Mucho se ha dicho del bagaje del
escritor, de la necesidad de que viva experiencias únicas e
irrepetibles para que su mundo interior crezca y construya un
universo único, original e irrepetible.
Pero uno se lee todos los relatos que
conforman El informe de Brodie, de Jorge Luis Borges, y
primero reflexiona sobre el increíble universo literario de Borges,
tremendamente original e irrepetible, y después lo hace sobre su
vida, sobre sus experiencias únicas e irrepetibles, todas lectoras,
y descubre que la realidad que subyace a la afirmación que iniciaba
este post resulta un tanto paradójica.
Y lo digo porque los relatos de El
informe de Brodie, todos magníficos, todos estructurados en
torno a la figura literaria del doble y al enfrentamiento del duelo
excepto los dos últimos (el que la título a la colección y “El
Evangelio según Marcos”), reflejan a la perfección ese universo
borgiano, al menos en parte. El universo que tan bien cultivara
Borges desde sus textos fundacionales. El del gaucho, el del Martín
Fierro, el del lunfardo, el de la Argentina cruel y salvaje (algunos
de los textos que conforman el libro son de una atrocidad
espeluznante).
Llevo años luchando contra mi borgismo.
Por una parte me fascina la lectura de las obras del vate argentino.
Cada uno de sus cuentos me parece una joya de incalculable valor. Por
otra, apenas si trago al personaje de su autor, ese tipo altanero y
elitista. Y sin embargo, entiendo perfectamente que Bolaño apelara a
él para dar vida literaria a los personajes de la vida real que él
había conocido. Borges era un maestro para dar aliento al papel.
Los relatos que conforman El informe
de Brodie van por esa línea. Son unos textos que resultan tan
redondos y tan creíbles pese a que fueran ajenos a él, como el
mismo autor deja entrever en alguna de sus páginas. Por ejemplo
cuando se lee que Trápani, en el relato "Juan
Muraña", le dice: “Me
prestaron tu libro sobre Carriego. Ahí hablás todo el tiempo de
malevos; decíme Borges, vos, ¿qué podés saber de malevos?”. A
lo que el narrador contesta con un escueto: “Me he documentado”.
Así, malevos y gauchos eran un universo
desconocido por completo para él. Pero eso demuestra que en el
milagro de la literatura, la creación de un mundo interior propio
depende más del talento al narrar que de lo que pueda haber vivido
el escritor. A fin de cuentas, Borges no conoció malevos ni gauchos.
Sus personajes son por tanto de papel. Y sin embargo, imprimen una
impresión tremenda en lector.
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