viernes, 4 de octubre de 2019

La generación más triste - Nagari Magazine




Bailo sobre mi silla giratoria, soy un ágil derviche consagrado a la mística de la rutina. Me concentro en las ruedas traqueteantes, sus pequeños fragmentos de rotación cósmica, su precaria música de las estrellas. Las horas siguen distribuidas ordenadamente en el reloj de la pared: he renovado mis votos. Pero no hay igualdad ni exactitud en la labor del minutero, solo la mecánica arbitraria de su señorío. Alabémosla. A las pausas reglamentarias (los cafés, los cigarrillos, el menú nuestro de cada día, uno y trino, en el restaurante de la esquina) demos gracias. (p. 13)

Con este párrafo se inicia El animal más triste (Seix Barral, 2019), la última novela de Juan Vico (Badalona, 1975). Y este fragmento es el mejor resumen de lo que he encontrado en su lectura. Ante todo, es una declaración de intenciones del estilo que desarrolla el autor: “A las pausas reglamentarias (los cafés, los cigarrillos, el menú nuestro de cada día, uno y trino, en el restaurante de la esquina) demos gracias.” Se trata de un estilo cuidado —yo diría matizado—, presidido por tiempos verbales en presente. Esa elección no es gratuita. A fin de cuentas, el texto es una crítica contemporánea, una disección de la frialdad del presente que nos consume, que consume a los narradores, y que se esconde tras esas referencias a Yo robot de Isaac Asimov (pp. 17 y 40). Pero también es una nueva entrega en la carrera literaria de Vico. El autor desplaza el foco hacia ese presente existencial, pero lo hace desde los mismos presupuestos estéticos que ya se distinguían en los relatos de El claustro rojo (Sloper, 2014), premio Café 1916. Esos presupuestos están cargados de metáforas poéticas: “soy un ágil derviche consagrado a la mística de la rutina”; que pueden incluir sinestesias y otras figuras retóricas: “las ruedas traqueteantes”; y menciones a imágenes: “pequeños fragmentos de rotación cósmica”. No en vano, la imagen, en especial, el cine, es muy importante en el escrito. Ese corto que el grupo de amigos rodó en su época universitaria y que vuelven a visionar juntos años después, es el desencadenante de buena parte de los recuerdos de los protagonistas. La novela se narra por momentos como si fuera una cámara de cine: “Ralentizo el paso y recorto el escorzo de Marta, la encuadro en el paisaje, persigo con mi cámara imaginaria el movimiento de su torso (p. 31). Esto da lugar a una teoría de la escritura a partir del guion cinematográfico (p. 64); y a un discurso sobre la levedad en el que se mezclan alta y baja cultura (p. 78). El último de los elementos a extraer de este párrafo inicial es el de la descripción de la sordidez de lo cotidiano: “su precaria música de las estrellas”; que se combina con la ironía y el sarcasmo: “Alabémosla”. El texto de Vico se entronca con los relatos que describen el vacío moral de las clases medias, una tradición muy notable en el mundo anglosajón (pienso en Amor perdurable, de Ian McEwan, o en Las correcciones, de Jonathan Franzen) y en la literatura modernista, que denunciaba las convenciones sociales a través del estilo. Por otro lado, dada la profusión de personajes, se puede considerar una novela generacional. Pero se trata de un grupo muy especial dentro de su generación. De una forma u otra, todos son creadores. La novela es una crítica a la sociedad contemporánea focalizada en el ámbito de la creación. Vico hace una crítica de las convenciones sociales, pero para indagar en las carencias del grupo que durante el modernismo se otorgó la autoridad moral para criticar al resto de su sociedad: los artistas. Escribe una novela como lo haría Virginia Woolf, pero indagando en el vacío existencial de los miembros de un círculo de Bloomsbury contemporáneo, una vuelta de tuerca muy original y aplaudible. De todo eso nos avisa ese primer párrafo. De lo que no nos avisa es de la estructura. La novela se vertebra a partir de varias voces: Jonás, que escribe en un magazine, protagoniza la primera parte. Después nos encontramos con el relato mítico de Paula sobre la decadencia del pueblo en donde tiene lugar el encuentro entre viejos amigos desde una perspectiva arquetípica, de sumo interés para este lector porque la narradora muestra las costuras del relato clásico. Esa narración interpuesta, ubicada en la segunda parte, supone un quiebre respecto de la primera, Nos introduce en la tercera parte, la de las reflexiones de la sensual Marta, los pensamientos de Cecilia, la esposa de Jonás, el diario de Roberto, el escritor de éxito, plagado de páginas memorables sobre la profesión literaria (157-160), el monólogo fotográfico de Solange, las confesiones de Paula, la joven de la que se ha encaprichado Roberto, antes de entregarnos la clave de lectura, que no revelaré, que confirma lo que nos indicó el primer párrafo, estrategia magnífica, aunque se me antoja que los giros finales de esa voz final son demasiado elevados:

Va tomando cuerpo la seductora idea de acudir a la casa de […] con mi diario escondido […]. Me imagino dejándolo caer en el jardín, debajo del sofá, abandonándolo junto a la escalera, fantaseo con que alguien […] lo recoge, curiosea, se topa con las páginas en las que hablo del affaire […] del pasado invierno, fruto, según se justificó […] entonces, del «desconcierto emocional» por el que estaban pasando […], aunque sería más fácil que el azar, dirigiendo la mano de ese alguien ([…], lo llevara a abrirlo por una de las numerosas entradas en las que hago referencia a … (p. 195).

No hay comentarios: