domingo, 21 de septiembre de 2014

“Estados Unidos no se entiende sin lo latino”. Entrevista a Eduardo Lago

“Estados Unidos no se entiende sin lo latino”. Entrevista a Eduardo Lago

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Eduardo Lago, es uno de los mejores escritores españoles que, paradójicamente, se esconde en la jungla de Nueva York, donde da clases de literatura en las aulas de SUNY. Además de haber ganado premios literarios tan prestigiosos como el Nadal o el Premio de la Crítica (España) en 2006, ha desarrollado una ingente labor entrevistando a las más grandes figuras de la literatura norteamericana contemporánea y es un gran conocedor de la situación de la literatura en español hecha en los EEUU. En esta entrevista charlamos con él de todos estos temas y de su última novela:Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee.
Me da la impresión de que toda tu narrativa está recorrida por una tensión entre la alta literatura y la literatura popular. En tu última novela: Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee resulta evidente por un lado con Hallux, nombre engendrado por Nabokov, y con Marlowe por otro (aunque la historia del nombre de Marlowe contiene una trampa que no revelaré al lector). En Llámame Brooklyn, con esos cuentos inspirados en Pynchon y Bukowski respectivamente. Incluso en tu libro de relatos, Ladrón de mapas, pude rastrear esa pulsión en torno a la figura de Rudyard Kipling, que es el paradigma de esa tensión entre lo popular y lo culto. ¿Cómo crees que resuelven esa contradicción tus libros?. Es más, ¿la resuelven o juegan con ella?
Yo creo que el tema que tocas es uno de los que más me preocupa como escritor, y en cierto modo yo creo que los límites deben estar claros. Hay una línea divisoria que separa la alta y la baja literatura, que se caracteriza como la literatura de verdad y la que tiene otros propósitos distintos de los artísticos. Esto es muy difícil de definir, porque yo creo que autores como Dickens son populares, pero lo son sin renunciar a los valores del arte. Otros, que están consagrados no lo son. Por ejemplo Donna Tartt, con Pulitzer o sin él. No se trata de elitismo, se trata de que no haya un elemento de trampa, como lo hay en tantos autores de best-sellers. Ruiz Zafón no es literatura de verdad, etc… Pero ¿quién y cómo dictamina estas cosas? ¿Y qué papel le queda al público que adora a escritores como Stephen King o John Grisham? ¿Y qué hacemos con Georges Simenon o Patricia Highsmith o John Le Carré o Ian Fleming o Margaret Mitchell? Habría que dibujar un mapa de la literatura, establecer criterios firmes, y mucha, mucha gente, críticos incluidos, lo rechazarían? Por lo que a mí se refiere, no trato de integrar los dos elementos, creo que la literatura de verdad está en un territorio y la literatura tramposa en otro. Y la línea divisoria no es tampoco el entretenimiento. Pero insisto, contestar a algo tan interesante exige mucho más espacio del que tenemos aquí. Hay mucho que matizar.
Otra de las líneas fundamentales es la interacción con las nuevas tecnologías. Los correos electrónicos en Llámame Brooklyn, el carácter líquido de los textos con el que juegas en Ladrón de mapas o el uso de máquinas para los manuscritos encontrados de Siempre supe.., son estrategias que comparten protagonismo con otras más comunes en literatura como el relato breve dentro de una narración más larga, el uso de notas al pie o la narrativa fragmentaria. ¿Cómo crees que pueden convivir ambas tendencias, al menos en tu poética?
En las primeras páginas de Aurora Lee el protagonista va a Saint Mark´s Books a comprar novelas de Nabokov. Cerró a finales de junio. A principios de septiembre cierran Shakespeare & Company, en Broadway. Las librería mueren una a una porque la tecnología ha hallado formas de sustituirlas. No hay nada que hacer. Todos los escritores hoy tienen que experimentar con las nuevas formas, de escribir, de publicar, de llegar a la gente. Poesía en tuits, relatos en la red. Hay algo esencial que no puede desaparecer jamás, la emoción, los sentimientos, la forma de conectar con los demás. La expresión poética y la narración anteceden al alfabeto, el libro impreso llega muy tarde a las culturas del mundo, y hoy se está reconvirtiendo a través de las nuevas plataformas, y los jóvenes van a usarlas cada vez más. Y muchas quedarán pronto obsoletas, la humanidad se reirá algún día de algo tan primitivo como el internet. Surgirán nuevos modos de expresión artística, pero hay algo que no ha cambiado desde que el hombre pintaba en las cavernas.
En tu última novela, Siempre supe que volvería a verte Aurora Lee, te despachas a gusto con el Chacal, el famoso agente literario neoyorquino. Pero escuchando sus últimas declaraciones, uno no sabe si hay personas aún más peligrosas que él para el mundo del libro. Por ejemplo, Jeff Bezos, el dueño de Amazon. ¿Hasta qué punto está condicionado el futuro de la literatura en formato electrónico mientras esta se distribuya por plataformas y empresarios exclusivamente interesados en la facturación y no en la calidad literaria? Y pienso en este sentido en iniciativas como la de tu editorial: Malpaso, al poner la versión en ebook a disposición de todo comprador del libro en papel. O en Suburbano Books, que sí pretende una publicación digna de libros electrónicos en castellano por motivos exclusivamente literarios.
