Son muchos los pensadores que han
criticado el falsacionismo de Karl Popper por su carácter poco
constructivo y su imposibilidad para crear nuevas teorías. Yo,
fervierte admirador de la escuela iniciada por Thomas Kuhn, no puedo
estar más de acuerdo.
Y sin embargo, el falsacionismo de
Popper es una herramienta fundamental para descubrir si una teoría
no es la correcta o es pseudociencia. Así podría haber utilizado
Pim van Lommel la increíble documentación que expone en su libro,
Consciencia más allá de la vida. La ciencia de la experiencia
cercana a la muerte, sobre vivencias al borde de la muerte, para
tratar de falsar algunas de las teorías neurológicas más en boga
sobre qué es y cómo actúa la conciencia.
Van Lommel utiliza unos 4000 testimonios
de pacientes que sufrieron una experiencia consciente en el umbral de
la muerte, tras infartos o estados de coma profundo, algunos de ellos
fascinantes. Sin embargo, el autor de Consciencia más allá de
la vida desaprovecha todo ese caudal de información para una
labor muy propia de la ciencia como es el contraste de hipótesis, y
lo derrocha embarcándose en un discurso pseudocientífico. Se apoya
en una interpretación muy particular de la mecánica cuántica (que
no domina) y de la biología molecular donde abundan los “quizá”,
los “tal vez” y los “podría ser” para utilizar unas teorías
que la comunidad científica aún está comprobando experimentalmente
y que el autor se apropia de forma parcial para su propio interés.
El rigor, que van Lommel utiliza para
compilar sus testimonios y enfrentarlos a las teorías cientifistas
que niegan las experiencias en el umbral de la muerte con argumentos
a veces pueriles, se desvanece cuando persigue una explicación
consistente para esas experiencias.
Al parecer, en la actualidad todos los
libros de divulgación requieren de una serie de capítulos y
secciones dedicados a otros campos de la ciencia que, al menos
tangencialmente, tienen que ver con la hipótesis principal del
libro. Cosas de la tercera cultura, que considera que el público
general adolece de falta de conocimiento científico. Y no deben
andar muy desencaminados los editores cuando uno lee las reseñas de
este libro en los principales suplementos literarios españoles y no
encuentra ni una velada crítica a la falta de rigor de algunos de
sus pasajes. Al contrario, todo son críticas positivas de unos
reseñistas que también parecen desconocer las teorías de Popper.
En todo caso, en ningún momento
encontramos en las páginas de este libro a un pensador tan fino como
Erwin Schrödinger, a quien se cita, pero que solía contextualizar
de forma excelente este tipo de ensayos que relacionan las ciencias
más duras con las humanidades y las ciencias de la naturaleza, y que
hilaba muy fino sus textos.
Claro que no todo el mundo tiene la
capacidad de postular una ecuación tan universal como la de
Schrödinger. Desde luego, van Lommel no. Él prefiere dejarse llevar
por sus deseos y no por el rigor. Sin ese rigor popperiano sus ideas,
aunque interesantes, no pueden considerarse científicas. Así, las
propuestas más sugerentes del libro, como la hipótesis de la
naturaleza no local (universal) de la conciencia, que le permitiría
existir antes y después de la vida; o la percepción de la realidad
como una holografía compleja que incluiría a las distintas
conciencias interconectadas, quedan poco y mal contrastadas. Resultan
deseos más que teorías científicas.
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