Si la anterior publicación iniciaba esta serie hablando de
la influencia de las teorías evolucionistas en la literatura argentina, y más
concretamente, de su influencia en Facundo,
de Domingo Sarmiento, en esta mostraré cómo los debates en torno al
evolucionismo estaban tan presentes en la sociedad Latinoamericana como en la
Inglaterra de Darwin o la Francia de Lamarck. Para ello trabajaré con la novela
La raza de Caín, de Carlos Reyles y
el ensayo Darwin’s Plots: Evolutionary
Narrative in Darwin, George Elliot and Nineteenth Century Fiction, de
Gillian Beer, que muestra la interacción mutua entre los contenidos científicos
y los discursos culturales sin necesidad de echar mano del relativismo
científico.
Lo más significativo del diálogo entablado entre el Facundo, la frenología y las teorías de
la evolución que expuse el mes pasado es observar que los grupos intelectuales
latinoamericanos estaban al día de los principales debates científicos y eso
influía en sus obras narrativas, de la misma forma que Beer demuestra que el
darwinismo influye y está en un continuo diálogo con la literatura victoriana
de George Eliiot, Charles Dickens o Thomas Hardy. Precisamente, ese ambiente
intelectual y la influencia del darwinismo son los pilares para introducir el
concepto de raza en la novela La raza de
Caín, de Carlos Reyles (1868-1938), y para la elección de un argumento muy
evolucionista sobre la descendencia y la procreación, afín a la literatura
victoriana.
En 1900, el año en que se publica La raza de Caín, el contexto cultural en el que se mueven las urbes
que conforman el Río de la Plata –Buenos Aires y Montevideo principalmente– es
el de las ciudades que han dejado de ser letradas para convertirse en centros
de intelectuales. Ángel Rama en La ciudad
letrada las define como ciudades modernizadas (57). Es la época en que se
crean los museos, se inician los estudios culturales antropológicos y se fundan
revistas y periódicos como la que quiere fundar el protagonista de la novela de
Reyles para retratar la “vida psíquica” de Buenos Aires (126). El intelectual
tiene un papel principal en estas iniciativas. En esta nueva ciudad moderniza:
“La letra apareció como la palanca del ascenso social” (Rama 63), y eso lo
vamos a observar con los arquetipos de origen humilde que pueblan la novela de
Reyles y quieren progresar socialmente, como Jainto B. Cacio o Menchaca.
En este ambiente surge el modernismo como una respuesta al
positivismo que defendiera Sarmiento en el Facundo.
Eso creará un enfrentamiento entre la América sajona y la América latina que
derivará en un concepto de raza que influirá a pensadores de entre-siglos como
José Enrique Rodó (1871-1917), José Vasconcelos (1882-1959) o el propio Reyles.
Ese rechazo dialéctico entre los EEUU y la América latina se articula en torno
a categorías enfrentadas creadas por los intelectuales modernistas
latinoamericanos que podríamos resumir por el enfrentamiento entre el
depredador (EEUU) y el depredado (mundo hispano). De esa manera se plantea el
concepto de raza en el ensayo Ariel,
de José Enrique Rodó, una obra publicada el mismo año en que se publica La raza de Caín y donde el autor, a
partir de uno de los personajes de la tragedia de Shakespeare: The Tempest, aboga por un mestizaje
cultural heredero de la cultura grecolatina y de su espiritualidad que se
enfrente al utilitarismo estadounidense. Hay un mensaje de herencia de raza en
Rodó que es más cultural e histórico que biológico, y que está relacionado con
una fidelidad al pasado de las naciones latinoamericanas pero poco o nada con
el indigenismo. En definitiva, para Rodó raza se emparenta con civilización.
Por su parte, en el ensayo de Vasconcelos, La
raza cósmica, se utiliza el darwinismo de una forma estética, sin presupuestos
biológicos, pues para Vasconcelos desde el espíritu de esa nueva raza cósmica
opera una selección realizada a partir de presupuestos estéticos y sin
intervención de la naturaleza, y a partir de ahí se alcanza el mestizaje
cultural que propugna el texto.
En La raza de Caín
de Reyles, el concepto de raza y la aplicación de las ideas darwinistas parecen
distintos pero dan lugar a un resultado parecido. Cabe decir que, como en el
caso de la literatura victoriana, que deja muy patente Beer en su libro (189),
la preocupación por la raza está estrechamente relacionada con la clase social,
y eso se observa con claridad en la figura del resentido social: Jacinto B.
Cacio, que pretende codearse con la clase alta representada en los Crooker, y
por eso intenta una relación matrimonial que lo emparente y le permita el
ascenso que la sociedad no le permite.
No se puede afirmar que toda la novela sea positivista
porque comparte también muchos rasgos con el modernismo canónico, incluyendo
las ilustraciones que acompañan al texto, hace menciones al romanticismo,
aunque sea de forma paródica, y contiene algunas escenas que se construyen
desde técnicas realistas. Se trata, por tanto, de un claro producto de entre
siglos.
