Bailo sobre mi silla giratoria,
soy un ágil derviche consagrado a la mística de la rutina. Me concentro en las
ruedas traqueteantes, sus pequeños fragmentos de rotación cósmica, su precaria
música de las estrellas. Las horas siguen distribuidas ordenadamente en el
reloj de la pared: he renovado mis votos. Pero no hay igualdad ni exactitud en
la labor del minutero, solo la mecánica arbitraria de su señorío. Alabémosla. A
las pausas reglamentarias (los cafés, los cigarrillos, el menú nuestro de cada
día, uno y trino, en el restaurante de la esquina) demos gracias. (p. 13)
Con este párrafo se inicia El animal más triste (Seix
Barral, 2019), la última novela de Juan Vico (Badalona, 1975). Y este fragmento
es el mejor resumen de lo que he encontrado en su lectura. Ante todo, es una
declaración de intenciones del estilo que desarrolla el autor: “A las pausas
reglamentarias (los cafés, los cigarrillos, el menú nuestro de cada día, uno y
trino, en el restaurante de la esquina) demos gracias.” Se trata de un estilo
cuidado —yo diría matizado—, presidido por tiempos verbales en presente. Esa
elección no es gratuita. A fin de cuentas, el texto es una crítica contemporánea,
una disección de la frialdad del presente que nos consume, que consume a los
narradores, y que se esconde tras esas referencias a Yo robot de Isaac
Asimov (pp. 17 y 40). Pero también es una nueva entrega en la carrera literaria
de Vico. El autor desplaza el foco hacia ese presente existencial, pero lo hace
desde los mismos presupuestos estéticos que ya se distinguían en los relatos de
El claustro rojo (Sloper, 2014), premio Café 1916. Esos presupuestos
están cargados de metáforas poéticas: “soy un ágil derviche consagrado a la
mística de la rutina”; que pueden incluir sinestesias y otras figuras retóricas:
“las ruedas traqueteantes”; y menciones a imágenes: “pequeños fragmentos de
rotación cósmica”. No en vano, la imagen, en especial, el cine, es muy
importante en el escrito. Ese corto que el grupo de amigos rodó en su época
universitaria y que vuelven a visionar juntos años después, es el
desencadenante de buena parte de los recuerdos de los protagonistas. La novela
se narra por momentos como si fuera una cámara de cine: “Ralentizo el paso y
recorto el escorzo de Marta, la encuadro en el paisaje, persigo con mi cámara
imaginaria el movimiento de su torso (p. 31). Esto da lugar a una teoría de la
escritura a partir del guion cinematográfico (p. 64); y a un discurso sobre la
levedad en el que se mezclan alta y baja cultura (p. 78). El último de los
elementos a extraer de este párrafo inicial es el de la descripción de la
sordidez de lo cotidiano: “su precaria música de las estrellas”; que se combina
con la ironía y el sarcasmo: “Alabémosla”. El texto de Vico se entronca con los
relatos que describen el vacío moral de las clases medias, una tradición muy
notable en el mundo anglosajón (pienso en Amor perdurable, de Ian
McEwan, o en Las correcciones, de Jonathan Franzen) y en la literatura
modernista, que denunciaba las convenciones sociales a través del estilo. Por
otro lado, dada la profusión de personajes, se puede considerar una novela
generacional. Pero se trata de un grupo muy especial dentro de su generación.
De una forma u otra, todos son creadores. La novela es una crítica a la
sociedad contemporánea focalizada en el ámbito de la creación. Vico hace una
crítica de las convenciones sociales, pero para indagar en las carencias del
grupo que durante el modernismo se otorgó la autoridad moral para criticar al
resto de su sociedad: los artistas. Escribe una novela como lo haría Virginia
Woolf, pero indagando en el vacío existencial de los miembros de un círculo de
Bloomsbury contemporáneo, una vuelta de tuerca muy original y aplaudible. De
todo eso nos avisa ese primer párrafo. De lo que no nos avisa es de la
estructura. La novela se vertebra a partir de varias voces: Jonás, que escribe
en un magazine, protagoniza la primera parte. Después nos encontramos con el
relato mítico de Paula sobre la decadencia del pueblo en donde tiene lugar el
encuentro entre viejos amigos desde una perspectiva arquetípica, de sumo
interés para este lector porque la narradora muestra las costuras del relato
clásico. Esa narración interpuesta, ubicada en la segunda parte, supone un
quiebre respecto de la primera, Nos introduce en la tercera parte, la de las
reflexiones de la sensual Marta, los pensamientos de Cecilia, la esposa de
Jonás, el diario de Roberto, el escritor de éxito, plagado de páginas
memorables sobre la profesión literaria (157-160), el monólogo fotográfico de
Solange, las confesiones de Paula, la joven de la que se ha encaprichado
Roberto, antes de entregarnos la clave de lectura, que no revelaré, que confirma
lo que nos indicó el primer párrafo, estrategia magnífica, aunque se me antoja
que los giros finales de esa voz final son demasiado elevados:
Va tomando cuerpo la seductora
idea de acudir a la casa de […] con mi diario escondido […]. Me imagino
dejándolo caer en el jardín, debajo del sofá, abandonándolo junto a la
escalera, fantaseo con que alguien […] lo recoge, curiosea, se topa con las
páginas en las que hablo del affaire […] del pasado invierno, fruto,
según se justificó […] entonces, del «desconcierto emocional» por el que estaban
pasando […], aunque sería más fácil que el azar, dirigiendo la mano de ese
alguien ([…], lo llevara a abrirlo por una de las numerosas entradas en las que
hago referencia a … (p. 195).
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