miércoles, 29 de junio de 2011

LAS RAZONES DE LA HISTORIA


Por fin se ha podido estrenar en Barcelona Copenhaguen, la obra de teatro escrita por el novelista y dramaturgo inglés Michael Frayn. Acogida con notable éxito en Londres y Broadway. Merecedora de un premio Tony y una adaptación por parte de la BBC (lástima que por cuestiones de agenda mi reseña salga días después de haber finalizado las representaciones).

Copenhaguen escenifica el encuentro secreto que tuvo lugar entre los físicos Niels Bohr y Werner Heisenberg, creadores de la mecánica cuántica.

El texto se centra en la imposibilidad de conocer la verdad de las palabras de aquel encuentro. Presenta diferentes perspectivas del mismo hecho. En su honor, esta reseña será cuántica.

El encuentro tuvo lugar en el año 1941.

(Bohr y Heisenberg postularon las primeras versiones de la mecánica cuántica en la década de 1920.)

En esa fecha el ejército alemán había invadido Dinamarca y se especula que Heisenberg iba tras la bomba atómica (también los norteamericanos iban tras la bomba atómica, el denominado Proyecto Manhattan).

Su visión cuántica del átomo unió a Bohr y Heisenberg en una profunda amistad frente a las críticas de otros científicos como Einstein o Schrödinger.

El personaje de Heisenberg es contradictorio (así también lo describen sus biógrafos). Bohr resulta más interesado que digno.

El texto tiene mucho más de análisis de las relaciones entre el poder y la ciencia (en un periodo de guerra para mas inri) que de historia de la ciencia.

Heisenberg fue un niño prodigio. Un muchacho capaz de postular la mecánica cuántica matricial con 23 años. La edad con la que muchos ni siquiera han terminado sus estudios universitarios.

Algunos pasajes de la primera parte de la obra pueden hacerse farragosos para el espectador lego en física atómica. Por suerte, la obra remonta y es de interés para cualquier mirada inquieta.

Niels Bohr fue el padre de todos los físicos atómicos. Siempre invitaba a sus discípulos a reflexionar sobre las connotaciones filosóficas de sus resultados físico-matemáticos.

Contemplamos a los que fueran una vez grandes amigos, distanciados por las diferencias de la guerra.

Ese Heisenberg dramatizado que se queja amargamente porque no le dan la mano otros científicos que ensangrentaron la suya en el Proyecto Manhattan. Ese Bohr teatralizado que tuvo que salir huyendo de su país por sus orígenes judíos y acabó trabajando en Los Alamos.

Nos interrogamos frente a los entresijos que relacionan al poder con la ciencia.

Bohr fue uno de los pocos científicos de renombre que colaboraron con los físicos alemanes en el periodo de entreguerras, aislados de la comunidad científica internacional por la derrota en la Primera Guerra Mundial.

Recuperamos con todos sus claroscuros la humanidad de dos científicos que escribieron algunas de las páginas más importantes de la historia de la ciencia (y otras más oscuras).

Un texto magnífico y muy matizado. Lástima que una obra tan densa no permita un mayor lucimiento de los actores.

Las razones de la historia (en este caso, la de la ciencia).