Una de las ventajas de este siglo XXI que transitamos son los objetos culturales. Lo digo no porque sea un consumista irredento, sino porque esta es una época en la que se puede gozar, por ejemplo, de libros que son algo más que eso. Libros-artefacto los llamaría, donde se aúna literatura con diseño e imágenes. Un símil muy adecuado para este análisis entre ciencia y literatura que pretendo porque si algo hay característico a la ciencia moderna es la construcción de artefactos. Y al parecer, esa realidad que subyace al libro como objeto que es, está siendo aprovechada por algunos autores y sus editores para extraer mayores posibilidades artísticas, lo que demuestra que aún queda mucho por hacer por parte de editoriales pequeñas o arriesgadas y que existen alternativas y mucho que experimentar pese a esta cultura del consumo que nos rodea. Es el caso de Soy una caja (Caballo de Troya, 2008) de Natalia Carreño -diseñado como eso, una caja-, La familia de mi padre (Mondadori, 2008) de Lolita Bosch, que como su propia autora va hilvanando capítulo a capítulo, más que un libro es “una caja de madera verde, tierna” donde se guardan todos los recuerdos del padre, con los que construye la historia, y el poemario al que dedico esta reseña, Tiempo (Pre-Textos, 2009), de Vicente Luis Mora –aunque yo hubiera elegido un cuerpo de letra mayor para esta colección de poesía.
A Mora hace precisamente tiempo que le interesan las relaciones entre ciencia y literatura, a las que ha dedicado varias entradas en su bitácora Diario de lecturas, de entre las que destaco:
Es cierto que la idea de lo que Mora más que “artefacto” denomina “proyecto”, ya era utilizada por los poetas en las vanguardias. Pero justamente, la experimentación y las vanguardias forman parte de la tradición que él reivindica para sí desde una perspectiva más contemporánea. Como una actualización en software de esa tradición, todos los materiales que conforman Tiempo, las fotografías de un extraño desierto blanco, la ubicación de los versos por las distintas partes de la hoja que ya utilizara en Construcción, el juego de los espacios de la página que analizara en Pasadizos, la alternancia con fragmentos en prosa, los motivos alegóricos como el paso del tiempo, la alusión a la astrofísica y su inconmensurable escala temporal o los créditos del final del libro forman parte de un todo. Se me antoja que de un cronómetro de arena, por su relación con la ciencia y su capacidad para medir el tiempo, verdadero protagonista del texto. Y por la continua referencia al desierto que implica la analogía entre el poemario y un reloj de arena tal como se lee al concluir (p. 84):
los granos han pasadode una parte a otradel relojde arenala última páginala última motael último granode tiempo
Además del tiempo, el espacio es muy importante en la narrativa de Mora. En este caso el poemario se desarrolla en torno al desierto de las White Sands, en Nuevo México (EEUU). El desierto ahistórico es uno de los no-lugares posmodernos más utilizados. No en vano, era el espacio en el que se desarrollaba la famosa Nocilla Dream (Candaya, 2006) de Fernández Mallo, amigo declarado de Mora. Existe el peligro de que en la narrativa española futura este sea un espacio demasiado transitado, o su tránsito se haga sin una clara justificación. No es el caso de Mora. En Tiempo, el desierto de las White Sands es algo más que un no-lugar como se puede leer en la página 28. Es la parte por el todo, la representación a escala del universo. Un lugar donde convergen infinidad de rastros invisibles escondidos: ondas electromagnéticas, restos de seres vivos, partículas elementales, piezas de satélites y hasta alas de ángeles. De ahí la comparación de White Sands con un cerebro, las escalas de las fotografías de la página 82 y el uso de los granos de arena y su vacío intersticial para analizar todo el universo. Pero además, es el núcleo del proyecto, el espacio que aporta las piezas de la maquinaria. Por lo que el desierto de Mora es más metafísico, en relación con la influencia de Valente que el autor asume desde su propia voz.
Conceptualmente, la idea central que preside el libro es la tensión entre el conocimiento que hemos llegado a adquirir de nuestro entorno y de los objetos que nos rodean frente a nuestro desconocimiento de las leyes que verdaderamente rigen el universo, y con ellas el tiempo. Esa dialéctica ya se observa al utilizar precisamente el principio de incertidumbre de Heisenberg como metáfora al inicio del poema (p. 15). Y se reitera más adelante con versos como: “el cosmos tiene leyes / sobre la identidad / que sólo a veces sabemos” (p. 19). Tensión que se delinea en la confrontación entre caos y orden.