Por otro lado, la novela de Reyles también está influida por
la frenología, como el libro de Sarmiento, en especial a la hora de elaborar
las descripciones por parte del narrador y al construir el recurso del “museo
psíquico.” Si nos vamos a ciertos pasajes que dicta el narrador en la novela,
como la descripción que hace de Menchaca (45) o la de don Pedro Crooker en su
primera aparición (29) Aquí el análisis físico y el psíquico se entremezclan,
condicionando el primero al segundo en las facciones. Es precisamente eso lo
que realiza el narrador en su novela: un museo psíquico de los personajes que
aparecen con un discurso que interacciona en muchos momentos con las teorías
frenológicas, sino sobre los criminales, sí sobre la psicología que se esconde
tras los rasgos físicos descritos, y en donde las piezas fundamentales del
museo son Cacio y Julio Guzmán, quienes a su vez son los que acumulan más
descripciones psíquicas de corte frenológico de los otros personajes a lo largo
de la narración. Pero en este caso es posible afirmar que todas las
descripciones que aparecen apenas inciden en rasgos que para los fisonomistas
del siglo XX van a estar relacionados con el concepto de raza. Ni el narrador
ni sus personajes hablan de color piel, ni de color de ojos, ni de otros rasgos
físicos que van a caracterizar el concepto de raza biológica unas décadas más
tarde.
Las razas de Set y Caín están enfrentadas, y el narrador las
trabaja desde la interpretación posdarwinista de desarrollo antes mencionada.
Pero la diferenciación de sus miembros se hace a partir del carácter, nunca a
partir de los rasgos físicos. Aunque el discurso del “museo psíquico” se base
en la descripción física, el énfasis se hace en las descripciones de las
mandíbulas, del tamaño de la nariz y de los ojos, de las arrugas en la frente,
características de interés para la frenología pero donde nunca aparecen
alusiones explícitas a rasgos relacionados con la etnia del individuo. Apenas
si menciona Cacio la diferenciación por mestizaje entre ambas razas: “nosotros
que tenemos el espíritu hecho de los retazos de muchas civilizaciones somos la
complicación y la contradicción vivientes.” (31) Pero de nuevo se apela al
espíritu y no a los rasgos físicos. Por eso afirmo que en este caso el narrador
realiza una construcción intelectual del concepto de raza que nada tiene que
ver con la ciencia y que se trata de una categoría compleja y acientífica
construida como un producto teórico en donde no se han introducido ideas
biológicas y que, por tanto, se enfrenta al discurso positivista y al museo
psíquico que han permitido su construcción al autor.
Partiendo de un discurso pseudocientífico como es el de la
frenología, construye otro relacionado con el carácter no solo individual, sino
grupal, y esa es la piedra de toque de su concepto de raza. Se trata de raza
como espíritu colectivo y eso la emparenta con Vasconcelos y Rodó a su pesar.
El darwinismo que afecta a esta categoría intelectual lo hace por omisión. El
carácter de la raza de Set es superior porque esta no se mezcla como la raza de
Caín, y cuando lo hace, acaba mal y sin descendencia, como en el caso de
Guzmán. Exactamente lo contrario de lo que argüirá Vasconcelos, aunque ambos
trabajen con categorías parecidas.
Así, en lo que coincide la novela de Reyles con los
argumentos darwinistas de la literatura victoriana que analiza Beer es en la
importancia que la herencia, la descendencia, el cambio y las políticas
matrimoniales pueden tener. La selección de pareja y el juego de lucha de
clases son fundamentales aquí. Reyles muestra de forma explícita que las razas
de Caín y de Set no pueden mezclarse a través del fracaso matrimonial de Guzmán
(Caín) con Alicia (Set). Sin embargo, también se evidencia la imposibilidad de
descendencia para la raza de Set entre los de Caín con el fracaso de la
política matrimonial de Pedro Crooker y la ausencia absoluta de niños en todo
el texto. Dato este que, junto a las claras connotaciones negativas de una raza
definida a partir del desgraciado nombre bíblico de Caín, parecen indicar que
la única posibilidad con futuro para Latinoamérica sea la desaparición de la
raza de Caín y su sustitución por la de Set. Esto se observa en la admiración
de Guzmán hacia don Pedro, ese “hombre que sabe sufrir en silencio.” (176) Una
admiración que no comparte Cacio porque piensa que don Pedro no tiene ningún
objetivo vital, dado que la raza de Set no padece ni debe luchar por su
existencia (200), como la de Caín, lo que muestra las incompatibilidades entre
Set y Caín, pero que deja traslucir las virtudes de los Crooker: sencillez,
bondad, generosidad, inteligencia y conocimiento, y que le lleva a un modelo de
comportamiento ajeno a sentimentalismos y goces innecesarios, tal como lo
presenta Guzmán, que llega a afirmar de él: “Es un hombre diferente[1] de nosotros y
mejor que nosotros.” (193)
En definitiva, pese a las similitudes en la construcción
intelectual, se puede afirmar que el punto de vista del autor implícito en La raza de Caín es contrario al de la
mayoría de intelectuales de su época en cuanto a la perspectiva sobre los
norteamericanos, en especial, a Rodó y Vasconcelos. Por otra parte, a
diferencia de la tendencia general de la literatura victoriana, no hay
posibilidad de cambio, por cuanto sugiero que Reyles no comprendió en toda su
extensión las teorías de Darwin, por su construcción intelectual del concepto
de raza, y por la imposibilidad de que las razas se mezclen en su novela tal
como sí lo hacen en las de George Eliot. En este sentido, aunque Darwin hablara
solo de forma implícita de la predominancia de la raza caucásica (Beer 111), Reyles
coincide con los postulados raciales del darwinismo. Sin embargo, a la metáfora
de Darwin de la “inextricable web of affinities between the members of any one
class,” (415) que definen el parentesco, Reyles antepone el enfrentamiento.
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