sábado, 31 de marzo de 2018

Juegos de memoria - Suburbano

Juegos de memoria - Suburbano


Y llegamos a la última. Unos proyectos se acaban y comienzan otros. Aquí termina mi serie sobre literatura española y cultura pop. Aquí se inicia una nueva serie sobre literaturas del yo. Ambos campos convergen en Juegos reunidos, de Marcos Ordóñez, periodista y escritor, crítico de teatro en Babelia.

Por un lado, Juegos reunidos es el libro en el que el autor trata sus años jóvenes, a partir de un híbrido entre la autobiografía y las técnicas de autoficción. Estamos hablando otra vez de Barcelona. Estamos hablando de los años 70. El final del franquismo. El inicio de la transición. Es el desembarco sin cortapisas de la cultura pop en la geografía española. Eso se observa muy bien en el libro. La voz narradora hace mención al verano del amor (1969), y lo junta con citas a Agatha Christie, Simon & Garfunkel, los helados Camy, los tebeos de Ibáñez o las radioseries. Es una radiografía de la fiesta del consumo que se inició en España con el desarrollismo, y que resulta la antesala del desembarco pop. La carga de melancolía es notable. Todas esas menciones se notifican en el escrito como pérdidas en este relato de formación. También se notifica otro tipo de influencias más cultas, que parecen trazar el recorrido intelectual, como la colección completa de premios Nadal (p. 40).

Con la muerte del dictador, los movimientos contraculturales empiezan a campar a sus anchas. Con ellos arriba la cultura pop de los hippies, que el protagonista abraza con ganas, junto a la literatura de Manuel Vázquez Montalbán, en esa serie de paralelismos que traza de continuo el libro entre la cultura literaria y las otras culturas, más o menos populares, como el cine francés, mientras el protagonista se va convirtiendo en el periodista que luego será. En ese camino de formación se cruzarán producciones como American Graffiti, la primera película de George Lucas, o el recuerdo de los seriales radiofónicos, o la figura de Jaime Gil de Biedman (1929-1990), o las revistas de tendencias de una adolescencia precoz (la revista Fans).

Como arqueología de una Barcelona que desgraciadamente ya no existe, y como testimonio de los hábitos de consumo cultural de aquella generación, la novela me parece magnífica. Donde le veo peros es en el uso de la literatura del yo. Manuel Alberca ya menciona a Ordóñez en El pacto ambiguo como un autor ambivalente en el uso de la autoficción y la autobiografía refiriéndose a un libro anterior: Una vuelta por el Rialto. Alberca habla de un autor valiente que se atreve a narrar su propia vida, pero a partir de toda una serie de artificios que acaban descolocando al lector. Esa carencia también la encuentro en Juegos reunidos. Parece que el autor le tenga miedo a su propio yo. Por ejemplo, en el fragmento en que narra su llegada al mundo de la juventud y su salida de casa, lo hace a partir de otra voz narradora, la del primo del supuesto protagonista, que no se llama Marcos, como cabría esperar, sino Mario. Así, el autor está narrando su vida y, a la vez, no está narrando su vida. Está narrando la de un tal Mario que no es más que un trasunto del autor, y lo hace a partir de una voz interpuesta que debería dotar estos episodios de una mayor objetividad. Para qué, si páginas más tarde volverá la voz en primera persona, Patricia será de nuevo la Pepita que era al inicio de la narración, y Mario es de imaginar que vuelve a convertirse en Marcos con su misma voz. Se me antoja que todo el esfuerzo y la valentía que Ordóñez pone en desnudarse y narrarnos con gracia los episodios más importantes de su vida se difumina con este tipo de estrategias. Eso podremos contrastarlo con las futuras entregas de esta serie, cuando descubramos a autores que se enfrentan y resuelven de otra forma ese tipo de conflictos. Esto no ha hecho más que comenzar. Bienvenidos.

