Tras su último viaje a la Argentina, mi amigo Hernán me trajo una joya en lengua castellana (imposible encontrarla en España): un breve diálogo teatral del escritor argentino Leopoldo Marechal (1900-1970), autor de la celebrada novela Adán Buenosayres. El texto, titulado Athanor (sainete alquímico), narra el encuentro de Flamel, el conocido alquimista francés del siglo XIV, con cuatro científicos venidos de la ultratumba. A saber: Carnot, Wells, Schwartz y Negri. No está claro que Marechal esté haciendo referencia a personajes reales, como el físico francés o el escritor de ciencia ficción inglés. Sin embargo, lo cierto es que esos nombres sintetizan las cuatro tradiciones científicas europeas: la francesa, la anglosajona, la germánica y la italiana. Frente a ellos Flamel y el poeta que ejerce de cronista. Todos alrededor de una central nuclear, el espanto de la ciencia del siglo XX. La simbolización evidente de la distancia entre ciencias y letras.
Teniendo en cuenta que el texto se publicó en 1966, época de
gran distancia entre las “dos culturas”, no parece algo extraño pese a que lo
publicara en la Argentina, tierra en donde el abismo entre las
ciencias y las letras ha sido el más corto del mundo hispano, como
podemos observar al leer a Borges, a Cortázar, a Fresán, a Alberto Rojo, Los crímenes de Oxford, los
primeros ejemplares de la Editorial Minotauro o la biografía de
Sábato. Cabe decir que Marechal fue miembro activo de la revista
Martín Fierro, y compañero de alguno de los escritores
mencionados. Sin embargo, se distanció con los años de sus antiguos
camaradas por una serie de desavenencias, más personales que
literarias. Quizá en esa distancia reside la razón de una mirada
distinta para lo científico que la de sus antiguos compañeros
martinferristas. Eso y el espíritu de la época.
Si utilizáramos este distanciamiento y el hecho de que Marechal era un católico convencido, con una visión simplista del asunto podríamos aceptar el enfrentamiento descarnado entre fe, razón y alquimia que presenta el autor. Pero ahí las cosas chirrían. Ahora se sabe que Isaac Newton (el más famosos científico junto con Einstein) dedicó muchas horas de estudio a la alquimia. También se sabe que era un creyente convencido, en este caso un fanático anglicano. Y Cárdano, el matemático renacentista que encontró la solución de las ecuaciones de tercer grado, acabó con sus huesos en los calabozos por hacer cartas astrales de Jesucristo. La frontera entre ciencia, religión y pseudociencias no es clara. La ciencia no es tan ajena a la alquimia, la magia y el lenguaje como creía Marechal. Otra cosa es que sus productos sean a veces peligrosos, como las centrales nucleares. Pero necesitamos una perspectiva más abierta para superar el abismo, como hacían los alquimistas: Flamel y Newton.
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