domingo, 30 de agosto de 2009

LA NUEVA LITERATURA ESPAÑOLA Y LA CIENCIA

Inicio hoy una serie de entradas que pretende analizar el uso de la ciencia en la nueva literatura española, aunque es muy probable que por en medio se cuele alguna crítica sobre la utilización de la ciencia en otros productos culturales. Parto de unas premisas derivadas de mi formación y mis lecturas. Pero no se adonde voy a llegar en realidad. Algunas relecturas y otros textos cuyo contenido aún desconozco pueden hacer cambiar esas premisas.

La relación entre ciencia y literatura es larga. Desde Platón y Aristóteles ha habido escritores interesados en las matemáticas y la ciencia, o científicos que se dedicaron a escribir. Lo curioso del caso español, en cuya literatura también han existido escritores científicos (véase José de Echeagaray, premio nobel de literatura en 1904), es que después de muchas décadas de desinterés por la ciencia y la tecnología (con honrosas excepciones como los casos de Benet, Martín Santos o el Marías preocupado por la influencia de la tecnología en las comunicaciones humanas), un nutrido número de narradores actuales utiliza elementos, objetos o conocimientos científicos en sus ficciones.

A mi entender existen dos puntos de vista de este fenómeno. Por un lado está el ideólogico, que con postulados posmodernos considera que la ciencia debe estar imbricada en las nuevas ficciones contemporáneas como uno de los temas que caracterizan los conflictos de nuestro tiempo. Estaría personificado en Juan Francisco Ferré, Germán Sierra, Vicente Luis Mora (quien
afirma que ciencia y tecnología deben completar el texto pero no saturarlo) y el Javier Calvo de Mundo maravilloso especialmente. Por el otro, los escritores que suelen hacer un uso más utilitario de la ciencia y donde ésta forma parte natural de su universo personal. Como Agustín Fernández Mallo (aunque se trate del autor más posmoderno de todos), Javier Fernández o Miguel Serrano entre otros.

En mi opinión, ambas perspectivas son interesantes aunque la primera resulta más atrevida por su carácter conceptual. En todo caso, yo también creo que la ciencia ocupa un papel importante en las sociedades occidentales actuales. A fin de cuentas, la ciencia crea poder. El pensamiento antropológico también construye conocimiento pero me temo que si el presidente de los EEUU (o el presidente de China en un futuro, quien sabe) tiene algún problema de tipo energético o medioambiental (que los tiene), no consultará a un chamán. Lo hará a un equipo de científicos o, como mucho, a un astrólogo como hacía Reagan. De hecho, si la literatura debe plasmar los conflictos humanos, la ciencia escenifica a la perfección los conflictos de esta época que nos ha tocado vivir. Y aunque creo que se ha superado la crítica relativista que la sociología de la ciencia posmoderna realizó, no deberían descuidarse esas críticas para tener una visión realista de la política de negociaciones e intereses que también envuelve la labor científica (como se muestra a la perfección en la película
Akira, otro producto cultural que utiliza contenidos científicos y críticas sociológicas al quehacer científico).

sábado, 22 de agosto de 2009

REALIDAD Y FICCIÓN

Si la realidad supera a la ficción es porque la ficción -sobretodo si es realista- necesita ser verosímil al lector, al espectador. La realidad no, la realidad es libre de inverosimilitudes y puede expresarse de la forma caótica que le de la gana.

jueves, 20 de agosto de 2009

MAQUETA

Mi hijo se mira en el espejo y no se reconoce. Hasta que no cumpla los 18 meses no sabrá que él es esa figura que se refleja en la superfície especular. Entonces tendrá los primeros atisbos de conciencia y esa máquina que carga en los hombros -y que llamamos cerebro- habrá empezado a programarse para que sus sentidos obtengan un primer modelo, una primera maqueta de lo que llamamos realidad exterior. Con los años la irá perfeccionando, agudizará sus sentidos y los sentimientos y la técnica le ayudarán en el proceso de desarrollo mental. Pero no será más que eso, una maqueta a escala de lo que llamamos realidad. Es lo máximo que esa máquina que cargamos a hombros -y que llamamos cerebro- puede dar de sí.