El
“Manual de Buenas Prácticas. Lenguaje administrativo con
perspectiva de Género”, publicado por el Ayuntamiento de Avilés
en el año 2003, es un ejemplo de las numerosas guías de estilo que
proliferaron en España en los últimos años, con la idea de dotar a
las distintas administraciones de elementos que permitieran redactar
documentos y expresarse en el ámbito oficial con un lenguaje no
sexista.
Al
leer en la guía arriba mencionada fragmentos como (p. 5): “Los
documentos que se elaboran en una Administración son, en cierta
medida, su imagen. El lenguaje que se utiliza en estos documentos
muestra una determinada concepción de la realidad que se
administra”, observamos que se trata de un texto que cree que
cambiando el lenguaje podemos cambiar la sociedad.
Sin
embargo, esta no es la opinión del académico de la lengua Ignacio
Bosque, afamado gramático, que en un artículo publicado en el
diario El País con fecha 4 de marzo de 2012, se centra en
analizar si estas prescripciones encierran errores gramaticales. El
académico fundamenta su crítica en torno a la discusión del uso
del masculino como plural genérico en castellano y si este impide la
visibilización de la mujer. Se apoya precisamente en la narrativa de
una serie de escritoras y el testimonio de la científica Margarita
Salas (caso en el que se extiende), analizando su forma de expresarse
y demostrando que esta se aviene a las reglas de la Academia y no a
lo propuesto por las guías de estilo. También respalda sus ideas
con su experiencia docente en la universidad a través de la
interacción con un grupo de alumnas. Conecta posteriormente la
corrección formal en el lenguaje con la educación y la labor de los
profesores de lengua en la enseñanza media, que considera
fundamental para el futuro de la lengua y los hablantes. Para
concluir que la enseñanza de la lengua a las nuevas generaciones:
“trata de lograr que aprendan a usar el idioma para expresarse con
corrección y con rigor”.
Bosque
sigue al pie de la letra la estructura de poder propuesta por Bordieu
en el artículo “The Production and Reproduction of Legitimate
Language” para el sistema lingüístico, fundamentada en los
gramáticos como él y secundada por los profesores de lengua. Pero
nótese que sustenta su autoridad siempre desde una posición de
superioridad respecto del colectivo femenino. Primero, en su calidad
de académico, como aquel validado institucionalmente para analizar
la producción literaria de las autoras mencionadas. Después, en su
posición de profesor ante un grupo de alumnas en un claro ejercicio
jerárquico. Ese postura de superioridad frente a las mujeres (el
gramático analizando a escritoras, el profesor preguntando a
alumnas) hace que su juicio sea falaz, pues nunca habla de colegas
gramáticas. Curiosamente (o quizá no tanto), el vídeo “¿Sexismo
en el lenguaje?” elaborado por CEUMEDIA, la corporación
audiovisual de la universidad privada católica CEU, que está de
acuerdo con Bosque en la mayoría de sus tesis, utiliza la misma
estrategia discursiva: una voz en off masculina va ligando los
distintos testimonios que aparecen, todos femeninos y donde varias de
las entrevistadas forman parte de la misma institución. Así, las
voces y la visibilidad serían femeninas pero la autoridad masculina.
En ambos caso, en ningún momento se plantea que las mujeres en las
que se sustentan los testimonios se expresan de esa forma porque esa
fue la gramática que les fue impuesta en la escuela, una gramática
dictada por académicos como Bosque, en su mayoría hombres. Bordieu
afirma que el sistema escolar impone al hablante la posición
lingüística dominante sin que este se dé cuenta de su carga
política. Dice, además (p. 469): “Integration into a single
'linguistic community', which is the product of the political
domination that is endlessly reproduced by institutions capable of
imposing universal recognition of the dominant language, is the
condition for the establishment of relations of linguistic
domination.” De la misma forma se posiciona Lakoff en su artículo
“Talking Like a Lady”, cuando afirma que a las mujeres se les ha
impuesto un lenguaje desde la enseñanza. En este sentido, resulta
reveladora la entrevista a la profesora de la Universidad de Alcalá,
Mercedes Bengoechea, cuando esta afirma que “las normas
[linguísticas] se crean desde arriba” y nos advierte del fracaso
académico con el que se van a encontrar en su futuro profesional
aquellas personas que las incumplan. Argumentos que Bosque y el vídeo
parecen ignorar.
Por
otra parte, el autor carga las tintas contra el carácter claramente
prescriptivo de dichos manuales, en donde se pueden leer frases como
la que encontramos en la guía elaborada por el Ayuntamiento de
Avilés (p. 4): “Cuando escribamos un documento, leámoslo viendo
si incluye o trata por igual a hombres y mujeres, si no es así
cambiemos la redacción y así poco a poco iremos construyendo una
sociedad igualitaria”, donde se observa que se trata de un texto
con una clara intención prescriptiva en el sentido de higiene verbal
que define Cameron. Es decir, como una autorregulación social para
prescribir el lenguaje utilizado. El académico critica estes tipo de
juicios, a los que acusa por tratar “de enseñar”, y que en algún
caso llegan al extremo de multar “a los anunciantes que no
respetaran en sus textos las directrices lingüísticas de esa
institución”, como ocurre en el caso del manual de la Junta de
Andalucía, y que muestra los peligros que puede implicar el
prescriptivismo cuando se aplica desde arriba y de una forma
excesivamente extricta. Peligro que no llega a percibir Cameron en su
artículo, “Problems of Prescriptivism”.
