lunes, 21 de noviembre de 2016

Es el sistema, chaval - Suburbano

Es el sistema, chaval - Suburbano



Las distopías suelen contar con un recurso argumental sistemático: un claro reproche al aspecto de la sociedad que más preocupa a sus autores. Así, 1984 es una reprobación al estalinismo de la década de 1930 y sus consecuencias, mientras que Un mundo feliz lo es al determinismo biológico de principios del siglo XX. Curiosamente, dicha estrategia da lugar a una consecuencia endemoniada: el miedo al cambio. Una crítica apocalíptica se convierte en el mayor apoyo ideológico para que algunas cosas sigan como están. Sin ir más lejos, pocos libros han hecho tanto por el capitalismo como la novela de Orwell. La distopía es, por tanto, un subgénero peliagudo dentro de la ciencia ficción.

Para evitar ese conflicto, Ricardo Manéndez Salmón sitúa la acción de su novela distópica: El sistema (Seix Barral, Premio Biblioteca Breve 2016), más allá del apocalipsis. El mundo que se describe es la consecuencia de aquel apocalipsis, aunque no se detallen sus causas, justo en el momento en que está a punto de producirse otro gran desastre. Un recurso excelente en una novela compleja, plagada de simbolismos. Eso y el hecho de no utilizar una geografía reconocible, convierten al texto en una fábula. Una estrategia que no impide que los problemas de la contemporaneidad y la experiencia personal del narrador permeen el libro.

La novela se divide en cuatro partes. En la primera: “En la Estación Meteorológica”, el Narrador con mayúscula se limita a hacer de notario del Sistema y de Realidad desde una isla de vigilancia en la que habita. Se observa un uso del léxico personal para la descripción de este universo (Propios frente a Ajenos, Realidad, todo en un contexto donde no falta el Panóptico de Foucault). También encontramos una reflexión sobre la escritura. En este sentido, hermosa es la definición que el Narrador hace de sí mismo, siempre en tercera persona en esta parte: “El Narrador, pues, es solo Narrador por vocación, su oficio […] es el de vigía, centinela, delator.” (16) De este modo, solo narra lo que es capaz de expresar. Lo demás lo oculta (52). Pero esto es problemático porque “el Narrador es consciente de ser un hombre que mientras escribe es observado por un censor implacable. Pero no es la censura del alma en incandescencia, a la búsqueda de un medio de expresión cada vez más refinado y potente, cada vez más audaz e insobornable, sino la vigilancia del funcionario que reconoce que la escritura es peligrosa.” (55) También problemático resulta el carácter folclórico de la literatura en un imperio tecnológico como es Realidad. De hecho, en toda esta sección se desarrolla una teoría de la literatura que finaliza con la conclusión: “Hay que escribir y contar como si el destino último de lo que se escribe y cuenta fuera no ser leído, no ser escuchado,” (96) poética y apocalíptica afirmación con la que, ni yo ni la teoría de los afectos estamos de acuerdo, pues presenta al escritor como un individuo aislado en una sociedad cada vez más intersubjetiva. Una afirmación que sacaría al narrador del paradigma performativo en el que está inmerso, pero sin dotarlo de uno nuevo, puesto que en realidad aboga por volver al antiguo paradigma moderno del escritor romántico que escribe para él mismo. Ese juicio, y otros sobre el arte que aparecen en la primera sección, esconden un análisis cultural del presente, con una focalización en el giro digital y su influencia en la sociedad (68).

El Narrador acepta su destino hasta que aparece el oráculo, que no es más que su doble, y anuncia que: “La Realidad es una catástrofe.” (48) Y ahí se inician sus dudas hacia el Sistema, hasta el punto de concebir la escritura como una insubordinación (76). Dudas que conllevarán al internamiento para reeducar al Narrador en la segunda parte: “En la Academia del Sueño”. Esta vez conocemos sus reflexiones mediante un cuaderno escrito en primera persona. Hay muchas referencias a Kafka y a la cultura alemana en esta sección, donde se describen las medidas coercitivas del Sistema en la figura de Klein, el supervisor de la Academia. Se entiende que en esta parte se realice un análisis postestructural del lenguaje (119). Gracias a ese análisis se desarrolla la descripción de uno de los elementos fundamentales de la mitología que arma Menéndez Salmón: el Dado (141). Esta parte es la que el narrador dedica a los escritores que pretendieron luchar contra el Sistema desde la alegoría. Es, por tanto, autorreferencial y le sirve para completar este tratado sobre los apocalipsis con la caída del mundo de los Propios en manos de los Ajenos. La alusión al concepto de bárbaro y una alegoría de la inmigración están aquí servidas.

