Que la conquista española de América fue un choque más que un encuentro es algo que ya hace tiempo que se ha discutido. No voy a entrar mucho en el tema más allá de las necesidades que requiere este ensayo respecto a elementos históricos. Si se tiene en cuenta que soy nacido español, aunque en Catalunya, pero hijo de emigrantes andaluces, se comprenderá que este no va a ser un ensayo político, al menos si se concibe como político lo que está de actualidad política. A fin de cuentas, no me siento reflejado en ninguna de las identidades que me dio el nacimiento, ahora al parecer excluyentes para una buena parte de su población. Si tuviera que identificarme con algo, lo haría como un producto humano de la emigración y la industrialización. Es decir, tendría más cosas en común con un muchacho de la periferia de París cuyos padres abandonaron el campo para instalarse en la ciudad, o con el hijo de unos emigrantes mexicanos rurales en Los Ángeles, que con mis compatriotas, tengan el gentilicio que tengan.
Es por esta razón identitaria, o de difícil clasificación ante lo identitario, que quedé obnuvilado ante la lectura de Escribir en el aire, del ya fallecido Antonio Cornejo Polar. Este libro de crítica literaria, escrito en 1994 y con versión en inglés desde el año pasado (2013, así que ya nadie tiene excusa para no leerlo), es un manual excelente para comprender los complejos mecanismos de la hibridación y la difícil asimilación de diversas culturas en una misma identidad. Algo de lo que, recordando el primer párrafo, deberían tomar nota en la antigua metrópoli.
El texto de Cornejo Polar parte del encuentro entre los españoles y el Inca en Cajamarca. Pero, como él dice: “No intento ni lamentar ni celebrar lo que la historia hizo”. Por eso describe el choque entre la cultura escrita del colonizador, representada en la Biblia, registrado en crónicas españolas, y la cultura oral del indígena, representada por el Inca, que espera escuchar directamente la verdad que al parecer se le ofrece en ese libro y que después se retratará en retablos teatrales indígenas denominados wankas. A partir de ahí, Cornejo Polar traza una genealogía, o un intento de genealogía de las letras andinas en lo que podríamos definir como un lento y doloroso proceso de hibridación de culturas que cristalizará con una nueva literatura heterogénea y múltiple a través del lenguaje —que es como se construye la literatura— que alcanzará sus cotas más altas con el poemario Trilce, de César Vallejo, y con la obra de José María Arguedas, pasando por los sufrimientos identitarios del Inca Garcilaso y su literatura mestiza o el fracaso de la literatura colonial a la hora de incorporar la voz del indígena.
Es resaltable la perspectiva en cierto momento positiva que Cornejo impregna a un texto por otra parte crítico, en especial al tratar de describir un proceso cultural terriblemente doloroso como debió ser la colonización española entre los pueblos andinos, con la esperanza de la creación de algo nuevo: una literatura nueva. Entre otras cosas, porque en la actualidad es la única zona del planeta en que se están dando esos procesos de fusión, comparables a los que sufrió Europa tras la caída del Imperio Romano, y que darían lugar a la modernidad occidental mil años después.
Pese a que en el ámbito de las letras —salvo sonadas excepciones— es donde se respira una mayor entente entre culturas, el libro de Cornejo Polar contrasta con la situación que se está viviendo entre Catalunya y algunas zonas de España. En ese caso, tras más de quinientos años, en vez de entenderse, cada día se odian más. Es para emigrar.