La peor de las pesadillas consiste en despertarse
desgraciado, habiendo perdido todo aquello que nos importaba y sin saber cómo
ocurrió. Pues bien, eso es lo que le sucede a, Caníbal, el protagonista-narrador
de Fiebre, la primera novela de
Matías Candeira (Madrid, 1984), publicada por Candaya con el apoyo de la
Fundación Han Nefkens. Fruto de la segunda edición de la Beca de Creación
Literaria que se desarrolla en torno al Máster de Creación Literaria de la
Universitat Pompeu Fabra, y que tan buenos resultados diera en su primera
convocatoria con la edición de la novela Anatomía
de la memoria, del mexicano Eduardo Ruiz Sosa.
Fiebre se inicia
con un narrador que asiste a la muerte del padre. Un padre nunca presente y al
que la voz narradora odia más que ama. Lo hace mediante un estilo efectivo,
utilizando un lenguaje común. Pero les aseguro que resulta muy difícil, por no
decir imposible, encontrar una palabra repetida o una cacofonía, por cuanto
cabe afirmar que nos encontramos con un narrador que conoce a la perfección su
oficio. Además de tratarse de la mejor forma estética para presentar el
triángulo que conforman los padres y el narrador.
Este hecho, el de que nos encontramos ante un narrador de
fuste, se corrobora a partir de la segunda parte de la novela: “La autopsia
blanca”, con el padre ya fallecido y Caníbal iniciando una relación sentimental
compleja con la enfermera que hasta ese momento había cuidado del progenitor.
En esa parte del libro es cuando nos enteramos de que el narrador trabaja en
una empresa de publicidad, aunque el juicio de Caníbal sobre la publicidad
resulta demoledor: “los publicitarios […] hacen que la belleza, terminada y
empaquetada, sepa a brebaje medicinal” (105). Resulta lógico que en esta parte descubramos
sus gustos literarios, en especial, su devoción al relato “Los muertos”, de
James Joyce. Y que, de forma progresiva, el texto se vaya plagando de metáforas
y poesía tras la contención de la primera parte como cuando el narrador se da cuenta
de que cierta “escena familiar está contaminada con raíces y anomalías que le
crecen por los costados” (152). También nos enfrentamos al trauma, no ya del
padre ausente, sino de la pareja que muere en extrañas circunstancias y que condiciona
la vida de Caníbal, así como sus relaciones futuras. Y también del trauma de la
madre, de la concepción y la crianza de un niño en soledad. Esa es, a mi
entender, la apuesta más fuerte del libro, la que apunta a que todas las
relaciones humanas están condicionadas por el trauma. Esa es la realidad que
conforma a los personajes en este texto. Hasta el punto de que aquí es donde se
resuelve el trauma que Caníbal sufre por culpa de su padre, y que le lleva a
quemar todos sus recuerdos, escondidos en una oculta cabaña: “Si un padre
enferma y contamina cuantas vidas puede, el hijo limpia y restaura. Si un padre
miente, el hijo hace una hoguera, tan grande como ambos, para decir la verdad.”
(229)
Sin embargo, aún quedan flecos. Así llegamos a la tercera y
última parte del libro “¿Quién soy yo?”, en donde tiene lugar la pesadilla. Tres
años borrados en la existencia de una persona. El sinsentido en el que se ha
convertido la vida de Caníbal, sin apenas pistas para el lector más allá de la
síntesis de los distintos motivos que han aparecido en la novela. Por encima de
todo, la paternidad no resuelta pese al fuego, y su simbología planeando por
encima de las demás figuras, incluido el lenguaje, que en esta parte se debate
entre el texto conciso capaz de describir la crudeza y la metáfora surrealista,
que aúna elementos en principio inconexos: “Llovía en todo el hospital y llovía
sobre nosotros, los enfermos.” (296) El delirio se inicia desde el sueño y,
dada la referencia literaria principal, desde la muerte. Y a partir de ahí se
desarrolla como un virus que pretende infectar todo el argumento, cosa que a mi
juicio consigue. Fantasía para la que el narrador nos ha preparado al hablarnos
de fiebre y delirio unas páginas antes (179), y con la cita de Coleridge que da
inicio a esta parte.
Hasta ahora, Candeira se había revelado como un excelente
cuentista y un perfecto dominador de los géneros no realistas. De ahí la
importancia que el narrador da a “Los muertos”. Pero tras leer Fiebre, se me antoja que el autor da un
salto de calidad. Así, además de incentivarme las ganas de volver a las páginas
del famoso relato de Joyce, muestra que es capaz de armar una excelente novela.
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