lunes, 17 de septiembre de 2012

CUANDO ALICE SE SUBIÓ A LA MESA: OTRA CIENCIA FICCIÓN


Cada vez es más evidente el hecho de que la ciencia-ficción de hoy poco tiene que ver con lo que se consideraba el mainstream del género hace unas décadas. Sí, es cierto que siguen existiendo esas sagas claramente sci-fi, especialmente en el mundo anglosajón. Pero parece que eso se está quedando para la fantasía. Poco a poco, la ciencia-ficción parece estar conviritiéndose predominantemente en un género culto. Hasta tal punto, que autores considerados excelsos por la crítica como Pynchon o el tristemente desaparecido Foster Wallace, la utilizaron en su momento para algunas de sus más ambiciosas novelas.

Que algo ha cambiado ya lo afirmaba Robert Juan-Cantavella en una entrevista junto a Hernán Francese que ya anunciamos en esta bitácora. La obra de escritores prestigiosos, considerados cultos por la crítica, como Rodrigo Fresán o Jonathan Lethem no hacen más que corroborarlo.



Otro día hablaremos de Fresán y su magnífica El fondo del cielo. Hoy le toca el turno a una de las novelas de Lethem que más apostó por esa “otra ciencia-ficción”: Cuando Alice se subió a la mesa, tercera obra de su extensa producción, que alcanzaría el éxito de público y crítica con libros como La fortaleza de la soledad o Huérfanos de Brooklyn.

En Cuando Alice se subió a la mesa, evidente homenaje a la Alicia de Lewis Carroll tal como indica el nombre de la protagonista, no nos encontramos con un mundo fantástico, ni con ciencia-ficción al uso. Nos encontramos con la realidad, o con lo que las convenciones sociales determinarían como realidad. En concreto, con la realidad que se respira en el campus de una ficticia universidad del norte de California, con la relación entre un antropólogo y una investigadora en física. Hasta que aparece “la ausencia” y lo cambia todo. ¿Y qué es la ausencia? El producto de una investigación en física para tratar de crear un universo en miniatura. Un experimento fallido que produce un ente que arrebata a Alice (la investigadora en física) de los brazos de su amado Philip (el antropólogo). Y este debe reaccionar, lo que sí dara lugar a universos fantásticos.


Cabe decir que Lethem expone en la novela el enfrentamiento entre ciencias y letras de forma brillante y respaldado por una excelente documentación. La ironía de Philip, el narrador, alcanza tanto a los postulados de la física teórica como a las bases de la antropología social. Así que el lector queda convencido de lo relativo de ambos conocimientos. Sin predominio de ninguna de las partes. Más que de debate entre dos culturas, habría que hablar de desencuentro entre conocimientos limitados. Hay además, metáforas deliciosas, como la de los dos ciegos, personajes indispensables de la novela. El libro se disfruta emocional e intelectualmente. Y por supuesto, existe el pasaje propio de la ciencia-ficción más clásica, en que el autor nos muestra su visión del todo. Eso sí, siempre desde otro tipo de ciencia-ficción.

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