Acaba de aparecer la traducción al castellano (Salamandra) de la última novela de Jonathan Franzen (Western Springs, 1959), Libertad (del original Freedom) y ha vuelto a reactivarse el ya manido debate acerca del canon, de cuáles deben ser las obras centrales de este y si el éxito de público conlleva acarreado entrar por la puerta grande de ese canon. Son varias lasreseñas elogiosas de la novela que parecen dar el visto bueno a Libertad para que acceda al altar de las grandes novelas del siglo XXI y al reducido listado de títulos definidos con el tag “Gran novela americana”. Sin embargo, también han aparecido los reseñistas que consideran que pese a ser Freedom una novela excelente, no alcanza el nivel de calidad que se exige a las que componen el polémico canon.
Parece que la posmodernidad y sus postulados estéticos poco a poco van quedando atrás. También parece que hay un cierto gusto por retornar a formas narrativas que daba la impresión que estaban superadas en los momentos más histéricos del posmodernismo. Esta tendencia ya se observó con la concesión del premio Nobel del año pasado a Vargas Llosa, ferviente defensor del realismo decimonónico pese a sus inicios vanguardistas. Y este aliento estético es el que empuja la obra de Franzen.
Curiosamente, lo que se suele desfasar más pronto en una obra literaria clásica es la visión conceptual que subyace de la poética del autor. Vamos, el punto de vista del mundo que este compartía con sus contemporáneos. Así, las descripciones, los versos, las imágenes y el poético lenguaje utilizado en La Ilíada nos siguen arrebatando hoy igual que lo hicieron con los primeros lectores de ese gran poema épico. Nos choca, sin embargo, esa epistemología de los dioses del Olimpo, hacedores del destino, que el lector debe truncar en figura poética para seguir adelante en la lectura (ya Virgilio se tuvo que enfrentar a ese dilema). En este sentido, aunque Franzen no es la primera vez que utiliza modelos narrativos propios de la literatura del siglo XIX, en una obra tan lograda como Las correciones (2001) su episteme sale muy bien parada por el uso adecuado de elementos propios de la ciencia. Solo después de la década de los años 90 se puede entender a un narrador que se permita narrar en tercera persona los estados de ánimo de uno de los personajes a partir de su química cerebral y que además, utilice este recurso como un sarcasmo del lenguaje científico. De esta forma, una narración que parecía clásica se convierte en algo sumamente contemporáneo. De recursos como este adolece por momentos Libertad. Y eso que la lógica del narrador omnisciente queda notablemente bien justificada (reactualizada) con el excelente recurso de la biografía en tercera persona de Patty, uno de los tres vértices de la historia, verdadera narradora de la novela junto a sus vecinos, que describen a la perfección la vida de los Berlung, la familia protagonista, como si de un cuento de John Cheever se tratara. Pero aparte de esos pilares expresivos, Franzen trabaja esta vez mucho más cerca de los postulados que utilizara Tólstoi para componer sus grandes novelas. De ahí la dificultad del autor en introducir el argumento científico por excelencia en Libertad: los problemas medio ambientales y los derivados de la superpoblación. Como si fuera el conde ruso en Guerra y paz, prepara al lector para el momento central de la novela citando precisamente ese gran texto del XIX. Sale bien parado del intento. No en vano, Franzen es un maestro al introducir tramas complejas que simulen el funcionamiento del mundo en sus novelas. Ya lo hizo con gran maestría en las relaciones entre enfermedades neurodegenerativas y economía financiera en Las correcciones. Aquí el cóctel lo conforman los combustibles fósiles, la guerra de Irak, las reservas naturales y las especies en vías de extinción. Todos temas de la más rabiosa actualidad. Es en este tipo de engranajes de fino ensamblaje donde aparece la influencia de su pasado como investigador científico en Harvard. Y también el legado del Don DeLillo de Submundo, no en vano, son varios los críticos que han comparado ambas novelas.
Sin embargo, Franzen se aleja del posmodernismo. Eso no es malo (para el firmante de este post, al menos, no lo es). Lo peligroso es que el autor no arriesgue más en una novela por otro lado magnífica. A fin de cuentas, el gran Tólstoi (en quien se puede comparar por el excelente uso que Franzen hace de la escena en la narración) no fue solo un escritor realista, también fue el precursor del flujo de conciencia (técnica nada realista, como Joyce pusiera en evidencia). Lo peligroso es que un autor tan autoexigente como Franzen (a veces difícil de leer por no dar concesiones como comentaba Javier Avilés al reseñar Las correcciones) esté demasiado interesado por llegar a todo el mundo y no por crear diferentes niveles de lectura para abarcar distintos tipos de público. Es cierto que el texto encierra un mensaje de esperanza hacia la sociedad americana, pero un lector no avezado lo puede confundir con otra cosa. Y resulta peliagudo que esta novela pueda a veces leerse como una del siglo XIX y no como una del XXI que reactualiza las técnicas del realismo como a veces sí sucede (por suerte).
Carlos Gámez