viernes, 25 de diciembre de 2009

DE LA FE Y LA RAZÓN




Si he de ser sincero, confieso que en Ágora, la última película de Alejandro Amenábar, esperaba encontrar la típica idealización de la ciencia, con esa imagen distorsionada del pasado, heredera de la tradición ilustrada, plagada de científicos bondadosos y ecuánimes enfrentándose a una horda de religiosos malos y fanáticos que barrería Alejandría, quemaría su biblioteca y asesinaría a Hipatia en el mismo acto final. Y bueno, algo de eso hay, especialmente en torno a la figura de la protagonista (Raquel Weisz). Pero también cabe afirmar que la cinta está bien matizada, especialmente en ciertas escenas y personajes. Otra cosa son los guiños al gran público, propios de una gran superproducción –pese a ser española, quién lo diría- que hace que la película se convierta en una ficción histórica, con la consiguiente tergiversación de datos en favor de la trama.


En todo caso, cabe reconocer el impecable trabajo de documentación de Amenábar (véase la sección de asesoramiento histórico en la web de la película). La clase patricia, que había dirigido el Imperio romano hasta entonces, queda claramente retratada como un grupo de origen aristocrático y buena educación más preocupado por la posible sombra que los cristianos puedan hacerle, que por solventar los verdaderos problemas de la sociedad de la época: la esclavitud –y por tanto, el sistema económico-, y la moral.


En este sentido, se muestra la ciencia pagana con todos sus claroscuros, especialmente mediante la figura de Teón (Michael Lonsdale), el padre de Hipatia -al que cuidará la protagonista en su lecho de muerte-, un científico abnegado preocupado por la conservación de manuscritos científicos pero que, indignado por el fanatismo de los cristianos en el Ágora, castiga a su supuesto criado cristiano de la misma forma irracional que critica.


También se retrata la mísera vida de los esclavos y las condiciones infrahumanas en que vivían las clases más pobres, que fueron el ejército en que se apoyaron los líderes cristianos para tomar el poder en el seno del Imperio. Esto hará que el protagonista masculino, Davo (Max Minghella), abrace la fe al darse cuenta de que la ciencia y el estudio del cosmos son incapaces de ofrecerle una solución.


Ese giro político está muy bien plasmado, así como el transfuguismo, en este caso espiritual, de muchos antiguos paganos con ambiciones políticas, que acabaron comulgando con el cristianismo para mantener intactas sus oportunidades de promoción. Es en torno a esta tensión política que se estructura la película mediante la rivalidad entre Orestes (Oscar Isaac), que representa al poder político con un pasado religioso cuando menos sospechoso, y Cirilo (Sammy Samir), personificación del poder religioso que ambiciona el político y no escatima en echar mano del fanatismo para sus fines. Aunque es de agradecer que no todos los religiosos que aparecen en la película sean de ese estilo. Sinesio de Cirene (Rupert Evans), antiguo discípulo de Hipatia –como en la realidad fue-, se presenta como obispo y filósofo platónico interesado en la ciencia y la astronomía, pese a que también se le otorgue el papel del traidor. A él es a quien protege la protagonista durante el asedio y posterior destrucción del templo de Serapis y de su Biblioteca (decretada por el césar), que no de la famosa Biblioteca de Alejandría, arrasada mucho antes y que se desliga de la trama del asesinato de la astrónoma (siento el spoiler, aunque a estas alturas creo que todo el mundo conoce el final de la historia), alejándo a esta versión de otra visión idealizada de los hechos, la de Carl Sagan, gran divulgador científico, historiador de la ciencia poco riguroso.


Precisamente, muchos son los detalles sobre historia de la ciencia bien resueltos en el film: el grado de conocimiento del cosmos de la ciencia ptolemaica, la resolución de problemas matemáticos relacionados con las cónicas, o la desmitificación de la creencia de que la Tierra era plana para todos los antiguos en una escena dialogada que disecciona a la perfección las diferencias entre el conocimiento popular y el de las élites romanas. Sin embargo, finalmente Amenábar se deja llevar por el idealismo que siempre ha impregnado este relato y acaba convirtiendo a Hipatia en un ser imposible de tan perfecto, en la linea del Doctor Zhivago de David Lean.