La novela se debate en todo instante en una tensión entre la esperanza de un mundo mejor y la percepción cíclica de que, tras cada (re)vuelta, la sociedad retorna al mismo estado de corrupción. La tercera parte: “En el Aurora” es la que plasma de una forma más evidente esa dicotomía. Se narra con la segunda persona del singular. Es también la sección en donde se observa de forma más clara el uso de simetrías que desarrolla el autor, al incorporar nuevos elementos simbólicos. A la estación la sucede el barco y el Dado es sustituido por el juego. También aparecen personajes con poderes mágicos, como el niño  y la médium. En esta parte hay momentos muy hermosos, como el que otorga al débil el privilegio de contar (230), o la frase: “Cada persona que te rodea es preciosa por lo que representa.” (239)

La trama del libro se resuelve en la cuarta parte: “En la cosa”, en una clave posthumana y antropocénica que no revelaré por razones obvias. Solo diré que el autor sigue haciendo uso de las simetrías simbólicas y que continúa reflexionando sobre la función del Narrador.

A modo de síntesis, si hemos de hablar del estilo del texto, este es impecable, con frases rotundas en una temática difícil, marca de la casa del autor. Sin embargo, a este lector se le antoja que por momentos pesa demasiado la carga filosófica, que frena la lectura, en especial porque la trama se complica más y más, con nuevos elementos simbólicos que se han de asimilar. Eso es coherente con la propuesta estilística presentada en la primera parte. Pero otros escritores han construidos previamente mundos imaginarios herméticos y autónomos que han funcionado como alegorías de la realidad, aunque no lo han hecho en aproximadamente trescientas páginas. Por cuanto pienso que se debería haber echado mano de elementos de naturaleza sintética para aligerar el escrito. Sin mencionar algunos flecos que después no reaparecen en la trama, complicándola aún más, como el retorno al clasicismo griego en algunas islas del Sistema, que figura en la primera parte, y del que no tenemos noticias en el resto de la novela.


En definitiva, una novela de difícil juicio. Reconozco que se trata de una de las distopías más profundas que he leído, y que es un libro escrito con una belleza sin par en la actualidad. Pero pese a esa belleza, no he disfrutado de la lectura en todos los pasajes. Y no por las dificultades del texto, sino por esa pesadez de la que hablaba Zaratustra, que lo invade todo en algunos momentos. Si hago algo a lo que el narrador renuncia explícitamente y pienso en mi hijo, voraz lector a sus 7 años, no tengo muy claro que entienda mucho de lo que se relata cuando sea mayor y elija este texto de mi biblioteca. Y eso me preocupa tanto como lo que se cuenta en El Sistema

lunes, 14 de noviembre de 2016

'SIMBIOSIS' EN LA FERIA DEL LIBRO DE MIAMI

La primera presentación de Simbiosis: (Una antología de ciencia fición) tendrá lugar el próximo martes, 15 de noviembre, a las 8 de la tarde en la Feria del Libro de Miami. En Miami Dade College Wolfson Campus (Downtown Miami): Room 3209 (Bldg. 3 2nd Floor).


¡Les esperamos!

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Sobre 'Dios Conmigo' - Nagari Magazine

Sobre 'Dios Conmigo' - Nagari Magazine


Las conexiones debidas a las redes sociales, los blogs, las páginas colectivas… El diálogo en fin que se ha creado en torno a las nuevas tecnologías, que es el motivo principal de esta columna (de ahí su título), está aquí para quedarse. Y sin embargo, me siguen asombrando algunas de las comunicaciones que ahí/aquí tienen lugar. Es el caso del libro del que les voy a hablar hoy, Dios conmigo. Un texto que me llegó por invitación a mi correo electrónico desde mi blog, al que un usuario accedió después de consultar la barra del blog de Javier Avilés: El lamento de Portnoy, canónico entre los blogs literarios españoles.

Todo este camino, intrincado, para recibir una novela de la que no me quedó clara la autoría, pues no supe bien quién se escondía detrás de Camargo Rain ni cuál era su relación con su valedor, que fue quien accedió a mi correo. La cosa no dejaba de ser sugerente. La curiosidad mató al gato, y más cuando se me prometía que el texto, que ya estaba en Amazon, entroncaba con Pynchon, con Faulkner, con Galdós y con Valle.

Así que después de ciertos problemas técnicos, conseguí una versión para mi viejo Kindle y comencé a leer. Lo lamento, pero más allá de la frase larga, no he visto atisbos de la complejidad de Faulkner. Mucho menos de Pynchon, sus teorías conspiratorias y sus simpáticas bombillas parlantes. Quizá algo de Galdós y Valle, pero no desde luego sus potentes apuestas estéticas: la novela realista y el esperpento.

¿Qué es entonces Dios conmigo? A mi entender, que es igual de válido que cualquier otro y no pretende sentar cátedra, se trata de una novela histórica, con un claro héroe y una serie de circunstancias históricas que la rodean. El libro tiene carencias, pero también ofrece una lectura positiva. A mi juicio, el texto podría funcionar bien como novela juvenil si subsanara una serie de problemas:

1- Una estructura dramática más evidente, en la que los nudos narrativos se pudieran seguir de una forma secuencial, y en donde la persona que los lee tuviera claros los objetivos de los protagonistas, así como sus cambios de fortuna, y no la suerte de acontecimientos históricos circunstanciales que van salpicando la vida del protagonista principal: Ramón. Es cierto que una novela de aventuras siempre resulta episódica, pero hasta en el mismo Lazarillo, esa sucesión de episodios conlleva consecuencias que se leen como nudos narrativos. Y los relatos épicos no narran toda la vida de un personaje, sino aquellos momentos determinantes, como ocurre en El Cantar de Mío Cid. Si la novela no alcanza las cotas de complejidad de un Pynchon, mejor ceñirse a una estructura más manejable. No estamos hablando aquí de vida, que siempre está gobernada por las veleidades de las circunstancias, sino de literatura, y eso requiere de un plan. Por ejemplo, la acción se inicia con el trágico episodio de la muerte de los padres del protagonista. Pero entonces, ¿a qué todas esas páginas previas describiendo los recuerdos de infancia de Ramón y cargados de información innecesaria para lo que vendrá después?

2- Aunque el narrador hace un aviso al lector de que el lenguaje utilizado no va a ser arcaizante y, por tanto, no tiene que ver con el castellano medieval, en mi opinión, expresiones propias de la contemporaneidad como “¡Qué guapas…!”, o expresiones tan forzadas como “mis seres preferidos”, o “Tenía enormes ganas de hacerlo” después del primer beso, rompen el hechizo narrativo. No es necesario narrar con el lenguaje de la época, pero sí creando una atmósfera que haga que quien lea crea en la historia que le están contando.

3. Si estamos de acuerdo en que el protagonista es un señor de la guerra y la vida en la frontera es una vida al límite, como puede serlo ahora en Afganistán, resulta inverosímil (y peliagudo por sus consecuencias en este momento político en Europa) suponer que los hijos del protagonista “crecieron como crecen los niños”, sin dificultades añadidas.

4. Se observa un notable esfuerzo por recuperar en el texto la arcadia de las tres religiones. Sin embargo, el narrador patina muchas veces en consideraciones que plasman la (futura) superioridad cristiana, como la justificación de Leonor de que La Reconquista es la lucha por la vida. Debía serlo para los musulmanes también, tanto entonces como ahora, lo que justificaría aberraciones como Estado Islámico. O el hecho de considerar a los reinos musulmanes de “país inculto”, cuando su ciencia y su tecnología eran aún superiores a las de los reinos cristianos. Lo que sí se agradece, en cambio, es la apuesta por situaciones de justicia social, que tan poco han abundado en la historia de España, pese a los espectaculares cambios de fortunas, aunque eso sí es propio de la novela de aventuras.


En definitiva, creo que el libro y el autor tienen posibilidades futuras si trabajan a fondo las carencias, que es lo que deberíamos hacer todos, por otra parte.