Qué duda cabe que la literatura del yo va a estar
notablemente dirigida por la memoria en buena parte de los escritores que la
practican. Es el caso de muchos de los autores tratados aquí: Thomas Bernhard,
Philip Roth, Karl Ove Knausgård, Javier Marías,
Manuel Vilas. Pero en los últimos años el autor que ha destacado como un constructor
sin paragón en la investigación de la memoria para la escritura es Patrick
Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945), premio Nobel de literatura en 2014 y novelista
de larga producción.
La de Modiano es una memoria confusa, que se ambienta en
París y se inicia en una época fundacional que el autor es incapaz de recordar:
la ocupación alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial. En ese
período ominoso de la historia francesa es cuando se conocen el padre de
Modiano, un judío de origen italiano cuya familia había emigrado a Francia, y
la artista belga Luisa Colpeyn. Es más que evidente que la pareja tuvo que
esconderse de los ocupantes. En esa tensión fue engendrado el niño Patrick y
sus tres primeros libros hablan de la ocupación como el lugar donde se engendra
al autor y su mito de origen: El lugar de
la estrella (1968), La ronda de noche
(1969) y Los bulevares periféricos
(1972). Aunque el autor se distanciará en parte de esa temática en sus
siguientes trabajos, en muchas ocasiones volverá a ese espacio temporal, mítico
para él, dado que inicia una larga etapa en la que el centro de su producción
es la familia y donde abundan los relatos autobiográficos. No en vano, hay otro
suceso en la vida de Modiano que lo determinará por completo y, por
consiguiente, a su obra: la muerte de su hermano Rudy, dos años más joven que
él, fallecido en 1957. A él es a quien dedicará toda su producción literaria.
De esta etapa, la de mayor interés para esta serie, destacan
Libro de familia (1977), Más allá del olvido (1996) y Un pedigree (2004), y la obsesión por
recuperar la elusiva figura paterna, aquel judío siempre inmerso en negocios
extraños, con personajes extraños, como al inicio de Recuerdos durmientes (2017), su primera novela después de la
consecución del Nobel, recientemente aparecida en castellano en Anagrama, con
excelente acogida.
La novela podría considerarse el prototipo de las composiciones
de Modiano en su exploración de la memoria familiar. En extrañas
circunstancias, el autor, que escribe en primera persona, conoce a una mujer
misteriosa y, por los breves rasgos que matiza y las efímeras descripciones, la
persona lectora advierte que es atractiva, si bien no queda claro que esa
atracción se deba a ese halo misterioso que la envuelve. En Recuerdos durmientes, es Mireille Urúsov,
la hija de un enigmático empresario ruso amigo de su padre, quien le lleva
hasta la Sra. Hubersen. Entonces aparece el conflicto, que en Modiano siempre
es noir o tiene matices noir: un hurto, una fuga, una muerte. Se
trasmite muy poca información del hecho, lo que rodea a la trama de enigmas. En
este caso se trata de un asesinato. Ludo F., otro opaco personaje de los muchos
que pueblan las páginas escritas por el narrador francés, ha aparecido muerto
en extrañas circunstancias. Todas las sospechas apuntan hacia la Sra. Hubersen,
y es con ella con quien el autor se mantiene en perpetuo contacto hasta el
desenlace que, como resulta lógico, no revelaré.
Se trata de textos metarreferenciales donde Modiano
reflexiona sobre el proceso de construcción de la memoria: “Intento ordenar los
recuerdos. Cada uno es la pieza de un puzle, pero faltan muchos, así que la
mayoría se quedan aislados. A veces, consigo juntar tres o cuatro, pero no más.
Entonces anoto retazos que vuelven en desorden, listas de nombres o de frases
muy breves.” (Recuerdos durmientes,
p. 56)
Uno de los elementos que más me gustan de las novelas de la
memoria de Modiano son los reencuentros. Aproximadamente en el tercio final de
muchas de sus novelas existe un salto en el tiempo. El autor no nos traslada ni
al pasado remoto que nos ha contado, ni al presente desde el que escribe, sino
a un punto intermedio, en la década de 1990 o 10 años después de los sucesos,
como ocurre en Recuerdos durmientes, y
mediante un elemento narrativo realmente brillante: la misma maleta que el
autor había llevado a su amiga, que vuelve a sus manos 10 años más tarde, en el
reencuentro fortuito. En ese espacio temporal intermedio, narrador y personaje
tratan de reconstruir una parte de ese relato, sin éxito porque el tiempo ha
borrado la memoria y queda el autor solo dispuesto a tener que avanzar hasta el
final con apenas unos pocos asideros escondidos en su mente. Esa recuperación
de lo vivido desde el yo es el reto literario que Modiano ha resuelto con gran
brillantez en la abrumadora extensión de su obra.
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