Pese a ser yo un escritor que se siente más
cómodo en el género fantástico, y especialmente, en una
ciencia-ficción muy cercana al presente, siempre me ha interesado la
obra de un narrador tan afín al realismo como es Javier Cercas.
A mi modo de ver, es de aplaudir en
Cercas ese equilibrio entre la literatura de gran
público y una apuesta literaria innovadora. En
Soldados de Salamina, un gran éxito editorial, es capaz de
alternar la trama sobre la Guerra Civil y la recuperación de la
memoria histórica con un ensayo de lo que él llama “un relato
real”. La velocidad de la luz es un libro más flojo. Pero
merece mi admiración porque es la apuesta de un autor que prefiere
continuar su obra que regodearse en las mieles del éxito repitiendo esquemas, además de que
en sus páginas testimonia sus referentes literarios. Anatomía
de un instante resulta ser no solo una rememoración del 23F,
sino una apuesta decidida por hibridar ensayo y novela pero desde el
ensayo, lo que resulta bastante arriesgado.
Sin embargo, esta mezcla entre escritura
para el gran público y apuesta literaria es mucho menos evidente en
Las leyes de la frontera. Como siempre en los últimos
libros de Cercas, la novela se lee bien al estar estructurada como
una serie de entrevistas. Pese a algunos elementos introducidos al
principio con calzador, el relato de los quinquis de los 70 resulta
entretenido. Incluso algunos guiños a la cultura popular de la
época, como la referencia a La frontera azul, pueden ser
entrañables. Es cierto que existe una rectificación al
realismo galdosiano a modo de crítica. Por desgracia, no se vislumbra nada más en
una novela que algunos críticos han considerado escrita desde un
realismo anterior al de Marsé.
En este sentido, el libro indica muy pronto una referencia a la Gerona de Galdós, para acabar concluyendo que se trata de un modelo acartonado de realismo, capaz de convertir en héroe a un tirano:
más que una novela sobre la guerra me pareció una parodia de una novela sobre la guerra, una cosa cursi, truculenta y pretenciosa ambientada en una ciudad de cartón piedra donde solo vive gente de cartón piedra. Y en cuanto a Álvarez de Castro, [...] francamente: es un personaje asqueroso, un psicópata capaz de sacrificar la vida de miles de personas para satisfacer su vanidad patriótica y no entregar a los franceses una ciudad vencida de antemano.
Curiosamente, un planteamiento opuesto de forma diametral a lo que Cercas pretende en su novela: no idealizar a los quinquis de los 70. A mi modo de ver no lo consigue. Tal vez por culpa de situar la trama en Girona a modo de homenaje, espacio que ahora habito y donde la cercanía de los barrios de dinero con los de los desheredados es muy grande (de ahí que el símil con La frontera azul funcione). Pero en la Barcelona que transité durante los años en que se narra la novela, los quinquis golpeaban a la clase media-baja (por no decir a los obreros) de barrios como La Verneda, La Sagrera o Nou Barris (los barrios de mi infancia junto a Sant Andreu, más burgués). Para nada llegaban sus golpes hasta Sarrià, Predalbes, La Bonanova o Sant Gervasi, los barrios de los ricos. Por tanto, tampoco se consigue evitar la idealización de un personaje como El Zarco. Tal vez no un Robin Hood. Pero sí alguien dibujado como capaz de repartir esa denominada justicia de la calle en la novela. Muy lejos del carácter también psicopático y agresivo de El Vaquilla, en quien se inspira el relato.
Y, aunque comparta la cita: "es nuestra cabeza la que decide dar sentido a esa casualidad, en función de nuestro bagaje pero también de nuestras neuronas"; no veo tan claro eso de que: "la ficción siempre supera a la realidad pero la realidad siempre es más rica que la ficción." No al menos en esta crisis que estamos viviendo, ni en las relaciones socioeconómicas que nos dominan, que se me antojan imposibles de comprender sin la ficción, por no decir sin la ciencia-ficción.
2 comentarios:
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Gracias por el simpático comentario en árabe (pese a que tal vez haya razones comerciales).
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