lunes, 30 de julio de 2018

Grande Vilas. Grande Ordesa - Suburbano

Grande Vilas. Grande Ordesa - Suburbano



La secuencia lógica de mi serie, que rompí en la pasada entrega, pretendía comparar la literatura del yo escandinava, a la que dediqué mis dos primeras entradas, con el mismo fenómeno en España, a partir del enorme éxito que ha acarreado la publicación de Ordesa, de Manuel Vilas (Barbastro, 1962). Philip Roth, el azar de su muerte, se cruzó por medio, como la muerte de los padres de Vilas se cruza por la trayectoria literaria del autor aragonés para que acabe escribiendo esta novela.

El libro de Vilas es un huracán, un terremoto en una literatura tan pudorosa y católica como la española, donde los que practican la autoficción siempre esconden su intimidad. Lo deja claro el mismo autor en este artículo. Lo explicita en Ordesa: “No me importa exhibir la vida de mi padre. Aunque en España nadie quiere exhibir nada. Nos vendría muy bien escribir sobre nuestras familias, sin ficción alguna, sin novelas. Solo contando lo que pasó, o lo que creemos que pasó.” (p. 127) Eso es mucho decir en un libro que parece no tener estructura más allá de los recuerdos del autor=narrador (en este caso), con los que la persona lectora tropieza de forma caótica.

Desde la cita inicial y la primera frase: “Ojalá pudiera medirse el dolor humano con números claros y no con palabras inciertas” (p. 9), este lector se ha encontrado un escrito arrebatador. No soy el único que lo ha dicho a estas alturas, así que solo puedo sumarme a las múltiples voces que han quedado subyugadas por el verbo de Vilas.

Es largo el camino que ha recorrido el autor desde aquella discusión con el también escritor Diego Doncel (Malpartida de Cáceres, 1964). En Lausana. Allá por 2012, en un congreso en homenaje a Juan Goytisolo donde el malogrado escritor expatriado no apareció por motivos de salud. En aquella ocasión, Vilas afirmaba que el mercado siempre acaba acogiendo al buen escritor, y lo ejemplificaba en la figura de Roberto Bolaño. Ahora su perspectiva ha cambiado. No hay más que ver las duras críticas que vomita sobre el capitalismo (pp. 14-18). La crisis económica le ha pasado factura. Pero también la vida, a partir de las experiencias que él mismo relata, algunas arrebatadoras, como la borrachera que coge cuando le conceden el crédito con el que comprará su piso; o el encuentro con el campeón español de boxeo ya fallecido: Perico Fernández. Sus borracheras, su alcoholismo, se detallan en la narración, a veces con imágenes muy hermosas: “Quien ha bebido sabe que el alcohol es una herramienta que rompe el candado del mundo” (p. 91) Pero siempre acompañadas del dolor del que se sabe enfermo.

Vilas construye desde la poesía, de ahí esa supuesta desestructuración, que ilustra muy bien a partir del personaje real de la madre, una persona caótica y desordenada, como el propio narrador, en su caso, a la hora de exponer los hechos. En realidad, Vilas siempre mantiene el mismo proyecto desde sus primeros libros en prosa, como España (2008). Fue una forma de escribir que se inició con él y con la obra narrativa de Fernández Mallo (A Coruña 1967), tal como postuló en su momento Eloy Fernández Porta. Se basaba en utilizar la poesía como una guía para la narrativa, a partir de una estructuración poética de las novelas. Que la prosa de Vilas bebe de su poesía está más que claro. Eso se observa a la perfección en el epílogo de este libro que hoy reseño, donde los lectores encuentran numerosos poemas escritos con anterioridad a Ordesa, pero de los que mama Ordesa. Por eso cuesta encontrar la estructura interna del relato. Pero existe. Es poética.

Lo que sucede en Ordesa es que el yo de Vilas ha llegado al centro de ese proyecto para relatar la historia de sus padres desde la memoria. A partir de ese entramado reconstruye la vida de la clase media española durante el franquismo. Pero es una historia poética, o donde la poesía se convierte en la protagonista y los padres en símbolos líricos, como simbólicos son los nombres que da a las personas que aparecen en el texto, todos grandes de la historia de la música clásica. Vilas funda el mundo a partir de esos nombres y de las palabras de su padre, como si fuera un Dios (p. 97). Interpela a los que ya no están presentes, pese a que: “El hecho de que jamás pueda volver a hablar con ellos me parece el acontecimiento más espectacular del universo, un hecho incomprensible” (p. 121). Y construye la vida de las personas de forma simbólica a partir de los objetos de consumo: el aceite de oliva de la madre, el coche del padre. Son siempre objetos baratos y, sin embargo, sobrenaturales (p. 175). A fin de cuentas: “El pasado son muebles, pasillos, casas, pisos cocinas, camas, alfombras, camisas. Camisas que se pusieron los muertos.” (p. 218) Resulta un recorrido lógico. Pero es, además el camino a través del que Vilas acaba dando una vuelta al calcetín que llevaba en Lausana, en su discusión con Doncel. Ahora es el buen escritor quien acaba domando al mercado con esos recuerdos, aderezados con hermosas imágenes, un mercado gris y deprimente como era el de la clase media-baja durante el franquismo.

Y todo este recorrido sirve para comprender que el verdadero Vilas, si es que eso existe, dada la complejidad de las personalidades humanas, es alguien que tiene miedo: “en lo más hondo de mi psicología reina el miedo.” (p. 40) Ese miedo se huele página a página, imagen a imagen, en Ordesa: “No puedes renunciar a la catástrofe, es el gran orden de la literatura, el viento de la maldad y el viento de todas las cosas que han sido.” (p. 197)

En conclusión, por la fuerza de las palabras del texto, y la inteligencia en el uso del lenguaje, de la sintaxis, que rompe cuando le da la gana con una potencia abrumadora, de las metáforas, de las imágenes, Ordesa es el libro del año. La grandeza de Vilas, que se reinventa a cada paso, sigue creciendo. Eres grande, Vilas, muy grande.

No hay comentarios: