Aunque el libro se titula Un final para Benjamin Walter, otro autor alemán es quien planea
por toda la obra. Se trata de W. G. Sebald. No en vano, Sebald fue el escritor
que dio voz a las víctimas de la cultura judía que fueron perseguidas por los
nazis, como Benjamin. Que en el título se haya intercambiado el orden del
pensador judío-alemán de la Escuela de Frankfort es un juego irónico del autor,
Álex Chico. En las páginas de su libro nos explica cómo ese fue el nombre que
figuró en su certificado de defunción (p. 139).
Sebald es el aliento tras el cual crece la prosa de Chico,
que es de carácter reflexivo como la del escritor alemán, más narrativa que
novelesca, que le permite identificarse con el pensador al que le sigue los
pasos y descubrir el enclave en el que acabó con su vida: el peculiar pueblo de
Portbou. A Sebald nos lo encontramos citado en la página 25. Y el recuerdo de Campo Santo, libro póstumo de Sebald y
palabra citada en la página de 43, le viene al lector a recorrer con los ojos
la descripción que hace el autor del cementerio de Portbou. Hay capítulos que
arrancan como un guiño al genial autor alemán, como: “Me cuesta, aún hoy,
describir el estado actual, aunque las haya visitado en varias ocasiones y vuelva
a ver las fotos una y otra vez.” (p. 60) Y hay reflexiones a la pintura. Tal es
la mención al Angelus Novus de Paul
Klee (p. 93) y, muy especialmente, a Mathias Grünewald, unos de los pintores de
cabecera de Sebald, citado de forma extensa en el poema en prosa que fue su
primer libro: Del natural. Es más, se
puede considerar a este libro como un homenaje al malogrado autor germano y su
proyecto literario cuando, refiriéndose a los restos de Benjamin, se leen
frases como: “ahí no solo reposa lo que queda de un hombre, sino la suma de
restos y de personas que alguna vez huyeron de la barbarie.” (p. 47) Sin
embargo, al incluir a los refugiados de Siria y otras personas que sufren la
persecución que padeció Benjamin en otros contextos, Chico amplía el ámbito histórico
que trabajo Sebald.
También es un homenaje a Portbou, ese pueblo que se
construyó aceleradamente con la llegada del ferrocarril a la frontera y que, en
las descripciones de Chico, parece que va a acabar engullido por el paso del
tiempo, porque, como Sebald, el autor entreteje el relato de viaje en la
narración —de ahí la cita de Jorge Carrión (p. 109)—. Chico se detiene en sus
habitantes, en los artistas que han recorrido sus calles buscando la huella de
Benjamin, como Dani Karavan, o que habían iniciado allí su propia carrera
artística, como Frederic Marès. Es en esa parte del relato, donde Chico se
separa del homenaje y construye su propia lírica. Utiliza frases encadenadas
hermosas y profundas: “Aún no sabía que existen territorios que sí se crean y
se destruyen. Pueblos, como Portbou, que nacieron de la nada y se encaminan
hacia ella. Lugares que desaparecen de la misma forma que llegaron, sin que
nadie lo note, como si comenzaran a borrarse de un lienzo que volviera de su
estado anterior y se quedara otra vez en blanco” (p. 65). Me gustan
especialmente las disquisiciones que Chico hace respecto a la narración (p. 133
y p. 191), más allá de la novela, porque eso es lo que me parece el libro, una
narración novelada que utiliza técnicas de la ficción, mucho más que una novela
que utiliza técnicas narrativas de la no ficción. Y es en este plano, el de la
descripción de Portbou, donde encontrará al personaje que sustituirá a Benjamin
en su imaginario como un nuevo pensador errante en la figura de Sílvia
Monferrer.
Se llega al epílogo: “La densidad del círculo”, que para mí
es la cúspide del libro, en donde volvemos a encontrarnos con el fantasma de
Sebald. Como este, Chico menciona su primera publicación, un poemario, y como
el autor alemán, Chico trata de cimentar su prosa desde ese poema. Allí, en dos
párrafos finales que no citaré para evitar spoilers, se nos revela la
naturaleza del escrito, y todo el mensaje que que encierra esta búsqueda: la
búsqueda de Benjamin, la búsqueda del arte…
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