lunes, 20 de julio de 2015

La autoconciencia literaria de Óscar Gual - Suburbano

La autoconciencia literaria de Óscar Gual - Suburbano


Solo comprendiendo la profundidad de la crisis económica que hemos sufrido (y aún estamos sufriendo) en los últimos años, y las consecuencias que ha conllevado para el mundo editorial español, que se han traducido en el cierre de editoriales, la eliminación de premios o la publicación únicamente de fórmulas conocidas como la novela negra escandinava, se entiende que haya novelas como Los últimos días de Roger Lobus, de Óscar Gual, que hayan necesitado de tanto tiempo para ver la luz. Por suerte, ahí está la editorial Aristas Martínez, que ha sabido no solo sobrevivir sino también crecer en estos años difíciles, para poner fin a esa sequía creativa con una apuesta editorial y un catálogo muy motivadores.

Óscar Gual no es un recién llegado. Es un autor de trayectoria sólida con dos novelas a sus espaldas (Cut and Roll [2008] y Fabulosos Monos Marinos [2010], ambas en DVD), una nouvelle escrita a cuatro manos con Robert Juan-Cantavella (El corazón de Julia [Morsa, 2011]) e infinidad de relatos en numerosas antologías. Y puedo decir sin ánimo de exagerar que Los últimos días de Roger Lobus, trasunto de continuación de su anterior novela en el universo particular de Sierpe, la ciudad erigida sobre los restos de un centro penitenciario (18), es su mejor novela.

La apuesta por ese universo personal vertebra el libro. Pero además, ya en Fabulosos Monos Marinos apuntaba Gual a profundas reflexiones escondidas tras un tono jocoso. En esta nueva entrega continúa por esa línea con un posicionamiento que puede ser muchas cosas menos ingenuo, con el añadido de que el autor implícito se enfrenta a un drama autobiográfico: la muerte del padre, y lo que eso supone en nuestra sensible percepción del mundo: el paso del tiempo y la vulnerabilidad de la condición humana frente al juego de las apariencias sociales. Así que siguiendo con su apuesta estética, en donde la literatura se entremezcla con pensamiento, tecnociencia, ciencia ficción, deporte, videojuegos, lumpen, drogas y rock & roll, Gual encara los grandes temas y los trufa de crítica literaria y cultural sin que el lector deje de reírse o de reflexionar, según el caso, gracias al uso de personajes rotundos, como Carlos Manrique de la Santa Delgado. En este sentido, tras una capa de supuesta vulgaridad, se esconde un autor con un saber enciclopédico.

La novela se estructura a partir de los cinco últimos días de Roger Lobus, un testaferro local de Sierpe, en el hospital. Es su hijo, Junior, un muchacho con un tenebroso pasado que nos permite conocer a todo tipo de extraños personajes, quien narra los hechos en un tono inicial de sátira política. El uso del tiempo es muy remarcable en el libro, pues el lector se sumerge en largas digresiones, no solo hacia el pasado, también hacia el futuro, mientras permanece en el presente de la clínica donde se encuentra Roger Lobus. La estancia en el hospital es delirante, no solo por el estado físico de Roger y el estado mental de Junior, sino también porque esa es la propuesta del autor en esta novela para poder introducir también las reflexiones y observaciones del autor implícito, y solo el tratamiento del tiempo en el relato le permite al autor hacer cristalizar esta ambiciosa propuesta que se interroga por la esencia de la condición humana en una novela que se explica a sí misma.

lunes, 13 de julio de 2015

REGENERACIÓN DE LAS FORMAS ESTÉTICAS EN LA LITERATURA ESPAÑOLA - ALCES XXI: LA PRESENTACIÓN

Aquí les dejo el enlace de la presentación del panel: “Regeneración de las formas estéticas con el uso de la ciencia y la tecnología en la literatura española contemporánea” que desarrollamos en el marco de las III Jornadas ALCESXXI en Soria con la intervención de Germán Sierra, Javier Moreno, Marta del Pozo y Marcos García:



Fue un placer escucharlos a todos y disfrutar de la participación del público.

jueves, 2 de julio de 2015

La literatura nacional acaba en los Pirineos - Nagari Magazine

La literatura nacional acaba en los Pirineos - Nagari Magazine


Pese al mucho revuelo mediático que ha creado, la última novela de Michel Houellebecq: Sumisión, es un buen texto. Al menos es más inteligente que polémico. El libro se sustenta en una elipsis estructural magnífica; y la construcción del personaje del narrador y sus complejas relaciones con sus progenitores, que son el motor que impulsa al desenlace final, está muy correctamente elaborada. Bien es cierto que nos encontramos con ciertos tics propios del autor, como las explícitas escenas sexuales, la crítica sistemática al pensamiento que surgió del mayo del 68 francés o las reflexiones de un intelectual de derechas. Solo a partir de ahí se presenta el conflicto que parece existir entre el islamismo y la sociedad francesa: “estallará necesariamente una guerra civil entre los musulmanes y el resto de la población”.

Contra lo que cabría esperar, el autor introduce ese tema con delicadeza, mediante un narrador que es profesor de universidad y especialista en Joris-Karl Huysmans, escritor francés del siglo XIX conocido por su repudio de la modernidad y su conversión final al cristianismo. Así que la novela, más que hablar del conflicto cultural con el Islam, habla de los problemas que subyacen a una sociedad que ya no cree en nada, cuya última estación es el descreimiento de la generación del 68. De ahí que el narrador viva en completa soledad pese a sus varias amantes, y tenga una existencia para la que no encuentra sentido, cuyos culpables son esos supuestos progresistas multiculturales: “los votantes de la Hermandad Musulmana procedían en un 99 % del Partido Socialista”.

Claro que la novela contiene un discurso en torno a la islamofobia. Pero es una construcción sutil elaborada mediante dos estrategias que lo alejan del panfleto. La primera es la mención del narrador y de algunos personajes a referentes que apelan al cristianismo medieval y al concepto de invasión, sin hacer una crítica frontal del islamismo contemporáneo. Ejemplos de ello serían la “iglesia fortificada construida para resistir los ataques de los infieles”; el hecho de que “Carlos Martel derrotó a los árabes en Poitiers en 732 y detuvo así la expansión musulmana hacia el norte”; las menciones a la gran civilización que fue la cristiandad medieval o la cita a la Chanson du Roland.

La segunda es poner los comentarios más polémicos siempre en boca de otros personajes creados con una aureola controvertida, como Lempereur, antiguo miembro de los “Indígenas Europeos”, que básicamente son un grupo de tipos xenófobos que afirman: “somos los indígenas de Europa, los primeros ocupantes de esta tierra, y rechazamos la colonización musulmana”. Pero que acaba la frase diciendo: “rechazamos igualmente a las empresas norteamericanas y la compra de nuestro patrimonio por los nuevos capitalistas llegados de la India, China, etcétera”. Y el lector se podrá indignar con la muy neutra calificación de identitarios para estos tipos sospechosos, aunque se encontrará en pocas páginas con esta afirmación: “no éramos ni racistas ni fascistas, o sí, para ser honesto, algunos identitarios no estaban muy lejos de ello”, que lo pone todo en su sitio.

Así, si el problema es el choque entre la laicidad y el Islam de una Europa que se suicida, como certifica el narrador en su visita al bar del hotel Metropol de Bruselas y con la afirmación: “el verdadero enemigo de los musulmanes, lo que temen y odian más por encima de todo, no es el catolicismo: es el secularismo, el laicismo, el materialismo ateo”, entonces, por qué lo resuelve el autor desde un punto de vista nacional, con referencias literarias siempre de la tradición francesa, como Huysmans y sus contemporáneos, hasta el punto de que gracias a que en Francia triunfa el islamismo moderado, el país se convierte en el nuevo centro de la Unión Europea con la entrada en la misma de los países del Magreb y Turquía.

No puedo dejar de leer con ironía la chauvinista afirmación del narrador: “habrá una propuesta de directiva imponiendo el francés, paritariamente con el inglés, como lengua de trabajo de las instituciones europeas”, que es lo que verdaderamente interesa a la ciudadanía francesa. Pero también con tristeza, en especial, cuando estamos hablando de un autor, como Houellebecq, que revolucionó las letras francesas con su reivindicación de la ciencia ficción y el inglés Aldous Huxley en Las partículas elementales. Un autor tan inteligente que curiosamente es capaz de hacer decir a su narrador: “no estaba muy convencido de que la república y el patriotismo hubieran podido “dar lugar a algo”, aparte de a una sucesión ininterrumpida de guerras estúpidas”.

Parece que desde que ha vuelto a residir en Francia el autor se ha olvidado de que existe un corpus literario europeo que se inicia en Rabelais y Cervantes. Parece que se olvide de que dos de los nombres reales que más critica: Manuel Valls y David Pujadas, no tienen apellido francés sino catalán (el primero es efectivamente catalán de nacimiento). Para el narrador todo el problema es nacional (en el arcaico sentido que da el estado-nación, y que lo que más le preocupe sea que “[L]a verdadera agenda de la UMP, al igual que la del PS, es la desaparición de Francia, su integración en un conjunto federal europeo”.

Está claro que uno de los grandes obstáculos para la creación de un proyecto común europeo es el chauvinismo de los distintos estados miembros, y el francés es uno de los estados que más pecan de eso. Posiblemente ese sentir ha llegado a la literatura de Houellebecq. Pero la verdad, difícil lo tiene Francia para solucionar un problema de esta envergadura por sí sola. De la misma forma que la modernidad fracasa en España porque es un estado construido en torno a la fe única y a la Reconquista, que unifica en torno a un credo y expulsa a los herejes, y esa relación entre la identidad nacional y la fe católica hace fracasar todos los intentos de modernizar el país, Francia se refunda tras la Revolución Francesa en la laicidad como elemento identitario nacional básico tras un siglo de haberse desangrado por culpa de las guerras de religión que dividieron al país muchas veces entre católicos y hugonotes. Así que en mi opinión, ese intento de recuperar la espiritualidad está condenado al fracaso, al menos si se realiza en clave nacional, de la misma forma que intentar reconstruir ahora las literaturas nacionales en cada estado en una Europa global está condenado al fracaso, aunque ese intento produzca novelas inteligentes.