Interrumpo la secuencia lógica de mi serie por culpa de la
muerte de Philip Roth (1933-2018). No creo que podamos hablar de literaturas
del yo sin detenernos en la obra de Roth, un autor del que la crítica ha dicho
que toda su obra podría ser considerada como testimonial.
Eso salta a la vista en Patrimonio,
en donde el escritor judío-americano narra los últimos días de su padre tras
serle diagnosticado un tumor cerebral. A partir de ahí, reconstruye la vida de
su progenitor. La incapacidad de ayudar a su padre, la impotencia del autor, al
que el padre le reprocha que sea incapaz de dejar de escribir ni siquiera por
un momento en esos instantes tan difíciles, se destila de cada página del
escrito, convirtiéndolo en un testimonio del duelo. La escritura se revela como
el bálsamo al que se aferra el autor para superar el trago. También es el medio
a partir del que relata una vida, la de su padre, de una forma sincera y
directa, recuperando su carácter controvertido, mostrándolo capaz de flirtear
con mujeres mayores una vez viudo, pese a su situación.
Patrimonio es un
canto a la vida pese al duelo, pero no se trata de la única forma en la que
Roth enfrentó el hecho autobiográfico. Lo hizo también mediante otras
estrategias más tangenciales. En La
conjura contra América, Roth vuelve a utilizar la figura del padre, pero lo
hace mediante un recurso propio de la ciencia ficción. El autor imagina la
derrota de Franklin D. Roosevelt en las elecciones presidenciales frente a Charles
Lindbergh, reconocido simpatizante del nazismo, y contrasta este hecho con las
experiencias vividas en el colegio. La consiguiente radicalización del gobierno
de los EEUU y el posterior ascenso del antisemitismo en América son las excusas
para levantar una nueva semblanza del padre y de su dignidad humana.
También la experiencia autobiográfica es la que guía el
argumento de Indignación. La novela
narra la historia de un joven estudiante judío que cambia de universidad para
alejarse de la tiranía paterna. Allí inicia una relación sexual con una
compañera de estudios que lo descolocará. Eso y los encontronazos con el nuevo
decano lo acabarán enviando a la Guerra de Corea, donde muere. En esta novela
corta, Roth recupera su juventud en Newark en un entorno familiar judío, así
como sus años en la universidad, trazando un relato de uno de los temas
principales de su literatura: la influencia de la geopolítica, el biopoder y la
autoridad en el destino de nuestras vidas individuales. La novela no la narra
Roth, sino un tal Marcus Messner, pero esta no es la única voz interpuesta que
utiliza Roth para narrar la experiencia biográfica, tampoco es la principal. El
narrador preferido de Roth para explicar su biografía, aunque sea de manera
indirecta, es su alter ego: Nathan Zuckerman. Es este quien toma la voz en una
de las obras más brillantes de Roth: Pastoral
americana. La novela vuelve a enfrentar al individuo con la potencia de la
geopolítica en la figura de Seymour Levoy, un empresario judío de éxito que se
arruina por la radicalización y posterior transformación en terrorista de su
hija durante las protestas por la Guerra del Vietnam, lo que conlleva el derrumbe
familiar, que coincide de forma cronológica con los hechos del Watergate.
Zuckerman reconstruye la vida de Levoy, ya fallecido, así como los acontecimientos
que le llevan a la desgracia. El libro está inspirado en un personaje real:
Seymour Masin que, como el protagonista, se apodaba “el Sueco” y había sido una
figura en el instituto, brillando especialmente en atletismo. Triunfó
posteriormente en los negocios, siendo muy admirado entre la comunidad judía de
Newark. Que su final haya sido tan dramático como el del personaje de Roth ya
es cosa que solo el autor sabrá, pero el uso de elementos autobiográficos
resulta evidente.
En definitiva, se nos va uno de los grandes de la
literatura, un autor que no lo sería tanto si no hubiera sido fiel a la
tradición judía de la memoria, haciendo muy buen uso de las narrativas del yo
desde muy distintas perspectivas y a partir de diferentes estrategias; la
muestra de que la experiencia personal es la mejor fuente de inspiración
literaria. Descanse en paz.
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