Curiosamente,
Bosque define sus prácticas y decisiones como lo haría un
normativista. Es decir, el gramático se define como alguien que tan
solo levanta acta de la naturaleza del lenguaje tal como lo habla
“todo el mundo”. Eso se observa al analizar la frase que propuso
a sus alumnas: “Nadie estaba contenta” y acabar
resolviendo que: “[o]tra opción, que algunos consideramos
preferible, sería entender que la irregularidad de esta frase no
está en la sociedad, sino en la sintaxis.” Idea que enlaza con su
concepción de una lengua ajena a consensos y negociaciones que le
hace afirmar “la historia de cada lengua no es la historia de las
disposiciones normativas que sobre ella se hayan dictado, sino la
historia de un organismo vivo, sujeto a una compleja combinación de
factores, entre los que destacan los avatares de los cambios sociales
y las restricciones formales fijadas por el sistema gramatical.” Es
decir, que los verdaderos dueños del lenguaje son los hablantes y
los académicos apenas describen las normas que observan, en contra
de aquellos que piensan “que los significados de las palabras se
deciden en asambleas de notables, y que se negocian y se promulgan
como las leyes”, como son los redactores de las guías. Bosque
ignora la afirmación de Bordieu, quien dice que el lingüista le da
carácter social, comunitario, a los procesos políticos de
unificación de una lengua. También lo obvia el antes citado
documento audiovisual, “¿Sexismo en el lenguaje?”, que apoya
esta visión de la labor normativa de la Academia, tanto la voz en
off como las mujeres que dan su opinión: la escritora y académica
Soledad Puértolas y las profesoras del filología María del Carmen
Ruiz de la Cierva y Pilar Fernández, aunque esta última tiene una
opinión más matizada al respecto al plantear que en realidad todo
forma parte del debate entre el uso y la norma en lingüística. Es
en este sentido que cita a Lakoff, que afirma que solo las
transformaciones sociales cambian la norma, mientras que las
sugerencias prescriptivas influyen de forma muy lenta en el lenguaje.
En
este sentido, la actitud de Bosque no tiene en cuenta las tesis de
Cameron, cuando esta afirma que toda fijación de normas es un
prescripción en si misma por el carácter científico de la
comunidad lingüística, en especial si se dicta desde una
institución como la RAE. Ni tampoco el punto de vista de Bordieu,
que ve en el profesor de lengua la figura de un prescriptor. Las
opiniones de Fernández estarían en mayor consonancia con esta idea,
al estar más matizadas y al contemplar la tensión entre el uso y la
norma que también menciona Cameron.
El
académico de la RAE tampoco estaría de acuerdo con las ideas de
Spender, que se enfrenta en su artículo, “Language and Reality:
Who Made the World?”, con un problema similar en el caso del
masculino genérico en la lengua inglesa, y que observa que los
esfuerzos de los prescriptivistas ingleses del siglo XIX por atenuar
el sexismo lingüístico chocaron con las razones históricas de los
normativistas, que no tuvieron en cuenta la situación de la mujer en
la Inglaterra de siglos anteriores (como no la tiene Bosque, que
aduce razones similares), ni los prejuicios machistas de los primeros
gramáticos. Al
contrario, tal es la voluntad normativa de Bosque, que el artículo
está dividido en once puntos, símbolo de imperfección frente al
perfecto diez (y al perfecto doce), comparable a la idea que tienen
los normativistas del lenguaje como algo en continuo cambio. Pero
esta perspectiva idealizada no le ha impedido al académico quejarse
al principio del artículo de la ausencia de lingüístas en la
redacción de las guías contra el sexismo. Ahora bien, ¿es que si
un lingüista participa de la elaboración de uno de estos manuales
este toma valor normativo de inmediato? Se trata de una actitud
contradictoria y claramente prescriptiva, como la que definía
Cameron que realizaban los lingüistas en los “language plannings”,
cuando asesoraban a agencias gubernamentales.
En
cuanto a la posible carga sexista del español que denuncian las
guías, y pese a que Bosque asume en parte al inicio del artículo el
carácter ideológico del lenguaje, capaz de “discriminar a
personas o a grupos sociales”, para el académico el lenguaje no
tiene ideología. Así, afirma que la lucha por la igualdad debería
centrarse en “las prácticas sociales y la mentalidad de los
ciudadanos” y no en las estructuras lingüísticas, pues no cree
que sea adecuado “pensar que las convenciones gramaticales nos
impiden expresar en libertad nuestros pensamientos o interpretar los
de los demás.”
El
argumento que separa el lenguaje de las prácticas sociales es a
veces extremo en Bosque, capaz de disociar conciencia de sistema
lingüístico. Esta misma dicotomía la encontramos en buena parte de
los contertulios y realizadores de los vídeos en apoyo al académico.
