martes, 7 de agosto de 2018

Mandíbula materna - Nagari Magazine





De las 10 citas que inician el libro, tres son las de Edgar A. Poe, H. P. Lovecraft y Mary Shelley. Otras 3 son de Lacan, George Bataille y Julia Kristeva. Así que ya saben de qué va esto, de terror, pero articulado por una persona que domina la teoría literaria. Y así es, Mandíbula, la tercera novela de Mónica Ojeda, va de terror, del terror a hacerse mayores de un grupo temible de adolescentes, alumnas de un elitista colegio femenino, pero articulado de una forma sólidamente literaria, y con ecos sociológicos de El señor de las moscas.

El escrito arranca con un alto grado de intriga, y con el hecho contrastado de que Miss Clara, la profesora de lengua y literatura, recién aterrizada en el colegio, acaba de raptar a una de las chicas, a Fernanda, para darle un escarmiento. El lector se cuestiona por las razones de esta situación anómala, mientras descubre los juegos sádicos de este grupito de adolescentes, lideradas por Annelise. Esas razones están bien trenzadas en las relaciones entre las muchachas y la profesora pero, por motivos obvios, no las revelaré.

La persona lectora se encontrará mucho trauma adolescente, y mucho miedo en ese paso de pubertad. Pero no solo entre Annelise, Fernanda, Ximena, Analía y las gemelas Fiorella y Natalia, las integrantes de ese grupo de púberes fascinadas por las historias de terror y el Dios Blanco, también en la historia de Clara, la profesora, recién aterrizada en el colegio, y que esconde un episodio de vandalismo perpetrado contra ella por unas antiguas alumnas, y una relación muy tóxica con su madre, ya fallecida.

Pero a mí, la novela de Ojeda me ha parecido algo más que eso. A este lector la ha dado la impresión de que se enfrentaba a un texto moral, un escrito que criticaba la sociedad ecuatoriana, con sus desigualdades sociales, a partir del comportamiento de un grupo de adolescentes caprichosas y unos docentes trastornados. A mí, el texto me ha recordado a la operación que Mario Vargas Llosa perpetró con la sociedad peruana a partir de novelas como La ciudad y los perros o Los cachorros. Si la sexualidad ocultaba ese mundo moralmente corrompido en el nobel peruano, en Ojeda, son el sadismo, el terror y las odiosas relaciones con los adultos, las que articulan la crítica. De ahí citas como la que sigue:

“En su casa todas se sentaban muy bien e iban a la iglesia y comían con cuatro cubiertos y dos tipos diferentes de copas y usaban servilletas de tela y jamás decían malas palabras y sonreían con recato y se mantenían secas y limpias y rezaban antes de dormir y antes de comer y, en silencio, pensaban en historias de terror que de verdad asustaran porque asustarse era emocionante hasta cierto punto, pero nunca hasta el punto de Annelise, que quería mirarse de frente con el cocodrilo del manglar aunque Fiorella le hubiese dicho que tenía la lengua como el cadáver de un cóndor en los roquedales.” (p. 90)

El personaje de Annelise es el más inquietante. Se trata de un personaje maquiavélico, capaz de mover los hilos de la trama desde la crueldad y el morbo a partir de las debilidades de los otros (otras en este caso). El perfil siniestro siempre encierra un gran magnetismo para los lectores. A fe que Ojeda lo consigue activar con Annelise, mientras construye una notable empatía en torno a Fernanda.

En definitiva, quien se atreva a adentrarse por los siniestros pasadizos que propone Mandíbula, se encontrará con un excelente ejercicio literario de una autora que conoce el oficio, desarrollado con un notable uso del lenguaje, y una capacidad asombrosa para componer la trama desde distintos planos con estrategias narrativas distintas para cada uno de ellos, que alterna en cada capítulo: una focalización rayana al flujo de conciencia, el uso de voces y sonidos externos en el desarrollo mismo de la narración que me han recordado a alguno de los recursos que utiliza George Saunders en 10 de diciembre, la conversación sin acotaciones, el diálogo donde solo conocemos la voz de uno de los interlocutores, el ensayo literario. Y, por encima de todo, la metáfora de la mandíbula que da título al libro, la imagen de la madre, protectora y destructora a la vez, que toda mujer parece llevar dentro.