Desde
la revolución editorial que supuso La Tercera Cultura, postulada por
Brockman, los libros dedicados a la divulgación científica
publicados en el ámbito anglosajón suelen contener propuestas muy
ambiciosas, especialmente explicativas y dirigidas al gran público.
Es el
caso de La nueva mente del emperador, publicado en 1989 por el
conocido matemático Roger Penrose en su versión en inglés. Allí
pretendía postular la idea de la mente cuántica frente a la de la
mente como una máquina algorítmica. Y es cierto que el libro
contiene buenas sugerencias. Por ejemplo, al concebir la paradoja del gato de Schrödinger como lo que es, un experimento exclusivamente
imaginario, nunca contrastado, el autor propone resolverla de la
misma forma, mentalmente. Así, la superposición de estados del gato
estaría en nuestra cabeza, como las múltiples vidas que vamos
desechando en nuestra existencia con nuestras propias decisiones.
También se expone la idea de la conciencia como una entidad
cuántica.
Sin
embargo, el texto contiene dos errores importantes en su exposición:
- La idea principal de Penrose, la de la conciencia cuántica, nunca se apoya en datos experimentales. Se defiende siempre de forma especulativa.
- Su novedosa tesis solo aparece al final del libro. Hasta entonces ha sumergido al lector en páginas y páginas de erudición científica: física newtoniana, neurología, darwinismo, relatividad, cosmología y mecánica cuántica. Si bien es cierto que estos contenidos están relacionados con el ensayo, y que en los libros de la Tercera Cultura hay que darle una visión global al lector, Penrose peca de exceso enciclopédico. Muchas de esas teoría van a ser irrelevantes en su tesis final.
Son los
pecados de la producción masiva de divulgación científica. El
autor siempre piensa que debe explicar al lector todo desde el inicio
del Big Bang y a veces es incapaz de demostrarlo. Tal vez el
lector medio guste de ilustrarse, pero si se sumerge en la lectura de
libros de este tipo, tampoco es un profano. El interés suele ser el
mayor motor para el aprendizaje. El lector gusta de convencerse y
sabe que en ciencia el método dialéctico no basta. Y eso no lo tuvo
en cuenta Penrose.
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