Esta es la historia de un delirio, un delirio naranja; el
delirio que se desprende de esa obsesión rezuma ya en su portada, donde el
cielo, pero sobre todo el título y las dos líneas continuas de la interminable
carretera que se muestra a los ojos de la persona lectora son de un naranja
fulgurante que daña la mirada, que te mete dentro del escrito desde ya. Después
la página completamente naranja, que abre y cierra el hermoso ejemplar que configura
Orange Road en texto y forma. Y más
fotos de esa carretera que se dibuja en la lejanía del horizonte, esta vez en
blanco y negro, y que informa de que la novela que estás leyendo es la ganadora
del Premio Nacional de Novela Corta «Juan
García Ponce» 2016. Así hasta la cita de Baudrillard y el inicio del texto, y
todas esas multitudes diseñadas que acompañan las páginas, muy bien buscadas.
De la forma que envuelve el libro son culpables, Mauricio
Bares, el editor de Nitro/Press, un sello radicado en CDMX, y en mayor medida
la directora de arte del sello: Lilia Barajas. La novela es muy visual desde el
comienzo: “Orange Road es recta, leí
una vez, con un solo punto de fuga hacia
el misterio” (p. 15). De ahí el acierto del equipo editorial al dotarla del
soporte físico que más le conviene. Saber leer el texto y encontrar el diseño
que lo acompañe no es obra fácil, y Barajas ha sabido entender el delirio que
presenta el editor de una forma admirable. De todo lo que viene después es
culpable Isaí Moreno. Y todo es una historia obsesiva en la que Luis, el
narrador, abandona a su mujer y a su hijo para incorporarse a la secta
religiosa que debe viajar a Orange Road, la carretera misteriosa, el espacio
mítico del relato, en donde debe revelarse la verdad.
Para cohesionar al grupo, el líder echa mano del Éter, una
sustancia psicotrópica inyectable que los fieles consumen con pasión, y que les
permite superar las mayores dificultades, como la amputación de un brazo (p.
49), pero que también les ocasiona la mayor de las dependencias, de forma que,
en su ausencia, cualquier estupidez se convierte en un obstáculo insalvable. Ese
Éter forma parte del delirio que ronda en torno a la carretera naranja, así
como los referentes a iconos clave de la sociedad estadounidense como el Yankee Stadium (p. 31), y que al final
del texto se presentarán reveladores, estos sí.
El autor traza un paralelismo entre una distopía sobre el
consumo a lo Mad Max, haciendo mención
a las reservas de combustible (p. 21), incluyendo al Éter, pues no hay mayor
consumidor que el drogodependiente; y una fábula con connotaciones místicas, con
un lenguaje bíblico: “Transcurridos escasos días del recorrido nos acontecieron
sucesos sin precedentes” (p. 43), nuevos números y nombres sagrados, y nuevos
ritos de tránsito a la muerte (pp. 63 y 65), que es lo que le otorga verdadera
originalidad al relato. La acción se desarrolla, en su mayor parte, en la zona
desértica que antecede a la carretera protagonista, por cuanto me vienen a la
cabeza autores como Cormac McCarthy, pero también Juan Rulfo.
Se me antoja una parábola de la inmigración, del tránsito
hacia los imaginarios del capitalismo dejando atrás la vida pasada, en especial,
porque finalmente se nos revela como una distopía no distópica. Me explicó. Toda
distopía se proyecta hacia el futuro. Imagina como será ese futuro de forma
pesimista. Pero Moreno, sabio
conocedor del subgénero distópico, da un giro a la novela casi al final.
Nos muestra que su fantasía se está proyectando hacia el pasado, hacia la
irracionalidad y el fanatismo con los que hemos convivido durante los últimos
años.
Mención especial supone el personaje de Luis, el narrador,
muy bien trabado, con el que cerraré. En todo momento se nos presenta como el
escribiente que debe relatar las maravillas que contempla el nuevo grupo de
elegidos: “¡Saca pluma y papel, Luis, me pidió jubiloso, porque esto habrás de
asentarlo para la eternidad!” (p, 70) Y aunque en un momento de la trama parece
percibir el engaño en el que se encuentra inmerso, y que es capaz de narrar las
escenas más escabrosas con la sobriedad de un forense (p. 86), su sutil cambio
en el acto final lo muestra como un narrador delirante. La última pieza de un delirio
magnífico.
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