martes, 31 de agosto de 2010

QUISQUE SHEREZÁDEZ: POETA Y MATEMÁTICO


No es ningún misterio que Javier Moreno se aprehende de elementos científicos al escribir. Como afirmó en el acto de concesión del premio Miguel Hernández 2005, utiliza en su literatura todo aquello que le interesa y eso da lugar a una apuesta literaria muy personal y sugestiva.

En su novela más reciente, Click (2008), el pensamiento científico está imbricado en el argumento principal de la novela. En el testimonio de Quisque Serezádez, que en un largo monólogo hace inventario de su agitada vida sentimental mientras se apunta con una pistola en la sien.

La síntesis perfecta de la suerte de influencias que maneja el autor se puede leer en esta selección de una serie de citas que el narrador encuentra en las paredes de un lavabo y que figura en la página 82 del libro:

«La revolución no sirve de nada sin evolución» (biología y política);
«Construcción geométrica de la razón aúrea» con su dibujo asociado (matemáticas);
«Todo arte es mierda» (estética);
«Jesús Christ was a woman» (provocación);
«¡Yo entendí el final de 2001!...» (ciencia ficción)

En la literatura de Moreno se relacionan contenidos de las ciencias y especialmente, de las matemáticas, con la cultura clásica. Eso lo diferencia de otros escritores españoles que utilizan la ciencia en su literatura y lo entronca a mi juicio con las novelas de German Sierra y la poesía de Vicente Luis Mora. Además de suponer una clara superación (o un atajo) del tan cacareado problema de las two cultures (para quien crea que eso es un problema).



El uso de metáforas científicas

Pero no sólo se hace uso de los argumentos de la ciencia. Como es propio de aquellos autores contemporáneos influidos por lo científico, Moreno utiliza la metáfora científica en la poética de su escritura,con frases del estilo de (p. 85): «Los delicados filamentos sensoriales de Quisque eran incapaces de tolerar descargas excesivas de belleza sin resentirse de alguna manera» ); o (p. 150): «el instante en que uno parece sincronizar con la respiración del universo.»  Aunque el ejemplo más nítido y a la vez hermoso que el autor tiene de teorizar la realidad de esa forma metafórica lo podemos encontrar en el fragmento (p. 249):

«Todo procede del vacío, de un equilibrio entre la materia y la antimateria. Y entonces se produjo una asimetría, y la materia y la antimateria se separaron. Fue así como surgió nuestro universo. Llamo amor a ese desequilibrio. El amor consiste, por tanto, en sacar al vacío de su desequilibrio. Y en ese sentido el amor es lo más parecido al diablo.»

Comparaciones muchas veces cargadas de elementos astronómicos o propios de la ciencia ficción (pp. 67-8):

«Urania, tú y yo surcamos el espacio en una cápsula espacial. Estamos desnudos y en tu muñeca hay un reloj que eternamente marca las 88:88, aunque a veces, debido a nuestra ingravidez, lo que veo son cuatro símbolos del infinito y en medio dos puntos: nosotros, Urania, nosotros rodeados de infinito. Mi mano recorre la geografía de tu cuerpo, tu cuello, tu pecho, tu vientre, tu sexo regresando a su origen, a las estrellas».

Y que alcanzan su cenit con la metáfora estructural, que se relata en las páginas 70 a 73, y que relaciona las estrellas binarias, objeto de estudio de su amante, Estela, investigadora dedicada a la astrofísica, con el amor que se presenta con un diálogo intercalado a la narración que describe la relación sentimental con un sistema de estrellas binarias, justo el sujeto de investigación de Estela, y que acaba identificando el amor entre Quisque y Estela con la estrella doble XP10023.

Un tipo de recurso similar, pero esta vez expresado buscando una definición alternativa extraída del lenguaje matemático, lo encontramos en la enunciación que el autor hace de la teoría del triángulo del deseo de René Girard a partir del denominado “problema de los tres cuerpos” (p. 128):

«Sean A, B y C tres cuerpos.

A y B se disponen sobre un mismo plano. C contempla las maniobras de aproximación de los otros dos cuerpos que se atraen y entrechocan hasta lograr relativa estabilidad. Llegado cierto momento C accede al plano de A y B. A, B y C comparten durante un tiempo las mismas coordenadas espaciales salvo esporádicos efectos de rebote. Hay un instante sin embargo en el que C duda un momento hacia donde orientar su vector de atracción. A se retrae de manera que al final es B el que accede a su campo de acción. B y C interaccionan mientras que A mantiene una posición estacionaria. C está a punto en varias ocasiones de distanciarse de B y de reorientar su vector de atracción. A retrae todavía más su posición hasta hacer desaparecer la inestabilidad de C. Pasado un tiempo C se separa de B y se precipita hacia A. Mientras tanto B mantiene una posición estacionaria. No hay que esperar mucho para que C se separe de A y deje el campo libre. Entonces A y B se dirigen el uno hacia el otro. C permanecerá estacionario hasta el final del experimento.»

A veces, esta utilización de la metáfora se hace para contraponer los conceptos científicos y matemáticos con la realidad amorosa (p. 74-5):

«Un corchete de Lie se define de la siguiente manera:

[A, B] = AB – BA

donde A y B son operadores que actúan sobre los elementos de un espacio. Si A y B son dos números cualesquiera entonces [A, B] = 0. Se trata de la famosa ley conmutativa, ya sabes... El orden de los factores no altera el producto. Si E es el espacio y T es el tiempo ocurre que [E, T] ≥ ħ. Es el principio de incertidumbre de Heisenberg. Sucede, sin embargo, que en la vida nada es conmutativo. Piensen un momento. Si M1 es una mujer y M2 es otra mujer y yo soy “x”, es decir, un elemento del espacio, entonces estarán de acuerdo conmigo en que [M1, M2](x) ≠ 0. dicho de otra manera, el orden de los factores altera –y de que manera- el producto, que soy yo. Por eso pienso... Qué habría ocurrido si te hubiese conocido después, después de las otras.»

Además de la metáfora científica, el texto hace uso del símil (p. 63):

«se trata de investigar como los refranes conforman la percepción de un comportamiento caótico como es el tiempo meteorológico. Esto hace que parte del imaginario de un pueblo quede orientado en determinada dirección al igual que los electrones de una bobina enrollada alrededor de una barra de hierro a través de la cual se hace pasar una corriente eléctrica». 



Un narrador cínico y descreído

El símil que cierra la sección anterior es perfecto para mostrar el punto de vista del narrador: una voz descreída. Un cínico capaz de hacer uso de la pseudociencia para describirse mediante una carta astral (páginas 51 a 56). El colaborador principal de la revista de vulgarización científica Zienzia que precisamente se ríe de las revistas de divulgación. Alguien que utiliza los eufemismos para postular que Arquímedes y Newton hallaron la inspiración para sus teorías sobre la taza de un váter (83). Que hace uso de la parodia en frases como (p. 94): «ROMA NO SE CREA NI SE DESTRUYE, ÚNICAMENTE SE TRANSFORMA.»  O que presenta a un papagayo que recita de memoria todas las cifras del número pi. Como le dice Estela (p. 72): «Te burlas Quisque. Nunca te has tomado en serio la ciencia.»

Y es que Quisque ironiza cínicamente cuando le presenta a su director de la revista las pruebas que relacionan estadísticamente las características moleculares de los espermatozoides X e Y (masculino y femenino) con la velocidad de los plusmarquistas masculino y femenino de los 100 metros y con la longevidad media de hombres y mujeres, en un irónico triángulo entre sensacionalismo, estadística y ciencia. Cinismo que vuelve a verse en el comentario:

«Hay una ley según la cual si en una reunión el número de mujeres supera al de hombres, entonces la masculinidad se convierte en algún momento en tema de conversación, en general para ser atacada. Las probabilidades aumentan si las mujeres superan los treinta años. Si alguna de ellas está divorciada o simplemente sin pareja el hecho es prácticamente seguro. Es una de las leyes jamás escritas del gineceo.» (146)

O en la frase: «la ley del deseo es en realidad una ley exponencial cuyo techo viene impuesto por la mayor o menor debilidad de nuestro cuerpo.» (151)

Esos comentarios tienen un sentido, las limitaciones de la ciencia para comprender absolutamente todo lo real, como se observa en (p. 189): «Aquella tarde setenta matemáticos reunidos en el palacio de congresos para hablar de los procesos estocásticos no pudieron acariciar la piel desnuda de Vivianna. Algo que demuestra que los caminos de la ciencia y de la belleza no siempre son convergentes.»

