Mirando al futuro
Que en una misma novela se mencione, sin despeinarse, a El Luis y a
Johnny Marr; a Robert Smith y al Pijoaparte; o al fundador de Factory
Records y a Los Amaya, es la mejor prueba de que estamos ante una obra
de ciencia ficción. Y “Artefactos” (Sloper), con la que Carlos Gámez ganó
el IX Premio Café Mon lo es. Por lo mencionado, pero sobre todo por ese
mundo que dibuja, donde los neurochips son la nueva droga; donde uno
puedo desplazarse en el espacio con un simple casco y un programa de
ordenador; donde la física cuántica puede explicar las relaciones; y
donde los sitios hace tiempo que dejaron de conocerse por sus nombres
actuales.
Y parece que esos cambios que ya existen en la realidad
de su novela, los intenta propugnar Gámez desde su escritura. Por un
lado, denunciando lo limitado que se quedará el papel y la
sobredimensión que adquirirá todo cuando rompamos nuestra relación
romántica con él. Da la sensación que “Artefactos” ha nacido para esta
encuadernado, pero al mismo tiempo para propagarse por la red con
enlaces a webs, vídeos, chats,… Por otro, huyendo de la adscripción a un
sólo estilo narrativo. Pero sin que esto parezca un simple capricho del
autor, sino como una necesidad. Cada capítulo tiene el suyo. El
tercero, “Cuento cuántico” es el mejor ejemplo de ello. Simula las
entradas de un blog y funciona como una bala. El lector se olvida que
está pasando las hojas de un diario online, más preocupado en comprobar
como avanza la trama. Nada desentona y el dificíl equilibrio se salda
con una excelente nota.
Es la sorpresa otra de las bazas que
maneja “Artefactos”. No sólo porque cuando menos te lo esperas, te
descoloca, por ejemplo, un surrealista diálogo sobre Los Simpson y Padre
de familia. Tampoco por las expectativas que genera cada final de
capítulo ante la novedad narrativa que supondrá el siguiente. Más bien
por las pistas que va arrojando cada página y las relaciones que se van
entrelazando entre los protagonistas a lo largo de los años. Una
estructura similar a un cubo de Rubik. Esa misma satisfacción que se
experimenta al conseguir encajar todas las caras es la misma que se
tiene al acabar el libro.
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