Por ejemplo, los del vídeo “¿Sexismo en el lenguaje?”, que
llegan a afirmar que: “el lenguaje en sí mismo no puede ser
sexista”. O la escritora Soledad Puértolas, que además del vídeo
mencionado, aparece en el programa de TVE “59 segundos” afirmando
la independencia del lenguaje respecto de la ideología. Así como
tres de las seis contertulias del programa de TVE, que separan la
situación de la mujer en España del sexismo lingüístico y
consideran a este último un problema superfluo.
Por
el contrario, esta no sería la perspectiva de los redactores de las
guías ni de algunos de los testimonios que aparecen en los distintos
documentos visuales. En el manual redactado por el Ayuntamiento de
Avilés esta perspectiva resulta evidente. La guía considera al
lenguaje como una herramienta ideológica. Mucho más extrema es la
postura de Carmen Bravo, representante de la mujer en el sindicato
CCOO, que llega a afirmar que el masculino genérico no existe y su
imposición es tan solo cuestión de ideología. Unas declaraciones
excesivamente fuertes a mi parecer, en especial se tenemos en cuenta
que provienen de una persona ajena al estudio de la lengua y que
podrían llegar a explicar la reacción frontal a postulados de ese
tipo por parte de académicos como Bosque. En este sentido, igual que
el académico de la RAE alude a razones históricas e ignora la
situación de la mujer en siglos anteriores, Bravo está ignorando
los motivos históricos que conforman el lenguaje, eliminando siglos
de uso del masculino genérico en la lengua española, algo
demostrable por la producción cultural de tantos años, y que se
carga las posibilidades de defender sus planteamientos sobre la
ideología del lenguaje. Mucho más dialogante es la postura de la
diputada Rosa Álvarez, que llega a ligar la desproporción entre los
salarios de las mujeres y la lengua, un análisis claramente
ideológico. O la opinión de la profesora Bengoechea, que afirma que
las instituciones son ideologizantes, la RAE también. Esta sería la
opinión de Searle, quien considera que la esencia de las
instituciones es lingüística, que la lengua está detrás del poder
deóntico. Es por tanto, la esencia del poder político y los
conflictos, como el del sexismo que estamos tratando en este
documento. En este sentido, Bourdieu llega a preguntarse si son
constitutivas las reglas de las academias lingüísticas. Ambos
estarían en contra de los argumentos que separan el carácter
sexista del lenguaje de los problemas socioeconómicos de la mujer.
A fin de cuentas, si decimos siempre trabajadores y no trabajadoras,
es normal que los hombres cobren más, pues parecen los
representantes de la clase trabajadora por la invisibilidad de la
mujer en la expresión.
Precisamente,
no deja de ser destacable que un académico como Bosque, que alega la
neutralidad ideológica del lenguaje como obra colectiva, inicie su
crítica lingüística mencionando de forma velada la animadversión
de las denominadas cuotas de género (las cuotas que pretenden la
paridad entre hombres y mujeres en las instituciones), lo que sería
un posicionamiento ideológico, político como llega a afirmar
Bengoechea. A fin de cuentas, si como afirma Lakoff, la mujer suele
ser particularmente sensible a ciertos elementos del lenguaje como la
percepción de los colores o la adjetivación superlativa, es
evidente que si hubiera más presencia de mujeres en la RAE, sin
necesidad de cuotas pero demostrando que hay en España una cantidad
suficiente de mujeres capaces de tener autoridad en materia
lingüística más allá de las siete académicas de la actualidad,
este tipo de problemas se hubieran solventado hace tiempo por la
sensibilización que estas académicas tendrían al sexismo en el
lenguaje. En este sentido, Bengoechea afirma que las guías surgieron
en la década de 1980 como una expresión del malestar que una parte
de la sociedad sentía ante el inmovilismo por parte de la RAE ante
unos cambios que se estaban produciendo en el habla de las personas,
más sensibilizadas con las connotaciones sexistas de la lengua.
Hecho que demuestra la afirmación de Cameron de que el cambio
lingüístico es en esencia ideológico.
No
puedo evitar concluir este escrito con una prescripción matizada.
Si, como prácticamente todos los actantes en este debate consideran,
el lenguaje es un fenómeno social, seamos conscientes de la carga
sexista que tiene la lengua que hoy hablamos, precisamente, por las
razones históricas que esgrime Bosque. Si tal como afirma la mayoría
de los participantes en la polémica, incluidos los normativistas, la
lengua es rica en posibilidades, utilicémosla de forma correcta, sin
caer en errores ni artificios como hace la Constitución Venezolana,
aunque hagámoslo descargándola de connotaciones sexistas, lo que
significaría la necesidad de una educación más profunda en materia
de lenguas, cosa que no se da en la sociedad española y tampoco
propone el académico. Esa sería una forma de ejercer el
prescriptivismo desde abajo que evita los peligros de la imposición
lingüística que pretenden alguno de los manuales. Tal vez así,
cuando aquellas personas que utilizamos la lengua sin connotaciones
sexistas seamos mayoría, la Academía no podrá evitar hacernos
caso, si es que resulta tan normativa como dice.
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