miguel Ángel Quintanilla, Catedrático en Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Salamanca, que al hablar del problema de las dos culturas de Snow, deja caer si Snow no se cargó con su discurso la aparente armonía entre ciencias y letras. Qué quieren que les diga, no deja de tener razón. Aunque no lo veo tan claro cuando afirma que la división entre ficción literaria y cultura científica es evidente. Eso sí, sus 3 afirmaciones siguientes:

  1. No tenemos claro de qué hablamos cuando hablamos de cultura científica.
  2. Un gran científico puede tener ideas descabelladas sobre la naturaleza de la ciencia.
  3. No deberíamos renunciar a introducir valores éticos (humanísticos) en la cultura científica para frenar esa visión neoliberal de producción descontrolada que rige en la cultura científica actual.
me parecen todas acertadísimas.

Quintanilla le cede la palabra a Gemma Revuelta, subdirectora del máster, que habla sobre las dificultades de comprensión del lenguaje científico en la prensa frente al lenguaje literario por complejo que éste sea. Después hace referencia a la revista Nature y los science writers, a Unamuno, a divulgadores de la ciencia y a blogs sobre divulgación. Finaliza su parlamento citando las dos últimas revoluciones científico-tecnológicas: Internet y la biología molecular, por las que afirma que la literatura actual no se interesa mucho. Lamento discrepar. Precisamente esta bitácora, donde se analiza la nueva hornada de escritores españoles (mutantes o no) interesados en la ciencia, intenta demostrar lo contrario.

El debate finaliza con la intervención de Josep Maria Casasús, decano de la Facultat de Ciències de la Comunicació de la UPF, que asocia el discurso de Snow con el libro de Cortiñas, al que considera el representante de esa tercera cultura que anunciara Snow en su doble vertiente como científico (licenciado en química) y humanista (doctor en periodismo por la UPF).

Entonces se inicia la presentación, que Sergi Cortiñas respalda con un power point -muy divulgativo, por cierto- en el que explica las cuatro tradiciones divulgativas occidentales, que curiosamente, guardan estrecha relación con el debate sobre las dos culturas.

  1. El Renacimiento, en donde no hay separación entre ciencias y letras y cuyo máximo representante es Galileo con sus Diálogos.
  2. La divulgación francesa, que crece en paralelo con la Ilustración y que, como las letras francesas, está formada por una miríada de nombres (Voltaire, Flammarion, Verne,...), todos ellos importantes.
  3. La tradición centroeuropea, de origen prusiano, que quedaría descabezada con el nazismo, y que por su dimensión intelectual y ética, podemos considerar que no estaba separada de la cultura humanística. Su representante más conocido es Einstein sin lugar a dudas.
  4. La tradición anglosajona, la más influyente en la actualidad, que Cortiñas trata a partir de Darwin y su muy comprensible Origen de las especies, y que dará lugar a muchos buenos comunicadores durante los siglos XIX y XX, trasladando su centro de Londres a los EEUU.
Con lo que a uno le quedan las ganas de sumergirse en el texto, que esperemos que se pueda reseñar pronto en esta página.