Estamos ante un cronómetro metafísico y la causa de su funcionamiento es el misterio de la creación, que trastoca los productos de la ciencia de manera que (p. 36):
El principio de incertidumbreno es el de Heisenbergsino el de Dios
El libro abunda en descripciones del material físico del universo y el bioquímico del cuerpo humano (p. 18): “el mundo es física / y nosotros, química.” Así como en la fragmentariedad del universo frente a la naturaleza compacta del hombre. Se describe objetivamente un mundo invisible a partir de la física de partículas (p. 20): “Fermiones y bosones. / La realidad / es igual / en todas partes.” Aunque se tiene en cuenta el desconocimiento de las razones de esa realidad (p. 20): “Lo que ignoramos / es como se ordena.” Ignorancia en la que se hace hincapié a lo largo de todo el poemario y que se sintetiza con el siguiente verso de la última página:
Somosla ignorancia enjoyada,contemplándose,drogada hasta las cejas,en el espejode la sabiduría
Mora trabaja muy cómodo en los denominados límites de la ciencia y en la eterna búsqueda de conocimiento por parte del ser humano como se observa en el símil de la duna de la página 53. De hecho, toda esa frontera imaginaria entre lo conocido y lo desconocido recorre el texto. No en vano, una de las numerosas citas que salpica su bitácora, de Enrique Prochazka, dice esto:
“La ciencia contemporánea nos informa de lo turbulento de las fronteras entre el orden y el caos: el desorden de esas líneas infinitamente sinuosas que separan lo platónico de lo real. No la diferencia, sino la interminable confusión de las diferencias. Acaso debió hacerlo la literatura, pero estaba distraída.”
Una trascendencia que es muy loable después de tantas décadas de escepticismo agnóstico, especialmente de voces influidas por el pensamiento científico, y que ha impresionado gratamente a este lector, que también comulga con esa tensión entre conocimiento e ignorancia que rodea a la humanidad.da un poco que pensarel hecho de que sea el caostan cuidadoso
Esa profundidad permite al autor una relación entre mitología y ciencia que se observa en buena parte de sus metáforas. Una poética arriesgada y poco explorada que posibilita introducir diversas tradiciones culturales que ya en Pasadizos demostraban que nos encontramos frente a un voraz lector global. Desde la ciencia del siglo XX, no determinista, a las leyendas bíblicas, las deidades griegas o el taoísmo, que hace que cuide esa dualidad entre azar y necesidad que se observa hasta en la esencia del texto (p. 66): “el tiempo es lo contrario / de este libro”.
El tema del libro, en mi opinión, es el paso del tiempo. Tanto desde la perspectiva del narrador, que se da cuenta de que los años se han ido consumiendo, como de una concepción más abstracta de ese tiempo (p. 65): “todos los hombres juntos duran un día / en el reloj / del tiempo. / La vida es una hora, / y ha pasado.” Que el autor utiliza como nexo entre la poesía y la ciencia –y por extensión, la filosofía- que preocupa al poeta por ser esencia del hombre y es una de las magnitudes que el científico pretende aprehender con sus mediciones aunque acabe por escapársele.
La relación entre tiempo y poesía viene de largo, pero Mora, con la acertada introducción de la ciencia, el caos y la trascendencia en el texto, ha sabido dar forma a un poemario original en su forma y, sobretodo, de una enorme profundidad en su contenido.
5 comentarios:
En mi vida he leído versos más malos que estos. NO sé con qué pretensión dice tratar del tiempo, tema que le rebasa y al que no llega jamás ni a entender ni a traducir en poesía. Lo siento pero es un nivel muy bajito muy pobrecito. Y por tanto el ensayo que de ahí surge no puede ser mejor.
Lea el poemario querido anónimo. Y después júzguenos a los dos. A lo mejor con la lectura se le disipa (temporalmente) el resentimiento.
Perdóneme, pero desde mi punto de vista es un libro/artefacto/poemario. Primero, como libro, segundo como artefacto y tercero como poemario. Ni es odio ni es visceralidad contra nada ni contra nadie. Pero no estoy de acuerdo con el comentario de este post y mucho menos con las pretensiones del dichoso libro que SÍ he leído. Ni fú, ni fá.Es decir, es malísimo.
Estimado anónimo. Supongo que es usted el mismo del 10 de octubre. Imagino también que debe haberse dejado alguna palabra en su primera frase, un adjetivo calificativo más concretamente. Algo como "mal". Porque sino usted está de acuerdo conmigo en que Tiempo es un libro/artefacto/poemario y eso no casaría con lo que afirma al final del comentario.
Respecto a su opinión, es tan respetable como cualquier otra. Todas las opiniones son subjetivas y están influidas por los gustos, las lecturas y la formación de cada uno, por cuanto merecen ser respetadas. La lástima es que usted persevere en su condición de anónimo y no podamos tener un diálogo más fructífero.
Saludos.
Publicar un comentario