lunes, 22 de julio de 2013

UNA VISIÓN TENDENCIOSA DE LA TECNOLOGÍA AUTORIZADA PARA TODOS LOS PÚBLICOS







De la década de 1990, recuerdo perfectamente la repulsión que me provocaba el mensaje subliminal (machista y con un tufillo conservador) que encerraban las pocas producciones de Disney que vi por entonces. En aquella época era un joven que descubría el mundo de la cultura por sí mismo, y el de la ciencia y su historia en la universidad, y las películas para niños habían perdido el interés. Así que si llegaba a ver alguna, era sobretodo un acto de frivolidad.

Sin embargo, años después, en mi nueva condición de padre, no me supuso mucho problema enfrentarme con las producciones de Pixar, la nueva dueña de la factoría Disney. A fin de cuentas, detrás de todo aquello se encontraba Steve Jobs y eso parecía sinónimo de calidad y distanciamiento con el pasado.

Fue así como me enfrenté junto a mi hijo con el buque insignia de la productora: la serie de películas de animación Cars. Cuál fue mi sorpresa cuando en la primera entrega me encontré con un mundo que añoraba la época dorada del automovil y en el que no aparecía ni un solo ser vivo. Todo eran máquinas a motor. ¿Dónde quedaban los animalitos Disney que aplaudí en la infancia? El discurso subliminal en favor de la industria del petróleo era más que evidente. Pero a mi hijo le gustaron las carreras y yo acepté.

Acepté hasta que vi la segunda entrega (bien, no acabé de visionarla al completo), de nuevo con mi hijo, y descubrí que el argumento trataba de un científico que organizaba una serie de carreras para promocionar su combustible no contaminante, para demostrarse después que todo era una farsa, que tal combustible no existe y los únicos intereses de quienes apoyan la trama, que podríamos considerar de “farsa ecológica”, son los de controlar las reservas de petróleo del mundo. No pude más, en especial, por la frivolidad con que son presentados temas tan trascendentes a las generaciones futuras.

Ni que decir tiene que resulta evidente quien paga estas películas, ni más ni menos que los negadores del cambio climático, los defensores de las energías no renovables, que ganan millones de dólares con la producción de petróleo, y ahora también de películas infantiles (Cars es la producción infantil que más beneficios ha reportado en toda la historia).

La tecnología no es mala de por sí, pero sí lo es el uso tendencioso de esta que hacen los guionistas de Pixar, con el consigiuiente daño intelectual para los niños. En especial, porque presentan los problemas medioambientales con los que se tendrán que enfrentar los miembros de esa generación cuando sean adultos como una nadería.

2 comentarios:

David Condis dijo...

La tecnología al servicio de la ideología. Es cuento largo.
Acuérdate de los llamados tecnócratas franquistas que bajo una visión de objetividad practicaban una subjetividad más que obvia.

David

cgamez dijo...

Bien cierto. Es el uso que se da de la tecnología lo que determina su bondad o su maldad.

Lo curioso es que a día de hoy, los elementos que antiguamente conformaban el ideario del progreso, como la industrialización y los motores, sin claros elementos retrógrados por culpa de los que se lucran con su beneficio. Pero la relación del interés con la ideología es también cuento largo.

Abrazo.