El debate sobre el
final de la literatura viene de lejos. Muchos son los agoreros que
hablan de agotamiento en el mundo de las letras. Esa discusión se ha
vuelto a activar en los últimos días en el ámbito de las bitácoras
y la prensa a raíz del artículo “Desnudo en la bañera, asomado al abismo”, del escritor
inglés Lars Iyers, que ha dado lugar a las respuestas de Enrique
Vila-Matas en El País y Javier Avilés en su bitácora, muy respetada por quien esto escribe.
Curiosamente, esta
nueva entrega de la discusión sobre el fin de la literatura está
muy centrada en la perspectiva que la alta cultura tiene de ella. Se
habla de los escritores primigenios como semidioses, titanes que solo
pensaban en la gloria. Se denosta el mercado y toda relación que la
literatura tenga con él. Se habla de la imagen más purista posible
del mundo de las letras.
Se niega, en
definitiva, la relación que el relato contemporáneo tiene con el
cuento de hadas y la que conecta a la novela moderna con las novelas
de caballerías en su estructura. La característica episódica de la
narración que, como en el relato de aventuras de los caballeros
medievales, cuenta una historia pero que, en el caso de la novela
culta, en realidad nos está contando otra muy distinta. Eso y la
parodia son el germen de El Quijote, la obra fundacional del
género junto a Pantagruel y Gargantúa. Esa combinación es
la que permite el éxito de público junto con la llegada de la
imprenta. La novela aúna al lector con carencias intelectuales pero
que quiere acceder a un saber superior y es capaz de seguir una
historia, y al lector culto que prefiere que el conocimiento le
llegue de una forma entretenida. La clase media de la lectura. Los
que quieren crecer intelectualmente, y los que, desde el saber,
gustan de compartir sus lecturas con un público mayor. El cuento
siempre es más exigente. Eso al menos, en la época en que se leía.
Ahora todo resulta más difícil.
Que la crisis de ese
compendio entre alta y baja cultura que es la novela moderna viene de
lejos lo certifican las afirmaciones de Eduardo Mendoza al respecto. Y sin embargo, a
veces le cae a uno a las manos precisamente eso, una novela que
entretiene y a la vez incluye un mensaje no banal. Es el caso de
Vallvi, la segunda novela de Edgar Cantero, el escritor
catalán que ganó el premio Creixells con su primera novela, Dormir
amb Winona Ryder.
Su nuevo libro, de
ritmo trepidante, contiene unos personajes rotundos (de esos que le
gustarían a Kiko Amat), como la Punker -una
heroína de los nuevos tiempos-, un universo alternativo como el que
construye el autor en torno a la localidad de Vallvidrera, a las
afueras de Barcelona, una trama detectivesca cuidada al milímetro,
elementos extraídos de la propia biografía del autor, otros
claramente fantásticos e inverosímiles como los Merry Men, y mucha
acción. Tanta, que a veces el libro se asemeja a un video juego. Pero
ese es uno de los mensajes subliminales que nos deja Cantero:
en la narrativa
actual, la novela de aventuras solo puede ser un video juego. Y el
relato policíaco solo puede ser paródico, con un antihéroe de
manual como el que utiliza, trasunto del propio Cantero, en una
vuelta de tuerca más de la autoficción. De pistas teóricas como
estas también está plagado el texto, aunque el escritor reivindique
una motivación hedonista al escribir frente a los cantos de sirena
de la literatura catalana más sublime (precisamente, una postura
parecida a los mencionados Iyers y Vila-Matas). A fin de cuentas,
Cantero es un escritor difícil de clasificar. Es cierto que forma
parte de una hornada de escritores que mezcla lofantástico y lo realista.Y que utiliza
formatos trans media en sus obras. A fin de cuentas, se gana la vida
como dibujante en El Jueves
con una tira cómica, y en esta novela llega a intercalar un cómic
sobre los Merry Men de otro dibujante. Pero como bien lo define Manel
Ollé en la contraportada del libro: “Edgar Cantero no va de res”
(Edgar Cantero no va de nada). Y eso se agradece en estos tiempos de
tanta pose y tan poca literatura
Por otra parte, si
hemos de atenernos a las relaciones de esta novela con la ciencia
contemporánea, que es uno de los temas mayores tratados en esta
bitácora, pues que quieren que les diga, también las tiene: toda la
cadena de explotación y producción de una droga nueva como es el
glaç; ciertos problemas médicos del protagonista; la
continua aparición de metáforas científicas, así como del uso de
la tecnología, una tecnología irónica como en el caso del
Merrimòbil; la aparición de un biólogo sueco, carne de Erasmus,
que cultiva marihuana; la geología que recorre la montaña de
Collserola. Vamos, que Cantero no es un amateur y trabaja sus novelas
en profundidad, lo que demuestra que saber y entretenimiento no
tienen por qué estar reñidos.
Sin embargo, y
enlazando con el primero de los párrafos de esta entrada, uno puede
preguntarse dónde está el público de Cantero. Cómo es posible que
todos los jónenes de entre veinte y treinta años no estén leyendo
esta novela. Cómo encuentra uno dos ejemplares de una novela que
debería estar agotada en una librería de prestigio para la
literatura catalana como es la 22 de Girona. La respuesta es fácil:
los jóvenes no leen novelas. No lo hacen pese a que el libro este
pensado precisamente para ellos, sea entretenido, use su propio
lenguaje (además del lenguaje inventado por el autor para los
habitantes de Vallvidrera), contenga sus inquietudes y sea capaz de
retratar el signo de los tiempos. Tal vez sus potenciales lectores
jueguen a vídeo juegos más aburridos que este libro, o escuchen
música en su iPad, o vean series de televisión en casa y películas
en el cine, o escriban en facebook. Pero no leen. Una parte
importante del público joven ha dado la espalda a las buenas
novelas. Ese sí que es un ejemplo de la crisis de la literatura.
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