lunes, 19 de noviembre de 2018

El diario de las noticias falsas - Nagari Magazine

El diario de las noticias falsas - Nagari Magazine


Las noticias falsas, los noticiarios elaborados a la medida del que los encarga, no son cosa solo de nuestros días ni del ínclito Donald Trump. Forman parte de un hilo de conexiones guadianescas que van apareciendo en la historia cultural. Esa es la realidad que lleva a Luis Alejandro Ordóñez a perseguir una obsesión que le ronda desde que lee una anécdota en El año de la muerte de Ricardo Reis, la novela de José Saramago, y, como buen narrador y buen periodista, necesita saber más de esa historia, como el yonqui necesita cada vez más de la droga que le permite tener un motivo para vivir.

Y Ordóñez se adentra en la anécdota: el New York Times que John D, Rockefeller (1839-1937) se hacía confeccionar cada día, publicado solo con buenas noticias. Y trata de reconstruir la historia, no solo de ese diario de encargo, también de cómo llega la noticia a Portugal con motivo de la muerte del millonario y cómo le alcanza a Saramago, que era un adolescente cuando murió Rockefeller. Y se sumerge en la historia. Y deja volar su imaginación y reconstruye el caso de la recepción de la increíble, la absurda noticia del multimillonario norteamericano que se hace confeccionar tan excéntrica publicación. Y construye una historia que ubica a un joven periodista con ínfulas literarias tras la pista de esa noticia y en competición con las otras cabeceras lisboetas, en un entorno aderezado por Ricardo Reis heterónimo del no mucho antes fallecido Fernando Pessoa, también citado. Y va más allá y se imagina al redactor de esa publicación de encargo, que no puede ser otra cosa sino un escritor, un narrador de historias que por la fortuna de conocer al viejo Rockefeller consigue darle un giro a su destino y dejar su trabajo en la construcción para dedicarse al sustento de la pluma, aunque sea inventando las noticias que transmite a su benefactor a través de ese periódico tan personal, ese diario hecho a medida. Y por eso, ante la noticia de la muerte del viejo Rockefeller, el narrador se imagina a Benjamin, que es el nombre que Ordóñez ha decidido para ese autor desconocido que obró el milagro de transformar las noticias con su inventiva, confeccionando su último ejemplar de encargo, que es el que descubrirá la prensa lisboeta y, más tarde, Saramago e incluso Juan Carlos Onetti o Juan Gabriel Vásquez. Y se entiende que Benjamin quiera entregar su último ejemplar y para ello vaya tras la tumba en la que está enterrado el millonario.

Y todo lo que buenamente les he intentado resumir, lo narra Ordóñez con la prosa directa y efectiva de un buen narrador y un buen periodista: “Al menos la foto era lo suficientemente grande como para mostrar al anciano en toda su dignidad. El hombre que quería vivir 100 años y que regaló casi toda su fortuna a la caridad. Qué mal gusto, no mencionar eso y en cambio tildarlo apenas de «Rey del petróleo»” (p. 52).

A veces el texto crece con la ayuda de internet (p. 110), otras del archivo y, las más, de la imaginación. A través esos tres vectores, hace reflexionar a este lector sobre la naturaleza de las noticias falsas tan de nuestros días, aunque Ordóñez le deje claro que no son solo de estos días, dejándole un buen sabor de boca al finalizar el texto. Así que lean El último New York Times. No les decepcionará.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Le recuerdo que Trump no hace los telediarios en USA, al contrario, los padece. Ojo, que es Trump el que se considera victima de las fake news, sobre todo de periodistas y periódicos de eso que llaman la izquierda exquisita norteamericana, sobre todo la izquierda de la pasta gansa, la izquierda pija neoyorquina.

cgamez dijo...

De acuerdo. Y desde una perspectiva puramente analítica, que es la que se desarrolla en este blog, también ha sido la izquierda intelectual la que ha erosionado el concepto de verdad durante décadas y, ahora que la extrema derecha le ha tomado la palabra, se arrepiente. Pero, ¿no cree usted que a Trump le encantaría ver telediarios hechos a medida, como a Rockefeller le gustaba leer diarios preparados? Es lo sórdido de todo esto, que todos queremos el control sobre la información hasta el punto de tergiversarla.

En todo caso, yo lo único que pretendía era realizar el análisis de una novela. Trump me sirve solo para ilustrar los tiempos.