Que la ciencia-ficción ha dejado de ser un género menor es algo que se sabe desde hace tiempo. Concretamente, desde que las tramas de este tipo de novelas se alejaron de un futuro idílico y maravilloso en donde las máquinas y el progreso iban a dotarnos de una felicidad completa. H. G. Wells se encargó de ponernos en nuestro sitio ya en la época victoriana. Pero cuando la psicología del ser humano entró a formar parte del argumento, la cosa dio una considerable vuelta de tuerca. Nos enfrentábamos a un futuro en el que los contextos tecnológico y ambiental cambiaban y, sin embargo, el drama interior del hombre seguía siendo el mismo. La esencia humana no podía librarse de sus propias carencias.
De ese tipo de limitaciones sabía bastante Stanislaw Lem (a partir de ahora, el maestro Lem), como deja claro en Solaris, su obra cumbre, al introducir como protagonista principal de la novela a un astropsicólogo: Kris Kelvin. Un psicólogo especializado en la influencia del cosmos en la psique humana que tratará de solventar los problemas de la tripulación de una estación orbital en torno al que parece ser un planeta vivo, Solaris (el otro protagonista), en lo que podría ser el primer contacto de la humanidad con otros seres vivos del universo. Ahí es nada.
Tras un argumento propio de la ciencia-ficción se oculta un análisis de la imperfección del alma humana a través de sus sueños y sus fantasías. Como si William Faulkner, en vez de escribir novelas policíacas, hubiera narrado ciencia-ficción. A fin de cuentas, si no existe un progreso moral, la narrativa de Faulkner puede utlizarse para escribir una obra de ciencia-ficción, pues los problemas del ser humano siguen siendo los mismos. Y eso que el papel de la ciencia en el libro es importante, no solo por nombres como el de Kelvin, sino también por la utilización de experimentos cruciales para hacer avanzar la trama. Pero muy especialmente, por la estructura de la Solarística (la ciencia que estudia el planeta Solaris), una metáfora del funcionamiento de la ciencia, con su forma de acumular conocimiento (a veces absurda e improductiva) y el exceso de hipótesis que compiten por explicar lo mismo y que en la novela no permiten solucionar los problemas. Una ciencia que, como el narrador explica, acaba degenerando en otra cosa.
Este libro, obra del maestro Lem, excelsamente cuidado en su traducción y edición por parte de la Editorial Impedimente (incluido el diseño, que no se circunscribe solo a la vistosa portada, sino a la sobreportada que le acompaña en un concepto más global de diseño), es un texto precursor del enfrentamiento del hombre con lo inhumano (y lo poshumano, por tanto). Una perspectiva superior para imaginar lo universal. Todo ello narrado con un estilo visual y detallado, algo muy loable cuando se describen espacios fantásticos.
2 comentarios:
increíble
Pero cierto.
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