En un comentario crítico de la anterior novela del autor: Los últimos días de Roger Lobus, Robert
Juan-Cantavella, uno de los dos presentadores de su último libro en Barcelona,
en la librería Calders, apuntaba al hecho de que, a la longeva tradición de la
literatura del padre, Óscar Gual (Almazora, 1976) incorporaba el humor. Pues
bien, el humor sigue siendo una marca de la casa del autor. En este caso, en El hombre de la mirada de piedra
(Aristas Martínez, 2018), el humor y la ironía permiten vertebrar escenas de
acción que parecen extraídas de un videojuego y que acaban siendo eso, la
parodia de unos personajes que pretenden ser héroes frente a la pantalla de
televisión con sus mandos respectivos: “Por eso aquí seguimos, suspendidos, sin
mover un dedo para no quebrar este frágil y reconfortante equilibrio. Esperando
que llegue aquello que no queremos que llegue nunca. Un lienzo costumbrista:
familia cualquiera frente al televisor cualquier noche en cualquier salón de
cualquier ciudad que no sea esta.” (p. 42)
El autor utiliza, por tanto, una mirada lúdica para
desarrollar temas de profundo calado. Lo cierto es que hay mucho de
gamificación en el libro. La novela intenta reconstruir la biografía de un extraño
personaje: Drákos Vasiliás, aka “El Chema”, aka Josep María Milhomes. Se trata
de un tipo que sufre el Síndrome del Savant, lo que le permite traducir la
realidad a relaciones matemáticas y, a partir de ahí, convertir sus habilidades
en ingentes beneficios para las corporaciones para las que trabaja, como
Pareidolia, el gigante financiero. Como no podría ser de otra forma, los
orígenes de ese oscuro Drákos tienen lugar en Sierpe, el territorio imaginario
en el que se desarrollan todas las novelas del autor. El narrador los cuenta a
partir del fulgurante ascenso, las esperpénticas andanzas, de corte nítidamente
berlanguiano, pero también mediante los juegos de estrategia y el clásico: El arte de la guerra, para llegar a la posterior
desaparición del trepa Milhomes. Esta estrategia no es gratuita, o no solo está
diseñada para que el autor vuelva a su territorio imaginario y utilice escenas
lúdicas. La trama de Gual nos señala que todo el desmadre que ha tenido lugar
en las últimas décadas con la economía no es global más que en sus
consecuencias. Tiene unas raíces locales que son las que engendran todo el caos
y el dolor posteriores.
El libro está dominado por un argumento de ciencia ficción,
el de la capacidad de entender la realidad desde parámetros matemáticos, que
casa muy bien con la profesión de informático del autor, y con los juicios
socioeconómicos que realiza. Pero es algo más que una novela de ciencia
ficción. La caótica investigación en busca de la narrativa que compone la
figura de Drákos es más sutil, con la gestión de notables cantidades de datos y
fragmentos inconexos, de la que puede llegar a dudar el lector como lo hace el
narrador: “ante situaciones imposibles de encajar, para las cuales no tenemos
referencias establecidas, pensamos que estamos pasando algo por alto. Porque no
disponemos de un relato bajo el cual guarecernos. Cuando puede que sea justo lo
contrario. Cuando, quizá, nuestra querencia por la narratividad se haya
convertido en un obstáculo.” (p. 210) Gual se está cuestionando la capacidad de
narrar. Me recuerda a Joel, el investigador robótico protagonista de la primera
novela del autor: Cut & Roll. Sin
embargo, a diferencia de esta última, en El
hombre de la mirada de piedra lo que prima en el narrador es la necesidad
de contar una historia.
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