De la década de 1990, recuerdo
perfectamente la repulsión que me provocaba el mensaje subliminal
(machista y con un tufillo conservador) que encerraban las pocas
producciones de Disney que vi por entonces. En aquella época era un
joven que descubría el mundo de la cultura por sí mismo, y el de la
ciencia y su historia en la universidad, y las películas para niños
habían perdido el interés. Así que si llegaba a ver alguna, era
sobretodo un acto de frivolidad.
Sin embargo, años después, en mi nueva
condición de padre, no me supuso mucho problema enfrentarme con las
producciones de Pixar, la nueva dueña de la factoría Disney. A fin
de cuentas, detrás de todo aquello se encontraba Steve Jobs y eso
parecía sinónimo de calidad y distanciamiento con el pasado.
Fue así como me enfrenté junto a mi
hijo con el buque insignia de la productora: la serie de películas
de animación Cars. Cuál fue mi sorpresa cuando en la
primera entrega me encontré con un mundo que añoraba la época
dorada del automovil y en el que no aparecía ni un solo ser vivo.
Todo eran máquinas a motor. ¿Dónde quedaban los animalitos Disney
que aplaudí en la infancia? El discurso subliminal en favor de la
industria del petróleo era más que evidente. Pero a mi hijo le
gustaron las carreras y yo acepté.
Acepté hasta que vi la segunda entrega
(bien, no acabé de visionarla al completo), de nuevo con mi hijo, y
descubrí que el argumento trataba de un científico que organizaba
una serie de carreras para promocionar su combustible no
contaminante, para demostrarse después que todo era una farsa, que
tal combustible no existe y los únicos intereses de quienes apoyan
la trama, que podríamos considerar de “farsa ecológica”, son
los de controlar las reservas de petróleo del mundo. No pude más,
en especial, por la frivolidad con que son presentados temas tan
trascendentes a las generaciones futuras.
Ni que decir tiene que resulta evidente
quien paga estas películas, ni más ni menos que los negadores del
cambio climático, los defensores de las energías no renovables, que
ganan millones de dólares con la producción de petróleo, y ahora
también de películas infantiles (Cars es la producción
infantil que más beneficios ha reportado en toda la historia).
La tecnología no es mala de por sí,
pero sí lo es el uso tendencioso de esta que hacen los guionistas de
Pixar, con el consigiuiente daño intelectual para los niños. En
especial, porque presentan los problemas medioambientales con los que
se tendrán que enfrentar los miembros de esa generación cuando sean
adultos como una nadería.
2 comentarios:
La tecnología al servicio de la ideología. Es cuento largo.
Acuérdate de los llamados tecnócratas franquistas que bajo una visión de objetividad practicaban una subjetividad más que obvia.
David
Bien cierto. Es el uso que se da de la tecnología lo que determina su bondad o su maldad.
Lo curioso es que a día de hoy, los elementos que antiguamente conformaban el ideario del progreso, como la industrialización y los motores, sin claros elementos retrógrados por culpa de los que se lucran con su beneficio. Pero la relación del interés con la ideología es también cuento largo.
Abrazo.
Publicar un comentario