El guión aleja a la protagonista de los problemas sociales y políticos de su época y la embarca en una apasionada investigación científica. La hace artífice de los experimentos que pensará Galileo en su Diálogo sobre los principales sistemas del mundo, de las mismas preguntas que se hiciera Kepler para su modelo del Sistema solar, y de la elaboración correcta de la teoría heliocéntrica 11 siglos antes de que la postulara Copérnico. Cómo si la ciencia no requiriera del avance de una tecnología que los romanos no tenían para la construcción de los instrumentos que permiten las mediciones y la elaboración de teorías. Cómo si la ciencia no necesitase de un bienestar económico para su desarrollo, del que empezó a carecer el Imperio romano durante el siglo IV. Esa condición, yo diría que necesaria y que en el fondo planea por toda la cinta, queda tergiversada por el habitual enfrentamiento entre fe y razón que pretende la película, que también esconde la verdadera pugna por el poder entre las ciudades de Alejandría y Constantinopla, y de la que Hipatia fuera una víctima política más que una mártir de la razón.


Me temo que el director se ha dejado influir por esa idea predominante en Occidente que afirma que las sociedades basadas en la razón son mucho más justas con las mujeres. Nada más lejos de la realidad véase la siguiente reseña de Sánchez Ron en Babelia). En la antigua Grecia la mujer no tenía derechos de ningún tipo. Y en la Europa racionalista no obtuvo el derecho a sufragio hasta pleno siglo XX (en Francia hasta 1944 y en Suiza hasta 1971), casi cinco siglos después de la denominada revolución científica. Por no hablar de las enormes dificultades de las mujeres para sacar adelante una carrera profesional en un mundo tan sumamente machista como el científico. Es más, la película no cuenta como, una vez considerado Cirilo sospechoso de la muerte de Hipatia, fue una mujer, Pulqueria, la hermana del emperador de Oriente, Teodosio II, quien le protegió ante las autoridades. Ni que las conversiones al cristianismo de muchos notables romanos se debieron a mujeres que eran fervientes cristianas. Sus madres y esposas, como en el caso de San Agustín o del emperador Constantino, quien legalizara el cristianismo en el seno del Imperio. Por cuanto la relación entre razón, ciencia y feminismo se tambalearía.


De hecho, Amenábar llega a hablar en la web de la película del traspiés de la civilización antigua con la llegada de la Edad Media y la paralización del mundo durante 1 500 años. Una visión eurocéntrica. Porque el mundo no se paralizó durante ese tiempo. Se detendría el Imperio romano, desgastado por las luchas internas o las invasiones bárbaras y con una economía agraria latifundista poco medioambiental ya agotada. No así en los lugares en que emergió la riqueza y donde las contribuciones a la ciencia y la matemática fueron muy importantes: China, India o el mundo del Islam, primera cultura en que los comerciantes alcanzaron el poder político. Justamente fue el Islam el gran damnificado por la Ilustración europea, pese a que en su seno se conservo la cultura clásica y que tuvo su propia revolución científica en torno a la Escuela de Maragheh, en la que se postuló nuevamente el modelo heliocéntrico que haría famoso Copérnico (a este respecto, muy interesante este enlace). Y es el Islam el invitado oculto de la película, al haber sido elegidos en el casting actores de origen árabe para realizar los papeles de los personajes más fanáticos, en clara referencia al gobierno de Irán y su conflicto con el mundo judío. Una simplificación que esconde la verdadera relación de un gobierno fundamentalista como es el iraní con la ciencia. En concreto, con el programa sobre energía nuclear que se lleva a cabo allí, y que refleja que fe y razón no tienen unas fronteras tan delimitadas como a veces se pretende creer y que ya tratamos aquí.


En definitiva, una película con importantes logros en los aspectos histórico y científico, y que retrata bien ciertas conductas de la naturaleza humana. Pero que peca de excesivo idealismo en los símbolos fundamentales de la trama en donde podría haber dado buenas respuestas en un momento tan crucial para el pensamiento crítico y la ciencia, cuando volvemos a enfrentarnos a conflictos de alta envergadura como ocurriera durante la decadencia del Imperio romano, tales como el calentamiento global, la contaminación, la escasez futura de recursos por culpa de un sistema capitalista excesivamente agresivo que está contemplando el techo de su crecimiento económico, y las enormes desigualdades entre países ricos y pobres. Una gran oportunidad para el conocimiento científico para justificarse como algo útil y encontrar soluciones racionales para la humanidad más allá del estudio del cosmos. Soluciones que no se obtuvieron en Alejandría pese a su magnífica biblioteca. A fin de cuentas y con la perspectiva del tiempo, no parece que el cristianismo fuera la única alternativa viable.

viernes, 4 de diciembre de 2009

MONSTRUOS LITERARIOS

Atractivo encuentro el de literatura mutante que tuvo lugar los pasados 27 y 28 de noviembre en La Casa Encendida de Madrid (Ctrl + Alt + Del. Reiniciando al mosntruo). Una suerte variopinta de escritores coordinada por Javier Moreno (autor del fascinante Click y que estuvo un tanto quisquilloso en sus observaciones como moderador) con al menos un punto en común, la utilización de otros formatos (visuales, tecnológicos) además del texto en sus escritos. Esa es la causa de que se les denomine mutantes (o pangeicos desde el punto de vista de Vicente Luis Mora). Aunque tras la impresión recibida con las ponencias y la noticia anunciada por el propio Mora en su blog, parece que hayamos presenciado el acta de defunción de los mutantes como grupo literario al uso. Otras cosas habrá que nos deparará el futuro.


Como es habitual en este tipo de reuniones, el resultado fue irregular. Frente a intervenciones impactantes, se pudo asistir a otras más planas, tal vez no en el contenido, pero sí en el formato expositivo.


En AUTOPSIA DEL MONSTRUO: EL CIENTÍFICO COMO FREAK, Germán Sierra hizo una genealogía del monstruo en la literatura apoyada por un magnífico soporte visual en Power Point. Sierra diferenció entre el monstruo metafísico del deseo de conocimiento que inspiraría el Frankenstein de Mary Shelley y que evoluciona en paralelo con la historia del pensamiento europeo, y el monstruo natural o inadecuado, simbolizado por el Dorian Gray de Oscar Wilde y donde se trata al monstruo como metáfora del experimento. Sierra finalizó su intervención con imágenes de bioarte sumamente impactantes. Javier Fernández, por su parte, hizo una disertación sobre el método científico desde una perspectiva epistemológica para que se tuvieran en cuenta las diferencias entre ciencia y literatura. El tema era interesante, pero la exposición oral resultó un tanto pesada y exigente para un público más interesado en la literatura que en aspectos de filosofía de la ciencia.


Jorge Carrión y Robert Juan-Cantavella nos deleitaron en un TALLER DE TRADUCCIÓN MUTUA cargado de humor mediante una biografía deconstruida del rival en que fuimos testigos de su proyectos pasados y futuros. Hubo perlas como las canciones punk-hardcore de la juventud de Robert o las anécdotas sobre el "ansia de poder" de Jorge para acabar dirigiendo una revista literaria por la que no se cobra y que da más quebraderos de cabeza que poder en sí mismo como es Quimera.


En la mesa dedicada a TRES NARRADORES SINGULARES, Óscar Gual hizo una interesante disertación sobre tecnología y literatura en la que alertó del peligro de utilizar la ciencia y la tecnología en las narraciones únicamente por motivos estéticos cuando habría que buscar razones más profundas. En este sentido, diferenció entre malas praxis que lo único que hacen es salvar el culo de los malos escritores frente a buenas praxis como la llevada a cabo en la serie televisiva The Wire o en la última novela de German Sierra, Intente usar otras palabras. En el turno de preguntas pudimos escuchar como un programador contrastado como Gual considera que la palabra es el formato más eficiente a la hora de expresarse mientras que muchos de los escritores presentes en el acto están deseando que los lenguajes informáticos entren a formar parte del texto. Lástima que Gual no utilizara un soporte más mediático para apoyar una intervención tan sugerente. Doménico Chiappe, por su parte, presentó su proyecto narrativo, Tierra de extracción, en donde intentó construir una serie de planos narrativos aprovechando la informática. Reconoció que la tecnología les superó en este caso y que más que hablar de narradores mutantes cabría hablar de escritores híbridos entre el ordenador y el libro. Sin embargo, al final de su exposición se descolgó con una propuesta muy sugerente, la elaboración de una literatura que no requiera de texto y se apoye en la tecnología. Nada menos. La última contertulia, Mercedes Cebrián, hizo una disertación sobre poética, originalidad y plagio a partir de su charla sobre las relaciones entre fotografía y literatura. Puso de relieve la tensión entre manido y original a partir de sus propias instantáneas de viaje y las muy interesantes fotografías de Michael Hughes y Martin Parr, demostrando que la línea entre amateurismo y profesionalidad es cada vez más difusa.


