Una de las razones principales por las cuales la ciencia y
la tecnología han entrado a formar parte del imaginario de la literatura
española contemporánea radica en el hecho de que un nutrido grupo de escritores
actuales se formaron en algún momento de su vida en ciencias y/o tecnología.
Eso se debe, principalmente a dos razones. La primera sería que en una sociedad
como la española, que se ha desarrollado de una forma transversal y vertiginosa
en el ámbito cultural desde el advenimiento de lo que se ha dado en llamar el
período democrático, una formación tecno-científica no requería del sustrato
cultural que hace falta para iniciar una carrera humanística —para la época de
la que estoy hablando, una biblioteca personal era algo necesario y no todo el
mundo podía acceder a ello—. La segunda resulta ser el prestigio que los
estudios científico-técnicos tienen ya desde la educación secundaria, y que han
llevado a muchos a iniciarse en los misterios matemáticos y positivos del
lenguaje de la naturaleza para acabar volviendo al redil de la literatura.
Es el caso de Gómez, el hijodelRana, uno de los personajes
principales de la novela La edad media
(Candaya) junto a Fauró y Moya. Y también es el caso de su autor: Leonardo Cano
(Murcia, 1977), que se vale de ese recurso cuando, ya hacia el final de la
novela, el personaje inicia estudios de telecomunicaciones en Madrid, y los
enunciados de los examen que le atormentan la existencia pasan a formar parte
del texto, como en el caso de la serie de Fourier que se cita en la página 292
junto a la gráfica correspondiente. Ya por este detalle, además de por los
elementos digitales que aderezan el texto, como la conversación en chat que
permite cierta experimentación, como en la página 91, podría conectarse esta
novela con los textos de la denominada literatura mutante, que en su versión
Nocilla también se inició en Candaya. Pero a mi entender, teniendo en cuenta
que la trama principal del libro es el relato generacional de un grupo de
jóvenes de una ciudad española de provincias que, pese a asistir a los colegios
más prestigiosos de la región no llegan a alcanzar las expectativas de vida de
su padres, con la excepción del hijodelRana, hijo de un profesor, se me antoja
que es un texto más acorde a la Generación X. Es precisamente la falta de
expectativas de una generación lo que definió el fenómeno en los EEUU a partir
de la novela de Douglas Copeland, y en el libro de Cano se observa en frases
como “no podríamos darle lo que mis padres me dieron a mí” (100), refiriéndose
a un hijo. Si a ello se añaden las escenas de sexo explícito, los elementos
violentos: una violación, varias palizas, los abusos sexuales de uno de los
religiosos; además de los elementos propios de la cultura pop, se encuentra que
el texto se comunica con algunos elementos propios de lo que se dio en llamar
Generación X española, capitaneada en su momento por Ray Loriga, Jose Ángel
Mañas y Lucía Etxebarria.
Sin embargo, se trata solo de la genealogía de la que
proviene la novela. El texto tiene una propuesta diferente y la presenta con
elementos propios. Es además, la primera piedra de un proyecto narrativo que se
inicia, el de Cano. Para empezar, la novela se presenta en tres planos: el chat
ya mencionado entre Fauró y su novia, la narración en tercera persona de un
funcionario de justicia, que no es otro que Moya, y el relato en primera
persona del plural de toda la generación desde la escuela primaria hasta la
cena final de reencuentro con la que finaliza el libro. El autor acierta en los
recursos narrativos que utiliza y en las voces que les otorga a estos recursos.
Mezcla conversaciones frívolas con la descripción de la mediocridad de un
funcionario y la tragedia de una generación. Es por tanto, una reflexión sobre
ese supuesto grupo de personas y no una narración juvenil como las que
caracterizaron el fenómeno X. Un relato de madurez sobre una generación que
accede con crueldad a ese momento de su vida en que deberían acceder a un
hipotético bienestar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario