Roberto Bolaño pasó los últimos años de su vida condicionado
por la enfermedad que acabaría con su vida. Aunque Rodrigo Fresán afirma que en
sus conversaciones personales nunca hablaron de la muerte, la salud y su
ausencia siempre están presentes en los últimos escritos del autor chileno.
Llegó hasta a dar charlas en el programa de Kosmópolis sobre las relaciones de
la narrativa con la (falta) de salud.
Parece que en una época en la que se esconde al enfermo y se
evita hablar de sufrimiento, la literatura sigue manteniendo el tipo. Y es de
agradecer, ahora que han proliferado enfermedades que antes ni conocíamos y
otras que creíamos extinguidas han vuelto. La literatura debe estar al lado del
sufrimiento por lo que de humanidad tiene. Por eso quiero alternar mis
habituales columnas con una serie de artículos dedicados a la imagen de la
enfermedad en la literatura. Hoy empezaré con el tratamiento del Alzheimer en
narrativa, para pasar a otras obras que, o bien presentan una perspectiva
novedosa sobre la relación entre literatura o salud, o forman parte del corpus
clásico.
De todas las novelas que han tratado recientemente el
Alzheimer, Ahora tocad música de baile (Anagrama, 2004), el cuarto libro
de Andrés Barba (Madrid, 1975), destaca por su calidad. Es un texto muy sólido,
en el que la enfermedad de la madre: Inés, revela toda la miseria que rodea a
esa familia de clase media. Santiago, el hijo cruel, criado a imagen y
semejanza de la madre pero desde la autosuficiencia. Bárbara, la hermana mayor,
eclipsada por la belleza y el carácter de la madre. Y Pablo, el padre de
familia resentido. Buena parte de los personajes de la novela están muy bien
trabajados. Excelsa resulta la construcción de Santiago, la vergüenza que le
provoca su familia (p. 151), su misoginia y el desprecio por las mujeres que no
sean Inés, que parece resolver la colombiana Paloma, compañera de trabajo, tras
la crisis que supone para el hijo la enfermedad de la madre idealizada, pero
que no evita el terrible, dramático final. Entre el andamiaje de voces también
se percibe la bondad de Pablo (p. 182), pese a ese resentimiento que ha
incubado durante décadas. De hecho, Barba se dio a conocer como un excelente
constructor de personajes por novelas como La hermana de Katia,
finalista del Premio Herralde en 2001. Sin embargo, el personaje de Bárbara, la
hija, y su relación lésbica con Elena, la asistenta, no acaba de percibirse
como un arquetipo real sino literario. Es cierto que gracias a ella recupera el
tema de la honra en la literatura española de una forma brillante (p. 93). Pero
muchos pasajes se observan injustificados si no es que apelamos a la historia
de la literatura y a la figura de Virginia Wolf, también presente en la
construcción de muchos monólogos junto a Henry James, y en el profundo discurso
feminista que encierra esta novela (p. 142). Más allá de ese apunte teórico, no
me parece que Bárbara pueda ser un personaje con cara y ojos.
En cuanto al tratamiento de la enfermedad de la
protagonista, inicialmente no se utilizan escenas sórdidas en la representación
del Alzheimer. Pero este elemento va in crescendo con cada movimiento o
parte —hasta formar un total de 4—. De las escenas centradas puramente en la
incapacidad de la mente de la enferma del primer movimiento (p. 70), se pasa a
la necesidad asistencial por parte del marido en el segundo (p. 83) y a las
intervenciones del neurólogo (pp. 85-86); para pasar en la tercera y la cuarta
parte a escenas mucho más centradas en la degeneración física y mental de la
enferma (pp. 159-160), la asistencia profesional (p. 189) y lo escatológico. En
este último término, la obra se emparentaría con Las correcciones, de
Jonathan Franzen. También encuentro un paralelo en el hecho de que la enferma
nunca tiene voz. Son los otros los que describen a Inés, la Inés anterior, la
que no estaba enferma. Pero a diferencia de en la novela del autor
norteamericano, aquí el Alzheimer se presenta siempre como una excusa para
levantar el entramado del texto, las crisis de los otros personajes, porque el
carácter dictatorial de la Inés sana impide empatizar con la enferma, lo que
acaba convirtiéndolo en un escrito excesivamente frío.
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