La jornada del sábado se inició con la furiosa sesión TEORÍA DEL MONSTRUO: EL CRÍTICO COMO FREAK. Y digo furiosa tanto por las intervenciones de Eloy Fernández Porta y Vicente Luis Mora, como por las furiosamente interesantes ideas que se cotejaron en el turno abierto de palabras. Fernández Porta, que parecía sobreexcitado, hizo una disertación cargada de ironía a partir de dos artículos de crítica aparecidos en el suplemento cultura|s de La Vanguardia. Uno de Masoliver Ródenas y el otro de Kiko Amat. Uno escrito desde la emotividad del honesto labriego castellano, el otro desde la de un punk-mod-rocker. Uno desde la madurez, el otro desde un romanticismo proadolescente. Pero ambos excluyendo la sensibilidad de las mujeres, de los gays, de las lesbianas. Mora, por su parte, se apoyó en una entrada de su blog con imágenes de relojes para diseccionar las relaciones del tiempo en nuestra sociedad (el tiempo y la propiedad privada, el tiempo y la propiedad del cuerpo, el tiempo como explicación, las teorías de instante final) para acabar concluyendo que todo va unido a un interés comercial, que siempre hay alguien que se aprovecha de eso para hacer que nuestras jornadas laborales actuales sean de 24 horas. E hizo la propuesta de tratar de detener el reloj del monstruo del sistema. En el debate posterior, y a instancias de la intervención del público, surgieron temas tan variopintos como el de la censura, la imagen de los apóstoles en la Santa Cena, primera comunidad de amigos al estilo de las redes sociales según Javier Moreno o la presentificación del futuro. Pero sobretodo, hubo un debate sobre la novedad y la obsesión con la innovación en literatura entre varios miembros del público y que puso en evidencia la tensión de los mutantes con otros sectores literarios que dicen perseguir la calidad y en el que me quedaría con la propuesta final de Mora de intentar construir una literatura para el siglo XXI, para los lectores del siglo XXI con su idiosincrasia. Hasta Fernández Mallo hizo una interesante intervención afirmando que él no buscaba la novedad cuando leía. Lo que no fue tan interesante fue la forma de intervenir, a destiempo, sin esperar a que el moderador le diera la palabra, en medio de un debate donde otra gente quería pedir la palabra. Puede ser que Fernández Mallo sea una de las voces más originales en la actualidad, puede ser que tenga demasiada presión por culpa de la resonancia que ha tomado su nombre, pero eso no le da derecho a saltarse las normas de un acto colectivo. Tal vez piense que con esa actitud su figura pública gana, yo creo que pierde.


En lo que Agustín Fernández Mallo si gana, es en sus lúcidas charlas públicas, esta vez en compañía del crítico Jordi Costa en la sesión MÁSCARAS MUTANTES: EL FREAK O EL MONSTRUO. Costa nos sorprendió con Harpya, de Raoul Servais, el corto ganador del Festival de Cannes en 1979.





Una parodia del terror clásico que se acaba convirtiendo en un corto de miedo que le permitió hablar de la simbiosos entre lo humano y la animación. De ahí a monstruos freaks como Michael Jackson o los modelos de las fotografías de Diane Arbus sólo había un paso. Fernández Mallo leyó un relato muy lírico, soporte gráfico incluido, en el que narraba su estupefacción tras encontrar en el suelo de su propia casa una rebanada de pan con un agujero en el centro y que le permitió definir su perspectiva de lo monstruoso: aquello que no está en su propia naturaleza. Nuevamente genial. Luego vino la batería de preguntas que se está volviendo habitual tras las intervenciones públicas de Fernández Mallo desde su éxito editorial con las nocillas y que ya cansa un poco. Cansa que un auditorio se llene de gente con la intención de polemizar con el autor porque ha tenido la suerte de destacar por su originalidad en el panorama literario, para que después desaparezcan y no tengan el mínimo interés por las otras sesiones de un evento que se supone colectivo. En fin.


La recapitualción del fenómeno monstruo estuvo a cargo de Juan Francisco Ferré y Manuel Vilas en la sesión MONSTRUOS S.A.: EL NARRADOR MUTANTE, ilustrada por los dibujos del artista Jesús Andrés en torno a la figura de Gregor Samsa y donde Ferré desplegó una oratoria espléndida y Vilas fue sumamente divertido con su ironía sobre el futuro y los relatos con que nos deleitó. Escuchamos algunas de sus referencias como Tarantino, Cronenberg, Shelley, el Universo, Rabelais o el Carrefour. Ambos llegaron a la conclusión de que los mutantes tienen futuro (¿?), y que lo monstruoso es otra cosa: la propia vida, la naturaleza, la pobreza, las viejas glorias del rock aún vivas, la racionalidad extrema, eso es lo monstruoso.


Para finalizar, una nueva sesión de Fernández&Fernández:





Y eso es todo amigos.