El territorio desde el que se decide narrar es uno de los
elementos básicos de la propuesta de cada escritor. En la literatura argentina
esa es una elección fundamental. Si Jorge Luis Borges escribe desde esa Pampa
imaginaria o desde ese Buenos Aires lunfardo también imaginario, Julio Cortázar
lo hace desde su Paris, Ricardo Piglia desde Entre Ríos y César Aira desde el
bar que frecuenta a diario durante una hora.
Matias Crowder (La Plata, 1973) escribe desde un territorio
distinto al de la mayor parte de los escritores argentinos contemporáneos. Ahí
reside su originalidad, periférica también en lo vital (el autor lleva años
afincado en Girona). Crowder opera siempre con una lógica parecida en su
construcción literaria. Busca un territorio mítico y, desde ahí, narra una
historia polémica. Siempre se trata de un territorio periférico, ajeno a los
centros de la cultura de su país de nacimiento, en buena medida, emparentado
con el Entre Ríos de Piglia. Eso le permite explorar regiones dolorosas y
conflictivas de la reciente historia argentina. Si en La duna, su
anterior novela publicada en España, situada cronológicamente durante la
Campaña del Desierto, se enfrentaba con el genocidio que sufrieron los
indígenas argentinos, por culpa de las políticas eugenésicas de Domingo
Sarmiento y al afán expansionista del general Julio Argentino Roca, en Los jueves
de redención (La discreta, 2018) se atreve con el drama de los
desaparecidos, que golpeó a la sociedad argentina en la década de 1970, durante
la dictadura militar. Concretamente, se enfrenta con los asesinatos cometidos
por los militares cuando dejaban caer a los presos políticos desde aviones en
vuelo.
Para ello, se “inventa” el territorio en el que caen esos
cuerpos desde el cielo, los llovidos en la novela. Es un territorio que
ya existe: el Delta del Paraná, precisamente, en la provincia de Entre Ríos; y
dentro del Delta, construye el territorio imaginario de Los Álamos, el pueblo
al que pertenecen los protagonistas. Se trata de gente de procedencias
diversas: huidos de la gran ciudad, nacidos allí que viven del contrabando,
traficantes de droga que trabajan con los jóvenes hippies que vienen de Buenos
Aires en busca de fiesta, que en sus tránsitos por el Delta empiezan a
tropezarse con unos cuerpos caídos del cielo, maniatados (p. 54), ya muertos,
que los horrorizan pese a tratarse de tipos curtidos. La trama se trastoca con
el encuentro de un caído vivo que el narrador, Abelino, por entonces un niño, ha
visto ya en sueños; un elemento onírico que conecta a Crowder con el realismo
mágico, como ya sucedía en La duna. Así es como entra Guillermo Argüello
en la narración. Cuando salva la vida del hijo de Ana Prado, se convierte en un
ser mitológico: El Llovido. Será el desencadenante de la detención de La Flaca
y de Abelino por los celos que provoca en Moreno, que colabora con los
militares. Es la hora más oscura del relato. Pero la figura de Guillermo también
aparecerá en la venganza poética que cierra la historia, desde la que se opera
la redención.
Uno de los elementos que determinan ese espacio es el
lenguaje coloquial, bien matizado por el autor en una novela donde prima lo
oral. Otro nada despreciable es el uso que se realiza de la cultura popular en
la narración, junto a los mensajes institucionales de la Junta Militar (p.
140). Esas citas de artistas televisivos de la época y, sobre todo, del Mundial
de 1978, marcan el carácter periférico del Delta, donde la producción cultural
viene de un lugar ajeno y se recibe con aparatos (televisores, radios) en un
lugar tan cercano a la naturaleza. A modo de ejemplo, la cita de “Pepe Galleta,
el único guapo en camiseta, de Canal 13” (p. 112).
La novela está escrita como una crónica. Abelino nos va
contado la historia a partir de las cintas grabadas que conserva, las
entrevistas que realiza con distintos testigos con los que ha ido contactando
durante su investigación, el diario de Guillermo y sus recuerdos. Se trata de
un ejercicio complejo y trabajoso, estructurado desde la oralidad de las voces
que concurren, que conlleva un notable esfuerzo, lo que a veces dificulta la
lectura, porque es mucha la información y muchas las voces que se comprimen en
cada capítulo. Pero esa dificultad no apantalla la realidad de la obra. Se
trata de una novela que te golpea, tanto por la forma como por el contenido.
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