PILOTO
Cuando mi primera
novela, Artefactos, empezó a recibir opiniones críticas, algunas de
aquellas voces comparaban al libro con Black Mirror. Esa serie de
ciencia ficción británica formada por tres episodios disconexos que
pretende hacernos reflexionar sobre el futuro próximo. Cabe decir
que esa opinión vino de personas cuyo juicio respeto mucho, como
Robert Juan-Cantavella, Óscar Gual o Josep Maria Nadal Suau. Y que
es gente que sabe mucho de narrativas multimedia.
Ahora debería
contar que entonces me decidí a visionar la serie y así tendríamos
la prueba de que la literatura está por encima de la televisión.
Pero las cosas son más complejas en las relaciones entre pantallas y
páginas, como ayer puso de manifiesto Vicente Luis Mora en la última entrada de su bitácora (aunque lleva tiempo insistiendo en este
tema). Debo confesar que visioné toda la serie el verano pasado
mientras buscaba ideas para un libro que estaba empezando a escribir
por aquellas fechas, antes de publicar Artefactos pero después de escribirlo.
Con sus carencias,
la serie me fascinó, en especial el segundo capítulo. El guión
utilizaba la ciencia ficción para criticar el presente, justo lo que
yo había pretendido en mi primera novela.
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Ante nuevas
dificultades creativas (al parecer, ese libro me está
costando un poco), era lógico volver a echar mano de algún producto
cultural relacionado con Black Mirror. Así descubrí a Charlie Brooker, creador de la peculiar serie de ciencia ficción, guionista
del primero y coguionista del segundo de sus capítulos. Brooker
es un presentador de televisión británico. Pero también es
guionista, humorista, periodista y productor. Todo un creador
transmedia que además, había creado y escrito otra serie unos años antes:
Dead Set (2008).
Ni que decir tiene
que me faltó tiempo para visionar los cinco capítulos que conforman
Dead Set. Una distopía con claras referencias a La sequía de Ballard (esa obsesión de los ingleses por dirigirse a la costa cuando llega la desgracia). Una serie tan apocalíptica que tan solo consta de una
temporada y, como comprendera quien la visione, no hay visos de
temporadas posteriores.
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¿De qué va Dead
Set? De una invasión de zombis justo la noche de expulsión de uno
de los participantes en el Gran Hermano británico.
No se crean no, los
zombis pasaban por allí como quien dice. La invasión de zombis es
global, como acabaremos descubriendo en el último de los capítulos.
Lo que sucede es que una expulsión de Gran Hermano convoca a tanta
gente que los zombis no habían podido evitar hincar el diente. Nunca
mejor dicho, porque la trama de zombis consiste en eso. Se alimentan
de seres humanos, los muerden y les contagian. Cuando los agredidos
mueran, renaceran en forma de zombis.
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Más allá de esa
trama, clásica del cine de terror, que no es lo potente de la serie,
lo interesante es la capacidad simbólica que ofrece una situación
así. La denominada Casa de Gran Hermano se convierte en el único
lugar seguro en cientos de kilómetros a la redonda y eso confiere
una potencia dramática que rapta al espectador, además de ser una
metáfora idónea de la sociedad de masas en la que vivimos inmersos.
Y ahí está el
acierto de Dead Set. En personajes como Patrick, el productor del
programa que encarna al capitalismo más agresivo (estratosférico su
encierro con Pippa, la concursante expulsada, monumento a la
simplicidad humana, que Patrick precisamente detesta). O Joplin, el
concursante intelectual que se mofa de la gente, siempre crítico,
pese a que se mostrará como un cobarde sin personalidad en los
momentos decisivos. O, como es de esperar, algunos de los
participantes en un reality de tipo Gran Hermano, fascinados por la
fama y el éxito rápido y sin esfuerzo (impagable la escena en que,
tras salvar el primer ataque zombi, una de las concursantes, en vez
de sopesar la magnitud de la tragedia, afirma “así que ya no
salimos en televisión”).
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Que el gran acierto
de Dead Set consiste en aunar el género de terror y la sátira
social es más que evidente. Pero lo cierto es que el guiön es muy televisivo. Y con escenas estelares. ¿Se imaginan a Mercedes Milá en plan zombi, aporreando la puerta de un estudio para comerse al productor? Pues eso sale: Además, tras
contemplar como las hordas de zombis arrasan con todo lo que se les
planta por delante, uno no puede evitar pensar en el mensaje que subyace
tras una serie tan crítica con la cultura de masas: El público lo
devorará todo.
FIN DE LA PRIMERA
TEMPORADA