Así se podría definir la primera
novela de Najat El Hachmi, L’últim patriarca, que se alzó
con el premio Ramon Llull de novela en el año 2007. Una novela
intensa, muy seriamente narrada, que explica las vicisitudes de la
emigración marroquí en Catalunya, y más concretamente en Vic, a
través de la figura del padre de la narradora. Un personaje
terriblemente dramático: machista, violento, irascible, egoísta,
mujeriego y borracho, que abusa de la confianza de todas las mujeres
que le rodean, empezando por su madre y sus hermanas, siguiendo por
su mujer y acabando por su hija. Un personaje que, sin embargo, no
deja de ser narrado desde una óptica compasiva y hasta humorística
en ciertos pasajes.
La novela, escrita en primera persona,
pretende ser un testimonio directo de la narradora, que no de la
autora. Sin embargo, está notablemente bien estructurada, dividida
en dos partes perfectamente bien diferenciadas y hasta simétricas, y
donde los testimonios cumplen a la perfección la estructura
narrativa sin hacerle perder un ápice de sinceridad testimonial a la
historia.
Los capítulos, estructurados como
narraciones cortas, utilizan la fragmentariedad para enlazar la
historia y aprovechan esa atomización para centrarse en momentos
impactantes de la vida de la familia protagonista desde el nacimiento
del hijo que luego será el padre.
El único lunar de la historia, si es
que hay alguno, o si es que se puede considerar así, es el final,
que al parecer de quien esto escribe, es demasiado extremo. Pero tal
como está hilvanada la estructura de la historia, también es cierto
que se trataba de único final posible.