sábado, 3 de marzo de 2018

Una novela sobre la decadencia del pensamiento europeo - Nagari Magazine




El pasado 14 de febrero, día de San Valentín, tuve el placer de presentar en la librería 22 de Girona el libro Hojas (Sloper, 2017), reciente ganador del XIV Premio Café 1916, obra del escritor Andreu Navarra (Barcelona, 1981). Navarra es un reconocido ensayista pese a su juventud, con obras como El regeneracionismo. La continuidad reformista (2015) o El ateísmo. La aventura de pensar libremente en España (2016), entre otras. De la lectura del libro y la conversación con su autor surge este texto, que pretende sintetizar tanto la experiencia lectora como el estimulante intercambio de ideas.

Se trata de una novela estructurada en forma de diario íntimo, en la que un viejo filósofo, una farsante en palabras de su autor, se refugia en Ámsterdam tras la estela del pensamiento de Baruch de Spinoza, y de prostitutas que le hagan compañía. El texto tiene una carga notable de ironía, como se destila de frases del tipo: “De todas fomas, era francesa. / Dicen esas cosas. Luego nada.“ (36) O por la escena de porno-terrorismo anticolonialista que termina con una agresión de un emigrante musulmán (90-92). Es una ironía que se combina con toda una serie de aforismos que componen una suerte de análisis cultural de la sociedad occidental: “El turista corriente exprime las ciudades y renuncia a respirarlas.” (58) También con sencillez de estilo: “el aristocratismo supremo”, en donde el autor esconde recursos brillantes, como el uso reiterado del pronombre ‘yo’, en coherencia con un texto supuestamente escrito en francés y después traducido.

A partir de la cita de la primera página del libro: “he venido a buscar putas” (9), podría hablarse del carácter provocativo del narrador. Con esta pregunta se inició el debate. Navarra nos explicó que su protagonista se inspiraba en Emile Cioran (1911-1995). El Cioran que convivió con los situacionistas en París, aunque el protagonista de la novela sea húngaro con pasado comunista y no rumano con pasado fascista. También nos recordó que fue Fernando Savater quien divulgó en España la obra de este filósofo rumano que acabó muriendo de Alzheimer en París y hablando de amor mientras se iba de putas, como el protagonista de su diario íntimo.

La construcción de la sintaxis rota de la obra también es contemporánea de Cioran. Navarra reconoce haber leído la novela El amor, de Marguerite Duras, y comprender que el texto no iba a ninguna parte si no comenzaba a romper la sintaxis, a cortar las frases y a impregnar de caos la materia filosófica de la novela. Es más, el autor afirmó que sus tres autores de cabecera son la Duras, Thomas Bernhard y Pío Baroja.

Solventada la relación entre autor y narrador, Navarra entró a diseccionarnos la relación de un escrito de inspiración histórica con la contemporaneidad. Señaló que se trataba simple y llanamente de un anacronismo. Su protagonista pretende analizar el mundo de ahora desde la década de 1970.

Es a través de esa estrategia como debe asimilar el lector uno de los grandes temas del libro: la filosofía. Son varios los nombres de filósofos que le vienen a la mente al que lee la novela además de Cioran. Para mi uno fue Nietzsche, aunque Navarra lo considera demasiado adolescente. Él prefiere a Schopenhauer. Pero, sobre todo, Spinoza, que es la luz que guía a ese narrador decadente, hasta el punto de que no se sabe bien si ha escogido viajar a Ámsterdam para encontrar prostitutas o para hablar de Spinoza. Según Navarra, buen conocedor de la tradición anticlerical española, si destrozas la idea de Dios, como hizo Spinoza, y la canjeas por la de naturaleza, te conviertes en un materialista. Es en esa faceta, la del ensayo, donde el autor quiso rendir méritos a su maestro, el historiador y ensayista Ricardo García Cárcel (Requena, 1948), lo que dio lugar al animado debate que cerró el acto.