Un desagradable desengaño reciente me llevó, por suerte,
hasta las páginas de Berlín-Barcelona
Kabarett, la primera novela de Juan José Rastrollo (Elche, 1968). Así es la
vida, caótica; un mal recuerdo te puede dirigir a una buena experiencia. Tal
fue la lectura. Allí me reencontré con la buena literatura, de léxico abundante
y sintaxis compleja, articulada en frases como: “De puntillas, volvió al
camerino y ahogó el rubor de su desnudez en una bata de seda adamascada que le
ofrecía una corista.” (p. 69) También me topé con una proposición literaria que
apuesta por la experimentación junto con la inteligibilidad y la documentación
rigurosa. Una delicia, créanme.
De todos los recursos del autor, me gustaría destacar ese uso
de la experimentación a partir de una estrategia muy sencilla: el diario de
notas de Barroso, en el que apunta los temas y los posibles recursos con que
enfrentarlos de una forma que juega con la sintaxis, la tipografía y la
disposición de la página, como se observa por primera vez en p. 64. También
quiero hacer mención a las excelentes reflexiones del buen lector que es
Rastrollo (pp. 84-85), que abruma con su erudición literaria, tanto de las
tradiciones germánicas como de las hispanas.
El libro narra una historia dantesca, producto del
aprendizaje de Rastrollo al lado del poeta y académico José María Micó. Delfín
Barroso, un seminarista en ciernes, ve desfallecer su vocación religiosa frente
a sus intereses literarios y realiza una escapada relámpago a Berlín. Allí conoce
a una hermosa artista de cabaret: Úrsula, y a su novio ruso: Gávril. Con ambos
inicia una relación multisexual que le provocará serias dudas identitarias.
También comienza el diario que leemos, recopilado por otra voz mediante la
técnica del manuscrito encontrado.
Estamos en el verano de 1931; así que Alemania está inmersa
en la República de Weimar, contemplando el ascenso endiablado del
nacionalsocialismo, y en España acaba de caer la monarquía. Rastrollo, gran
conocedor de la cultura de cabaret y amante de aquel Berlín histórico,
disecciona esa época con una notable carga de autoconciencia (pp. 146-147) y profusa
documentación, apabullante por momentos: todo el malestar sociopolítico de la
Alemania de Weimar, y también el ambiente variopinto de los cabarets de aquel
Berlín. Pero quizás lo que más impresiona es el retorno de Delfín a Barcelona, son
las narraciones de la declaración de la República Catalana por parte de Lluís
Companys. Toda esa parte Impresiona por los paralelismos con los hechos vividos
en otoño de 2017. Teniendo en cuenta que esta novela gana la IIª Edición del
Premio Literario Miguel de Unamuno en el verano del mismo año, oraciones como:
“¿Hay algo menos revolucionario que leer al pueblo un discurso ajeno, redactado
a vuela pluma desde el balcón de las instituciones?” (p. 137) se antojan
reveladoras. Aunque a mi entender, el autor no llegue a resolver la complejidad
del conflicto político que plantea, se trata de un relato histórico que se
convierte en visionario, y que contrasta con la versión idealizada y mestiza
que tiene Barroso de la Ciudad Condal, y que quiero creer que coincide con la
mirada del autor. No es otra sino esta:
Disfrazado de figurín, emprendo
un camino de perdición a través de un periplo de ramblas que va de la llamada
de los Pájaros, a la de las Flores, a la del Liceo, hasta llegar a la de los
Capuchinos de Santa Mónica, centro neurálgico del pecado y del tráfago de
cuerpos. […] En ella anidan todos los bares, music halls, dancings,
cafés-cantante y cabarets golfos de la ciudad. […] Es ése el hábitat de la
Barcelona plural y mestiza que me atrae. Ese fruto de intercambios y ósmosis de
la clientela bohemia, literaria, burguesa, obrera y canalla. De la convivencia
fecunda entre mujeres y hombres llegados de mundos diversos con sus ropas
raídas y el orgulloso tizne roñoso de su piel ocupando espacios compartidos,
democráticos y plurales (p. 121).