Lo del Chacal es una especie de homenaje a través del personaje ficticio de Peter Bailey, pero lo que representa su figura es la vieja escuela, un modo antiguo de relacionarse con la literatura, es mucho más peligroso lo que hace Amazon, y las guerras que se están librando ahora mismo son muy ilustrativas y tienen revolucionados a los autores, incluidos, o sobre todo, los autores de best-sellers. Los escritores están bastante indefensos, hay muchos intermediarios y hacen falta iniciativas de base como Malpaso, Suburbano y otras. Lo que me gusta de Malpaso es que utilizan todos los medios tecnológicos que surgen pero los ponen al servicio de la literatura de verdad, esa que no depende ni de internet ni de la imprenta ni de las nubes que se puedan inventar para almacenar bibliotecas en un futuro que ya ha empezado.
Pese a que tus libros son muy metaliterarios, siempre brota la vida de sus páginas. Recuerdo ahora la narración del dealer preadolescente en Llámame Brooklyn. Y en Siempre supe… narras de forma impecable el lumpen que circulaba en torno a los ambientes homosexuales de Nueva York en los 80, precisamente, a partir de un libro de Siri Hustvedt. ¿Cómo consigues compaginar dos puntos de vista en principio tan alejados como la vida y la literatura?
La cuestión de la metaliteratura es tan compleja como lo que hablábamos al principio de alta y baja literatura. En una presentación de Aurora Lee el escritor que estaba a cargo dijo que mi libro acababa con la meta-literatura, y es verdad, pero es muy difícil explicarlo. No es que mi libro acabe con ella sino que se apunta a una tendencia que señala un cansancio de ejercicios literarios que no guardan relación con la literatura, sino con la vida. Pero la ecuación es muy sencilla, sólo hay vida y la literatura, como cualquier forma de arte, música, danza o poesía, no es más que un lenguaje que trata de explicarla, transmitírnosla, hacernos sentir. Cuando deja de haber vida nos quedamos con un envoltorio vacío, una cáscara hueca. Eso es la metaliteratura. Lo que había dentro y se perdió, la vida. Tienen que ir juntas.
En un momento dado, uno de los personajes de Siempre supe… dice: “No hablo de entretenerlos como subnormales, sino de introducir algún elemento humorístico que aligere la densidad de los conceptos. La inteligencia no tiene por qué estar reñida con el humor”. ¿Es ese uno de los puntos fuertes de tu apuesta estética?
Quería que Aurora Lee tuviera un fuerte componente de comicidad. Quería intentar hacer reír al lector. Quería divertir, entretener, pero también hacer pensar y abordar asuntos difíciles.
En este sentido, ¿con qué libro te divertiste más al escribirlo?
Con éste. Una lectora que está muy pendiente de todo lo que escribo se sorprendió mucho al leer la novela, y me envió un correo diciendo: “No sé cómo llamar a esto, pero está claro que te has tenido que divertir muchísimo escribiéndolo”
Tienes un largo bagaje como entrevistador de autores de la literatura norteamericana contemporánea. Has entrevistado prácticamente a todas las grandes figuras. ¿Quién de ellos te ha impresionado más? ¿Por qué?
Don DeLillo, porque me dio la sensación de estar ante un grande de verdad, como si hubiera podido entrevistar a uno del mayores novelistas del pasado, Dickens, por ejemplo, aunque no estén a la misma altura, Dickens es superior, pero DeLillo está en su escala. Norman Mailer, porque era una fuerza desatada de la naturaleza y le salía la vitalidad por los poros, y tenía muchísimo sentido del humor y una energía asombrosa. Era un anciano que tenía que usar dos bastones para desplazarse, pero parecía un niño ávido de vida. Edward Said, por su formidable humanidad, por su elegancia e inteligencia, por la claridad de su sentido ético. Czeslaw Milosz, porque era como si me llegara el aliento de los dioses a través de su voz. John Ashbery, porque su aura imantaba el espacio alrededor suyo. Son los que me han venido ahora a la cabeza, alguno otro habrá.
Eres a la vez, un gran conocedor de la literatura hispana en Estados Unidos. ¿Cómo ves ambas realidades? ¿Se puede hacer una comparativa?
La literatura de los latinos es algo formidable, su fuerza depende de la fuerza de las comunidades que representa. Estados Unidos no se entiende sin lo latino. Son un país latino, les guste o no a los gobernantes. La literatura expresa esa realidad y está preñada de futuro, y además revienta barreras porque es importante la relación entre el español y el inglés. Otro tema muy complejo.
Precisamente, tú resides desde hace muchos años en Nueva York, donde la comunidad de escritores de habla hispana es amplia. ¿Pero qué te parece el esfuerzo que se está haciendo desde Miami por crear una escena literaria en castellano?
Me parece muy importante, porque de hecho se puede vivir sin el inglés, pero lo más interesante es cómo se integra con lo que está sucediendo en otras partes del país, desde California hasta Nueva York. En Nueva York el fenómeno es potentísimo, pero en Miami es algo aún más extendido. Este país está cambiando gracias a esos fenómenos.
Para finalizar, ¿podrías darme los nombres de 3 escritores para ti imprescindibles, al menos uno de ellos iberoamericano?
Para mí el escritor vivo más importante es J. M. Coetzee. El escritor en español más importante de las últimas décadas es Roberto Bolaño, fallecido prematuramente, pero vivo sobre todo por lo que está influyendo en otras literaturas. Alguien que también murió joven, pero su legado está vivísimo es David Foster Wallace. Y siento mucho respeto por Don DeLillo. Seguiría, pero ya me he pasado del límite que me diste.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Relato en Specimens



