Dos cosas hay en Hilo musical (Alpha Decay, 2010), la
primera novela de Miqui Otero (Barcelona, 1980) y la protagonista de la nueva
entrega de esta serie sobre literatura española y cultura pop, que me gustan
por encima de todo: la construcción naif del personaje narrador, y la manera
cómo el autor recupera fragmentos de su pasado.
La primera
estrategia se percibe desde el minuto uno, con el fulgurante arranque del
muchacho que trabaja de guardia de seguridad en una nave industrial y debe huir
ante el inminente robo que se está perpetrando allí. La construcción de ese
personaje se complementa con el relato de su historial laboral (págs. 40-41), y
su notable ingenuidad frente al personaje femenino principal: Alma.
En su fuga inicial, el
narrador llega hasta Villa verano, un
parque temático en la costa del Mediterráneo en el que los trabajadores van
disfrazados de animales en su mayor parte. Alma es la encargada de esos
disfraces. Allí se desarrolla la segunda estrategia, a través de las
conversaciones con Nemo: “el Capitán”, más conocido con posterioridad como
Inocente, aunque de inocente no tenga nada. Es a través de estas conversaciones
como el narrador: Tristán, evoca su pasado. Habla de sus años de fracaso en la
universidad junto a Valentín, de la cinta de las lentas y las rápidas, y de su
infancia friqui.
Es también a través
de ese personaje poliédrico: “el Capitán”, como Otero hilvana una historia del
pop que hasta ahora no se había narrado, la del pop ibérico. Inocencio no es
más que un vestigio de aquellos tiempos. Era el cantante y compositor de los
míticos, por inexistente, Los Famosos. Y a partir de ese grupo ficticio, recupera
la historia de un pop que emergió en las catacumbas del franquismo contra el
poder dominante, el de Los Salvajes, Los Bravos, Los Relámpagos o Los Canarios.
También se rescata la narración de locales míticos, como la Sala Price de Barcelona o Les Golfes de Vilanova i la Geltrú, o de
prehistóricos concursos radiofónicos como el de Radio Madrid. Se trata de un
pop en castellano que está hermanado con el que se hacía al otro lado del
charco, en los países de habla hispana, como el de Los Impala, de Venezuela,
que también se citan.
Hay otras
referencias a los orígenes del pop en España, como los bolsilibros (libros de
bolsillo de temática pulp que
corrieron como la pólvora en la España de la época), la ciencia ficción, las
varias citas intertextuales a Francisco Casavella (El triunfo en pág. 54), primo del autor y protagonista principal de esta serie cuando hizo su llegada a
Barcelona, además de menciones a los dibujos animados de Los Picapiedra y Los
Imposibles (págs. 23 y 88), aunque sean referencias anglosajonas.
Del estilo de Otero,
que se me antoja muy gallego por la subordinación y el uso del humor, aunque
también sea catalán, destaca el desparpajo en el uso de las metáforas: “de
quien canta bingo cuando le han desahuciado y quitado la custodia de los hijos”
(pág. 85). Y también el buen oído para el lenguaje de la calle. La frase: “tengo
más hambre que el perro de un afilador” (pág. 48) se la oí cientos de veces a
mi padre, que no era gallego sino andaluz. Además, destaca el tono de los
diálogos, en donde se habla con un nítido sonido de barrio de temas como “meterse”
o de los “nens” (págs. 55 y 56). Eso no supone un problema para incluir en la
narración elementos más experimentales, como el uso gráfico del espacio en la
página (en pág. 127 o en pág. 290).
Así que esta primera
obra de Otero, se me antoja un muy buen principio y un libro fundamental en
esta serie. Cierto que cualquier crítico siempre puede encontrar peros a una
obra, e Hilo musical no es la
excepción. Hay un momento, el de la crítica al mundo del trabajo y a los
parques temáticos, que me recuerda mucho, quizá demasiado, a George Saunders,
con la salvedad de que aquí se resuelva con cierta precipitación, cuando
Saunders se puede pasar hasta 14 años para finalizar alguno de sus relatos. Es
cierto que la trama del hilo musical resulta ingeniosa, pero la crítica social
podría haberse resuelto de otra forma. Eso no es óbice para reconocer la
maestría de Otero al componer, que se observa no solo en este libro sino en los
siguientes (La cápsula del tiempo
[Blackie Books, 2012] y Rayos
[Blackie Books, 2016]). Soy un lector irredento de la obra de Rodrigo Fresán,
llegando a rozar el fanatismo. Gracias a él conocí a uno de sus autores de
cabecera: Kurt Vonnegut (a través de Vonnegut llegué a Saunders). Fue tras esas
lecturas cuando incubé la posibilidad de narrar mi vida desde un mundo irónico
y parcialmente fantástico. El hecho de que yo haya fracasado en mi intento no
me incapacita para darme cuenta de que Otero sí lo ha conseguido. Lo ha hecho,
además, con gran brillantez, como se observa en el arranque de Rayos, su última novela. Hilo musical es la primera entrega de
ese proyecto que desde estas líneas aplaudo con ganas.