Llega a mis manos Pertenencia:
Narradores sudamericanos en Estados Unidos, una antología de autores
latinoamericanos no caribeños residentes en los “States”, compilada por Melanie
Márquez Adams y Hemil García Linares, y me alegra mucho reencontrarme con
compañeros y amigos. Con las palabras de Fernando Olszanski en el prólogo,
quien afirma que la idea del libro “fue siempre convocar a narradores de origen
sudamericano que residan en Estados Unidos y que nos puedan contar, a través de
la ficción, cómo es vivir en el gran país del norte, sin olvidarnos de dónde
venimos” (p. 11). Con la prosa autobiográfica y atormentada de ese judío
errante que escarba en las zonas oscuras de su familia, como es Gabriel
Goldberg y su fragmento de La mala sangre
(Interzona). Con la fuerza narradora de Pedro Medina, arrolladora en este caso,
tal vez el mejor de sus textos hasta el momento, que en “La casa desaparecida”
ha pulido sus armas hasta la excelencia, elevando a nivel literario el dialecto
del español que se usa en Miami, en una historia sobre el desarraigo y el
abandono del hogar. Con la escritura de Vera, a medio camino entre lo
diarístico y lo inventado, cuestionándose continuamente las fronteras entre
realidad y ficción en su “Notebook”. O con la solvencia del Chascas Valenzuela,
en este caso adentrándose en el drama del SIDA con “El filo de tu piel”, un
fragmento de su próxima novela.
Pero, para mayor regocijo, es gracias a estas páginas que
ahora releo, como no solo reencuentro, sino que también descubro. Descubro la
prosa kafkiana, precisa y profunda de Ariel Dorfman, prestigioso escritor
argentino-chileno-estadounidense que no había podido leer hasta ahora, conocido
por La muerte y la doncella, la narración
simbólica del drama de la represión de las dictaduras en Latinoamérica. En “El
evangelio según San García”, Dorfman compone un relato sobre el poder y cómo
amenaza a los que se atreven a pensar por sí mismos y elegir sus mentores. Asimismo,
descubro a otro judío-latinoamericano-americano como es Isaac Goldenberg, quien
en “A Dios al Perú” se ríe de su condición de judío, de su condición de
emigrante, de su condición de indígena, y de la religión en un cierre antológico.
Descubro la prosa poética y el carácter diletante de Roger Santiváñez en sus
“Impresiones filadelfianas”. Descubro el léxico nítidamente latinoamericano
para describir lo más oscuro y a la vez deseable, que desarrolla la ecuatoriana
Elssie Cano en el fragmento de novela Mi
maravilloso mundo de porquería. Descubro el drama de otros emigrantes, en
este caso balcánicos, tan desarraigados como los latinoamericanos, en las
palabras que desarrolla el peruano José Castro Urioste en “Sasha”. Descubro el
influjo de los Billies en el Perú adolescente de Hemil García Linares, uno de
los compiladores. Un sugerente relato de la introducción de la cultura pop en
Latinoamérica, tal como la trata en “¿Dónde se fueron todos?” También descubro
al uruguayo Jorge Majfud, que retrata con una gran veracidad al emigrante
mexicano pobre frente a los ojos del gringo de clase media en un fragmento de
su novela inédita: Tequila, y que
titula “Germán”. Y al también peruano Jack Martínez Arias, que en “Ruinas del Midwest” narra una historia desgarradora
pero con tonos pop y un hermoso relato en torno a The Smiths.
Así que reencontrar y descubrir son las dos acciones que mi
mente articula en torno a esta antología mientras la leo (o la releo). Son más de
los que aquí menciono, los autores que conforman Pertenencia hasta un total de veinte. Todos ellos unidos por ese
sentimiento que revela el título, y que articulan mediante historias más o
menos elípticas, en su mayoría fragmentos de novela, de esa condición que algunos
de sus conciudadanos quieren etiquetar de “aliens”. Ante el incierto futuro que
les espera a estos autores, es el momento de leerla.
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