La duna: Matías Crowder | SUB URBANO
1. Latinoamerica salvaje
Lo que más fascina a un lector europeo de la obra del argentino Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899, Ginebra 1986) es que, habiendo adquirido este una solida formación en literatura europea, en especial después de haber vivido su adolescencia en Ginebra, una ciudad francófona en el corazón de Europa, Borges acabe fascinado por la figura del gaucho a partir de Martín Fierro, por los malevos que levantaron la Argentina, o por el indigenismo, como se observa en esa simetría perfecta que se lee en el relato «Historia del guerrero y de la cautiva». En ese cuento, incluido en El Aleph (1949), Borges narra la conversión de un guerrero bárbaro que acaba pasando a las filas del enemigo para defender a la civilizada Roma, y acto seguido explica cómo su supuesta abuela inglesa conoció a otra inglesa que se había vuelto india, la india rubia «arrebatada y transformada por este continente implacable» que es América. Esa precisamente será la conversión intelectual del vate argentino. De la culta y decadente Europa al salvaje latinoamericano. Con estos materiales recompondrá Borges la tradición occidental desde una especie de universo mítico y a la vez literario como son la Pampa borgiana y el arrabal lunfardo. Si uno investiga un poco, no es un proceso tan extraño en la Iberoamérica de la primera mitad del siglo XX. No en vano, esa admiración por lo salvaje en autores formados en la tradición artística europea se observa también en el movimiento antropofágico brasileño, de clara inspiración modernista y francófona, o en el Tropicalismo y la Bossa Nova. Y a nadie le extrañará oír que esa es una de las pulsiones que, junto a las vanguardias históricas, alimenta al realismo mágico. Pero es que ese espíritu no se circunscribe solo al siglo XIX, sino que viene de mucho más atrás. El poeta y escritor chileno Jorge Morales me habló hace poco del caso de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, militar español capturado por los indios mapuches en Chile en 1629. De aquella confinación entre indígenas nació la crónica Cautiverio feliz, y razón individual de las guerras dilatadas en el reino de Chile, en la que Pineda relata cincuenta años después de su captura, cómo fueron los seis meses que vivió entre mapuches. El mismo título indica que su autor quedó positivamente marcado por la convivencia con los indígenas, haciendo una encendida defensa del pueblo mapuche en las páginas de su escrito.
2. Indigenismo
Pues bien, ese espíritu de recuperación de lo salvaje vuelve a aparecer ahora, en los albores del siglo XXI, en la novela La duna, el último libro del escritor argentino afincado en Girona Matias Crowder (La Plata, 1973). En este caso, en clave indigenista, tal como leemos en las primeras páginas del libro cuando el autor escribe (p. 11): «siempre le ha sentado mal el traje de señorito, la pajarita, la rigidez del peinado a la gomina en un rostro salvaje como el suyo, la tez morena y la nariz ancha, rasgos únicos en el coro de niños del seminario italiano.» Una sabia reformulación de ese espíritu, combinada con la reflexión sobre las injusticias que el encontronazo de culturas que tuvo lugar en el continente americano supuso para sus nativos (enfermedades, burlas, sometimiento), tal como ejemplifica el rapto del indio Sabino, personaje que va a representar la justicia poética que necesita la historia para ser contada y donde no faltan elementos propios de la inmigración europea, como en los relatos de Borges. Curiosamente, una novela de rabiosa actualidad ahora que el recién elegido Papa es argentino, como Crowder y los indígenas que aparecen en La duna.
3. La duna
El autor utiliza la técnica del manuscrito encontrado, a través de un texto que el religioso de origen indígena anteriormente descrito, Ceferino Namuncurá, ha hecho llegar a El Vaticano. Con este recurso construye el relato de los indígenas que fueron maltratados por los primeros gobiernos de la Argentina independiente, y que son compensados por su incorporación al ejército con la colonización de tierras baldías en un paraje mítico al sur del país: Trenque Lauquen, en el que los indígenas pretenden iniciar una nueva vida y donde se entrecruzan los odios raciales y las envidias, arrasados por una duna que se mueve en forma de cruz y se lleva por delante todo aquello que pueda crecer, incluso la esperanza (p. 55): «es tanta su arena que forma una duna que quema los campos, mata los animales y siembra el temor en el alma de la gente». Una duna cargada de simbolismo y de maleficio. Un símbolo que transforma incluso al párroco que narra la historia, un francés nacido en París y ordenado en Buenos Aires al que «siempre le ha llamado la atención la sensación de vastedad al contemplar el horizonte del campo argentino, donde todo parece una nimiedad bajo la llanura infinita» (p. 33). Un personaje cuyo intelecto occidental se asombra del efecto devastador de una duna mágica. Señal mítica que el gobierno de la Argentina pretende racionalizar a golpe de sable, ciencia y tecnología sin éxito, obteniendo el resultado contrario: la indigenización de la población. Como también fracasa la abuela inglesa de Borges en «Historia del guerrero y de la cautiva», al tratar de volver a civilizar a la denominada india rubia, y como fracasa la Ilustración en el Caribe según observamos al leer las novelas de Alejo Carpentier.
4. Fin
En La duna nos encontramos una narración simbólica impecable, aderezada con elementos propios del realismo mágico e imágenes oníricas, que demuestra, como viera Borges, que lo verdaderamente interesante de la literatura en español vendrá de esa mezcla entre la tradición occidental y la visión del salvaje indígena. Es de ahí de donde puede surgir algo realmente novedoso en esta cultura que parece tan agotada a día de hoy.
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