domingo, 18 de noviembre de 2012

UN BIG BANG LITERARIO

Partamos de una premisa básica:

El universo surgió de un punto a partir de una singularidad que denominamos Big Bang.

Bien, tal vez sea excesivo. Quizá se haya tratado de una premisa demasiado básica. Busquemos un corolario:
Esa singularidad requiere de un creador (léase Dios).

Pero no está ni mucho menos claro que Dios exista (al menos, no todo el mundo se pone de acuerdo en este punto). Así que debemos replantearnos el corolario desde una perspectiva más humana. Allá vamos:

Kurt Vonnegut es Dios.


Al menos lo es en El desayuno de los campeones. Y además, construye el entramado de la novela a partir de una singularidad, por lo que nuestra premisa básica ahora sería:

La singularidad en la que se basa El desayuno de los campeones es el encuentro entre el escritor Kilgore Trout y el empresario Dwayne Hoover.

A partir de ese encuentro imaginario entendemos la extensión previa de páginas y páginas de fascinante narración fragmentada, hipotéticos argumentos de novelas y relatos de ciencia-ficción, recuerdos sobre la Gran Depresión, detalles científicos y técnicos de un autor que descree de la ciencia y la tecnología, reflexiones sobre la sociedad americana y la evidente presencia del autor, que deja clara al lector su posición de creador de la obra que está leyendo en el momento clave de la narración.

Un universo fragmentario que bebe de la influencia de escritores que se plantearon la autoridad de la autoría a principios del siglo XX como Unamuno o Pirandello, y que Vonnegut recupera desde una perspectiva más popular para dar forma a una de las obras fundamentales del posmodernismo americano. Un libro plagado de ciencia y tecnología, escrito por un autor que descree de la ciencia y la tecnología de su época. Un Big Bang de páginas y narraciones en el que merece la pena sumergirse.

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