Pues eso:
NO
TODO ES CUENTO
Emergencias.
Doce cuentos Iberoamericanos
VVAA.
Candaya, 239 pàg.
Diego
Prado
Quizá con demasiada frecuencia el cuento suele definirse en términos
meramente cuantitativos, de modo que a cualquier breve fragmento
narrativo se le atribuya la denominación errónea de “cuento”.
Por este motivo el que suscribe debe ponerle un serio reparo a la
afirmación de “Doce cuentos Iberoamericanos” que aparece en la
portada de este libro, puesto que la mayoría de las obras recogidas
en esta antología editada y prologada por Jorge Carrión deberían
ser consideradas como narrativa breve a secas. Alguien podría
pensar, no sin razón, que cuento y narrativa breve son una misma
cosa, ya que lo segundo no excluye lo primero y, en efecto, se suelen
confundir repetidamente. No obstante el cuento ha de gozar de una
clara intención de unidad y de un final cristalizador de esa unidad,
por usar las palabras del maestro Padrós de Palacios. La narración
breve, en cambio, es un texto corto que puede albergar desde el
simple esbozo narrativo a la reflexión íntima, desde el ejercicio
descriptivo a la crónica de viaje o incluso el reportaje
periodístico. Y si bien es cierto que estas doce piezas tienen la
clara voluntad de narrar una historia, demasiadas de ellas no pasan
de interesantes borradores para obras de mayor envergadura, relatos
en general poco resueltos que se alejan de la perfección natural del
cuento. La sensación que le queda a uno la mayor parte de las veces
es la de estar leyendo simples fragmentos o ejercicios de narrativa.
Y con ello no cuestiono el talento, más evidente en unos que en
otros, de los escritores antologados, pero escribir bien no basta
para contar una buena historia.
El único relato que ha logrado perturbarme ha sido “Nuestra casa”
del barcelonés Àlex Oliva, un auténtico cuento por cuanto logra
mantener la tensión a lo largo de la historia para desembocarla en
un final conciso y espeluznante que me ha recordado algunos de los
magníficos relatos del primer Martínez de Pisón. Hay otros textos
interesantes, por supuesto, como el de la joven ecuatoriana Mónica
Ojeda y su “Duboc, el director de escritores”, que por su
originalidad argumental también resulta un digno cuento. Asimismo,
relatos como “La muerte os sienta genial” de Jari Malta, “Durante
el asedio” de Antonio Galimany, “Interrupción del servicio” de
Tomás Sánchez Bellocchio o “Gastón Tévez o la voluntad de
marcharse” de Eduardo Ruiz Sosa son historias muy bien escritas y
de interesante peripecia, aunque sus finales se malogran un poco por
culpa de cierta precipitación. El resto de las narraciones (firmadas
por Ramón Bueno, Mariana Font, Carlos Gámez, Carolina Bruck,
Yannick García y Wilmar Cabrera), aún mostrando argumentos
ambiciosos y correcta prosa, no acaban de alzar el vuelo.
El cuento es un género complejo que requiere el pulso de un relojero
y la habilidad de un prestidigitador. En muchos casos parte de un
chispazo argumental cuyo desarrollo y cierre ha de conformar un todo
sin fisuras, redondo, que se agote o acabe en sí mismo. En
demasiadas ocasiones leemos historias cortas que se inician
poderosamente para acabar desembocando en un gatillazo narrativo no
acorde a las expectativas que nos había sugerido. Muchos novelistas
de prestigio han intentado incursionar en el género, con distinta
suerte, y por ello me cuesta compartir la idea de Carrión de que el
cuento es “la zona de pruebas” del escritor. Cierto que da
soltura y oficio, como lo da el artículo de opinión, pero nunca
debería verse exclusivamente como “un gimnasio o laboratorio de
futuras novelas”. Lo que tenga que venir vendrá, en efecto, pero
el cuento o se hace bien o es mejor no tocarlo.
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