O cuando presenta a la ciencia como un arma de poder al servicio de las grandes instituciones, y más concretamente, la estadística (p. 110):

«Imaginen docenas de impresoras funcionando al mismo tiempo, lanzando miles y miles de datos que los ordenadores se encargan de procesar, de agrupar convenientemente, de normalizar, que es decir algo así como convertir a la fe estadística, de acoger a la muestra bajo la bendita campana de Gauss. La ley de los grandes números, ese es nuestro credo y en él depositamos toda nuestra fe. Y si no es posible, si los datos se resisten a cuadrar, entonces es cuando interviene Quisque Serezádez, alias Procusto. Ahí lo vemos llegar con sus fórceps, su sierra, su completa colección de bisturíes. Quisque analiza desviaciones, recorta, pega... Si es necesario se modifica la pregunta, la cuestión se hace más vaga, aquí tiene diez, doce opciones».

Equipara a Serezádez con el “experto sacerdote estadístico” y continúa diciendo (p. 111): «Cuando después de uno o dos años volvamos a hacer la encuesta (¿¡milagro!?) veremos que los resultados concuerdan por sí solos, sin necesidad de intervención ajena. La realidad coincide fantásticamente con su modelo»



Poeta y matemático

Pero se trata de una máscara (lo propio de un poeta). Detrás del Sherezádez cínico se esconde un romántico que en plena conversación cargada de ironía es capaz de afirmar (p. 72): «Goethe descubrió el hueso intermaxilar a través de un simple razonamiento poético, sin necesidad de autopsias ni fórmulas. Su teoría de los colores es una alternativa a la de Newton. Podría haber dado origen a una nueva manera de entender la óptica.» O de pensar (p. 244):

«que bajo todo concepto como el de perpendicularidad, circularidad, crecimiento exponencial, etc, se esconde un número irracional y que por tanto el mundo ideal y abstracto es al mismo tiempo el mundo más irracional y que –no se si lo sabrán- el número de irracionales es con mucho mayor que el de racionales de manera que por mucho que perviva el ser humano sobre este planeta o sobre cualquier otro seremos incapaces de agotar todas las ideas y por tanto cabe la posibilidad de que esta especie siga siendo martirizada por los siglos de los siglos con nuevas y tortuosas abstracciones si una catástrofe o una vuelta a la adánica animalidad no lo remedian.»

A fin de cuentas, Quisque se postula «partidario del método científico. Ensayo-error. Y viceversa. A veces el error se hace persistente y entonces uno debe marchar en busca de otra teoría.» Y afirma a una de sus amantes, una alumna de refuerzo de matemáticas (p. 242):

«Un día me preguntaste por las soluciones imaginarias de una ecuación de segundo grado. Yo respondí que sin aquellos extraños números imaginarios no podríamos construir puentes, no volarían los aviones... Que el castillo de naipes que llamábamos “lo real” se asentaba en realidad sobre el terreno de lo fantástico. Nadie prestaba atención, ninguno de aquellos seres demasiado reales. Sólo tú entendiste lo que dije porque estabas hecha de la misma materia de la que están hechos los deseos, porque tú eras la solución imaginaria sobre la que se aposentaba la burda realidad en que consistía mi vida.»

Ese es la esencia del narrador de esta novela. En el fondo se trata de una voz que se siente profundamente en deuda con las matemáticas y la poesía (p. 176):

«Y ahí mismo veo a Quisque sentado ante un libro de matemáticas, aspirando la belleza reposada del álgebra, del cálculo, de la geometría, fortaleciéndose con la leche espesa y amarga de esas tres Gracias que lo acunan y lo mecen después de cubrir su cuerpo de efervescentes cosquillas. Ah, qué habría sido de Quisque sin el cuidado de esas magníficas matronas que templaron su cuerpo en la forja de la disciplina y la belleza. Qué es un matemático sino aquel que domina la ciencia de las relaciones. Qué es un poeta sino aquel capaz de hurtarse al caos original con las herramientas de la analogía y las ocultas semejanzas. Ambos son como Atlas, sosteniendo sobre su espalda el peso a veces insoportable del mundo. Y el mundo sigue girando en la ignorancia de que todo se lo debe a esos seres tocados por la gracia, divirtiéndose con un juego cuyas reglas inventaron otros, ellos, los más frágiles, los que fabrican en silencio el delicado capullo de la existencia.»

Ahí es nada.

1 comentario:

Vania dijo...

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