La revista Specimens, obra y gracia de Salvador Luis Raggio, ha tenido a bien publicarme un relato. Con la nómina de autores de este número no puedo más que darme con un canto en los dientes.

Pero no repetiré esta vez lo que hice en otras ocasiones: copiar y pegar el relato para que también lo lean aquí.

Specimens es tan hermosa y esta diseñada de una forma tan completa, que mejor lo lean allí.

sábado, 6 de septiembre de 2014

DE LA VIDA Y LOS ASTROS


La línea que divide la denominada magia culta, que practica Marsilio Ficino, de una magia simbólica y absoluta se observa de forma destacada en el capítulo XV del tercer volumen de De vita. Este sincretismo emerge al tratar Ficino a los objetos de naturaleza inferior, y preguntarse si pueden tener algún tipo de naturaleza celestial. Ficino concluye que no lo cree, y lo hace desde las prerrogativas del neoplatonismo, pues los poderes celestiales son superiores a los terrestres: “if you concede that God has engrafted wonderful powers in things beneath the Moon, concede more wonderful ones to the celestial things” (321). Desde esta perspectiva, refuta los poderes de ciertas imágenes que algunos magos y astrólogos consideran maravillosas, y solo concede ese poder a los ungüentos y medicinas que se elaboran bajo el signo de los astros. En este aspecto, su neoplatonismo cuestionaría el peso de la interpretación de los signos que propone Foucault para el epistema del siglo XVI (Las palabras y las cosas, 33), aunque es cierto que eso se debe en parte a que Ficino está huyendo de la Inquisición, que condena a aquel que pretenda comunicarse con los astros o los demonios por escrito según dictara Santo Tomás. Y a que todo análisis con pátina filosófica suele tender a la generalización.
Sin embargo, cabe decir que las operaciones que imprimen de poderes celestiales a ciertas medicinas pertenecen a lo que Foucault describió como el epistema de la modernidad temprana. Concretamente, a la convenientia (18), pues todo el proceso de elaboración de sustancias: “can be done by a certain art of collecting together rightly and at the right time many things in one” (Ficino 320). La imitación también está presente en la selección de las piedras preciosas que presenta al principio del capítulo, aparejadas todas con astros. De hecho, todo el capítulo es un compendio de cómo a partir de esas analogías y de una serie de relaciones de simpatía—como la que tienen los metales ante los imanes—, esos objetos acaban obteniendo de los astros un ascendente que les permite ser objetos curativos, a medio camino de las prácticas médicas y de las prácticas astrológicas (320). Es precisamente esta mezcla de prácticas, tomadas como una suma de saberes en el sentido que le da Foucault (30), la que caracteriza el pensamiento de Ficino y lo aleja de ciertas magias puramente simbólicas basadas en imágenes, que él pretende combatir con sus conocimientos médicos. Se trata de una magia sustentada en conocimientos científicos y astrológicos que la dotan de una cierta pátina culta, aunque por momentos se me antoja que pretenda ser muy exhaustiva y ambiciosa a la hora de tratar de describir el universo y sus relaciones. Acaba pecando de excesivamente científica como para ser mágica.

