Hace más bien poco tiempo, y debido a la
eclosión del fenómeno mutante, la critica literaria española se
dividió en el debate entre si era buena la experimentación en la literatura, o si resultaba una estupidez.
Como suele suceder en este tipo de controversias, nada se sacó en
claro. Los que estaban a favor siguieron en lo suyo, y lo mismo
hicieron quienes estaban en contra. Algunos de esos encontronazos dialécticos fueron agríos y desagradables.
Por suerte, el poso que deja la
literatura sí que no cae en saco roto. Al menos eso he pensado
cuando he leído Democracia, de Pablo Gutiérrez. Una muy
buena novela que entra al trapo con todos los problemas derivados de
esta crisis económica que nos azota: el desempleo, los bancos, los
inversores, la política, George Soros y demás actantes de este
triste episodio de la historia de Occidente. Y lo hace como debe
hacerlo la literatura. Sin idealizaciones, sin buenos ni malos, con
personas que sufren, que se equivocan, con matices. En una trama compleja en cuanto a temporalidad y personajes que sirve de fresco y de novela coral de nuestro tiempo, donde una joven pareja se ve abocada al fracaso por sus antecedentes y el entorno que los rodea.
Lo más interesante del caso es que
mientras duró el debate en torno a la experimentación, parecía
quedar claro entre los contendientes de ambos bandos una premisa: donde hay
experimentación no hay compromiso. Queda lejos el espíritu de las vanguardias históricas en lo que se refiere a su compromiso político. Pues bien, eso lo dinamita
Democracia, que pese a la temática que trata no es ni de
lejos una novela realista o poco arriesgada en lo formal. Numerosos de sus pasajes son deudores
de la narrativa fantástica, además de tratarse de una apuesta nada
pacata por la experimentación. Lo que demuestra que todo escritor
puede hacer lo que quiera (experimentar, no experimentar,
comprometerse, no comprometerse), siempre y cuando lo haga bien, como
Pablo Gutiérrez en esta novela.
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