Se cierra el
círculo. Esta será la penúltima entrada dedicada a la cultura pop en la
literatura española peninsular. La última obrará de bisagra. Será el final de
este ciclo y el inicio de uno nuevo, el de las “literaturas del yo”, en toda la
extensión que se pueda dar a esa categoría.
Estas dos últimas
entradas volverán a estar localizadas en Barcelona, que ha sido la anfitriona
de la serie desde la irrupción de la obra de Casavella. Qué menos que dedicar
una de ellas a Javier Pérez Andújar (Sant Adrià del Besós, 1965), escritor,
periodista, crítico cultural y divulgador de una “mostrenca” cultura popular
relacionada con la Ciudad Condal, como bien pudieron comprobar los asistentes
al pregón de las Fiestas de la Mercé de 2016. Pese a las protestas por parte de
algunos sectores del independentismo catalán, que programaron un contra-pregón (Pérez Andújar publicó diversos artículos criticando al independentismo que no gustaron a todo el mundo), el
escritor nacido al otro lado del Besós deleitó a los presentes con un mapeado
de las trazas de la cultura popular que recorren las entrañas de la capital
catalana. Desde las novelas populares de Bruguera, hasta los viejos cómics
españoles de segunda mano del Mercat de Sant Antoni. Se trata de un discurso
que encierra notables paralelismos con las letras de las canciones de Jaume Sisa, de quien
Pérez Andújar es deudor, aunque incluyendo punk, por no hablar de la rumba
catalana, de la que Sisa era admirador. Con este manejo de referentes, y el
mucho bagaje del autor en fanzines, suplementos culturales y programas de TV,
siempre dedicado en cuerpo y alma a la cultura popular, no es de extrañar que
su primera novela: Los príncipes
valientes (Tusquets, 2007), sea un canto a todos esos referentes.
El escrito, que en
otra columna llegué a considerar como una novela río por la forma en que fluye la narración y arrastra
los recuerdos del autor, se estructura a partir de una voz colectiva. Ese
nosotros que habla al lector, lo conforman el alter ego del autor y su mejor
amigo: Ruiz de Hita. Juntos recorren, en el exterior, las calles de esa ciudad
dormitorio deprimida, edificada junto a un río contaminado, como es Sant Adrià
del Besós; y en el interior, en su interior, los telefilmes del inspector
Colombo, las novelas de Julio Verne o los cómics del TBO, por destacar algunos
elementos de entre la extensa gama de producción popular que se cita en el
libro. La TV, los cómics y los libros serán los escudos con los que estos
príncipes valientes capearán los golpes de una infancia plagada de carencias.
También la fantasía que emana de lo popular, de los relatos de un oeste
imaginario, de la ciencia ficción, de las novelas de aventuras, del policíaco,
será la que embellecerá historias sórdidas, como la que se oculta tras la
biografía de la señora Umbelina, la madre de su amiga del barrio, que ejerce de
prostituta en el anonimato de la gran urbe, para sacar adelante a la familia de
la amiga de los protagonistas. Otra importante línea argumental es la que se
resigue a través de los renglones del retrato de la figura del tío Ginés,
suerte de prototipo del personaje barriobajero al que acompaña a los
protagonistas en su aventura a través de la cultura popular. En esos pasajes se
entrecruza una de las tradiciones más fructíferas de la literatura en lengua
española, como es la picaresca, con el consumo de la cultura popular por parte
de clases también populares, que es lo que acaba salvando a los protagonistas. Ese
excelente equilibrio entre lo imaginario y la crudeza del realismo cotidiano —sucio,
como las fachadas del Sant Adrià que recorren los protagonistas— es, sin duda,
lo mejor del libro. La de Los príncipes
valientes es una historia, la del área metropolitana de Barcelona, que no
deberíamos olvidar, porque es la segunda historia de la introducción de la
cultura popular en la sociedad española; la primera tuvo lugar durante la
Segunda República, antes de aquella Guerra Civil de triste recuerdo. Valga esta
cita para recuperar ese recuerdo:
mi madre atraviesa esta noche de apresuramientos y de clandestinidad
metida en nuestra cocina, y prepara sobre el hierro negro del fogón una
tortilla de patatas, que no quiere ser una tortilla española, dada la
coyuntura. “Ésta es para mi tía, para que se la lleve a mi primo a la cárcel.
Luego la comparten entre los presos”.
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