martes, 2 de septiembre de 2014

Alegoría de México

LOS-ESCLAVOS-Alberto-Chimal
En ciertas ocasiones el recurso literario más potente para denunciar una situación compleja es la alegoría. Así resulta en la renombrada película de Luis Buñuel, El ángel exterminador, una crítica feroz a la burguesía. Así ocurre con la primera novela de Alberto Chimal, Los esclavos.
            Para empezar, cabe decir que el texto de este magnífico cuentista se conecta con ciertas tendencias estéticas y argumentales de la literatura latinoamericana reciente, por cuanto no es un libro que haya surgido de la nada. Así, entre sus páginas uno recuerda las referencias al cine porno latinoamericano del que tan profundo conocedor era Bolaño, el gusto por el fetichismo de Barbie, la nouvelle del escritor venezolano Slavko Zupcic, o las complejidades escatológicas de Mario Bellatín, que aparece citado de forma solapada en la novela como un personaje que se entrevista con dos de los protagonistas.
            El relato consta de dos historias que se entrelazan: la joven Yuyis, explotada por Marlene, una madame de la que después nos enteramos que es su madre, que la utiliza para hacer películas porno y prostituirla con altos cargos de la policía y el gobierno mientras se embolsa el dinero o se salva de que el peso de la ley caiga sobre ella. Y Mundo, el gris funcionario, padre de familia sumiso, que inicia una absorbente relación masoquista con su amo, que no es otro que Golo, uno de sus jefes en el trabajo, además de tratarse de una persona significada en la alta sociedad mexicana, cosa que conocemos no porque nos lo diga el narrador, sino por los diálogos en los que participa y las relaciones que mantiene durante todo el texto más allá de la relación sadomasoquista con su subordinado. Ambos protagonistas, las víctimas, se relacionan, actúan, son esclavos. Lo son además, a través del sexo, que se presenta en la novela como el elemento clave para la dominación entre seres humanos. Y aunque en muchos pasajes del relato tienen la oportunidad de quedar en libertad (no sé hasta que punto podemos hablar de recuperar la libertad porque en ningún momento parece que Yuyis o Mundo hayan disfrutado de ella), son seres socialmente torpes, dependientes, incapaces de liberarse de esas cadenas que no saben por qué les atenazan. Yuyis se comporta muchas veces como una tonta, Mundo como un animal. No hay un cambio de conciencia apreciable hasta el último momento, y es extraño. Pero no voy a explicárselo y chafarles el final.
            La novela encierra en este sentido una profunda alegoría de México. El escritor parece decirnos que buena parte de la sociedad mexicana se encuentra en esa situación, son esclavos, frente a una serie de personas que los explotan que, si bien no forman obligatoriamente parte de la clase alta, sí tienen relaciones con ellos. Grupos organizados (bien podría tratarse de mafias, en este caso del sexo) que funcionan con el visto bueno de esa clase dirigente. Una clase alta que, pese a vivir en un estado de clara dominación sobre esa población supuestamente esclava, lo hace encerrada en sí misma, con miedo a interactuar con un mundo (y de ahí lo paradójico del nombre del sumiso Mundo) que temen por desconocido, de la misma forma que lo hacían los personajes deEl ángel exterminador. Terrible alegoría que al consultar la prensa en Internet sobre México y quedar muchas veces estupefactos, nos hace plantearnos si efectivamente podría ser verdad.