Científicos
y literatos recorren a veces un camino común. Pero en el caso de la
memoria asociativa, Marcel Proust se adelantó a las neurociencias.
Aunque los neurólogos dan nombres peculiares a las distintas memorias
humanas, Proust ya distingía entre memoria voluntaria y memoria
involuntaria al escribir En busca del
tiempo perdido. De ahí el episodio de
la magdalena. En cuatro páginas, el escritor francés relata cómo del recuerdo de
un sentido, el gusto (el bocado de una magdalena mojada en infusión),
puede surgir el recuerdo de un mundo entero. Según sus propias
palabras: “todo Combray y sus alrededores […] salió […] de mi
taza de té.”
Hoy en
día, los neurólogos saben que la coincidencia temporal en la
percepción de dos estímulos sensoriales, como el gusto y la vista,
refuerza las conexiones entre neuronas. Conexiones que hace tiempo se
definieron como sinapsis. La asociación del sabor de la magdalena,
en el caso de Proust, se grabó en sus sinapsis con todas las
imágenes que lo acompañaban y quedó guardado en un lugar recóndito
de su mente. Los neurólogos llaman a eso memoria a largo plazo.
Las
evocaciones del pasado se basan en las redes de memoria, estructuras
maravillosas que se entrelazan con las redes que perciben los
sentidos. Es por eso que si se repite uno de los estímulos asociados
(en el caso de Proust, el gusto), se activa la red de memoria
asociativa que permite recuperar el otro estímulo (las imágenes de
Combray). Son los dos estímulos juntos los que accionan la memoria a
largo plazo. El mecanismo que le permitió a Proust, el primero en
explicar la memoria involuntaria, recuperar ese
tiempo perdido con la escritura gracias a una magdalena mojada en té.
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